“Las palabras significan lo mismo que lo que quieren ocultar, un espacio de soledad donde la voz compite con su eco”
Honestamente, es muy difícil, teniendo sobre la mesa esta antología de los cuatro libros editados de Redondo (Poemas a la Maga, Homenajes, Circe. Cuadernos de trabajo 1979-1984 y Mercado de Ópera), no abandonar la escritura de la reseña y ponerse a transcribir, citar, imitar (¡copiar!), como un loco o un atravesado por un rayo, los poemas de Redondo.
El libro late en nuestras manos. La pulsión de vida/muerte que dispara, los fantasmas amigos que habitan el libro (Rimbaud, Louis Aragon, Ginsberg, Góngora y muchos más) y el trayecto de una vida, de una voz poética –esa que, todavía, a pesar de los esfuerzos de algunos teóricos modernos del pos, está más cerca de la vida que de la ficción (¿código de lectura, condenada episteme o, mejor, una lanza que sale del libro para abrirnos la frente?)-, nos hace temblar.
Vemos el recorrido de una escritura y aprendemos. Aprehendemos una noción de existir: la búsqueda. Libro de alumbramientos, poética del estallido, del encuentro con la identidad, 70 poemas (que afortunadamente son más), nos muestra cómo la forma, ya sabemos, se corresponde con el contenido y que no es eso y nada más: prosa poética, poemas en verso, la pregunta o el satori en castellano: sea como sea, la intensidad en la escritura de Redondo no disminuye. Escritura fiel.
Esta antología de Hilos Editora realizada por Jorge Zunino (antes de estar “brindando con Dionisio y Apolo en las cumbres claras” en palabras de Redondo en la introducción), además trae Dos poemas no publicados en un libro. Excusa perfecta para dejar de hablar y transcribir la primera parte de uno de ellos.
Uno
Una vez más frente a frente.
Pero ahora el miedo
ha quitado de las palabras el ropaje de las palabras
y ahora las palabras, pero no las palabras,
son palabras finalmente, y no aquéllas.
Hay mucha exageración en todo esto
y una pequeña parte de verdad, “tengo
ciertos miedos que pertenecen al futuro”.
No se halla nunca el comienzo
y es tan difícil terminar. Un poema
quisiera extenderse como un pecado nuevo,
siempre insuficiente. ¿Para quién se escribe?
La ficción comienza antes del primer acto,
antes de entrar en la sala de los enigmas, antes
de sentarnos frente a la hoja, enjoyados por el hastío,
y antes de ser los animales jóvenes en busca del deseo.
No me mires así, sobre esto debo hablar.
Deja que destierre en paz estas almas que recuerdo
en cenizas, en trampas, en las noches donde vierto
la triste espuma de un vino inacabable.
Hemos nacido para el éxtasis seco,
para la furia de no comprender,
para tener cadenas por necesidad de cadenas y gozar
la lujuria de la rebelión. Deja que hable.
Pero no me dices que no hable: no me escuchas.
Hablo a la fría lucidez de los muertos
que no creen necesario contestar.
Ser o no ser son dos espejos ausentes.
Sobre esto es inútil hablar.
Tengo las palabras cubiertas de polvo.
Necesito que me respondas, ese silencio enloquece.
Necesito enfrentar palabras para oponer palabras.
Necesito creer en el mal para vencer lo irremediable.
El veneno de la serpiente
nos defiende de la serpiente. Y estamos hablando
de las involuntarias víctimas de un antiguo mal. Eso creo.
Quizás estamos hablando de otra cosa
y yo esté demasiado solo esta noche.
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