miércoles, 16 de julio de 2014

LA CASA DE HOJAS · MARK DANIELEWSKI

Trajimos muchas hojas. 
En invierno todavía algunas caen 
se escarchan
los organismos se reorganizan
tierra, se vuelven suelo, savia
y de vuelta hojas, algunas
libros. Uno de esos libros es LA CASA DE HOJAS, de MARK Z. DANIELEWSKI.



SEDA · ALESSANDRO BARICCO con ILUSTRACIONES de RÉBECCA DAUTREMER


“Ésta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Ésta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. El hombre se llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe. Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están entremezclados deseos, y dolores, que no tienen un nombre exacto que los designe. Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias. No hay mucho más que añadir. Quizá lo mejor sea aclarar que se trata de una historia decimonónica: lo justo para que nadie se espere aviones, lavadoras o psicoanalistas. No los hay. Quizá en otra ocasión.” (Baricco)









LA OBSCENA SEÑORA D., de HILDA HILST

A algunos, el Mundial los pone nerviosos, los vuelve vulnerables. A otros, las faltas de ortografía. Hillé, la protagonista, desarmaría a esas personas: sonalgunos órganos los que de pronto sienten más, se convierten en vulnerables. Fragmenta, penetra, escarba los rincones del cuerpo, sea un hombre, una idea, una palabra común, taboo o la vida entera.
Pero vayamos a lo concreto: no es casualidad que la poeta Hilda Hilst, a comienzos de los 80, decida dejar de cortar los versos, probar la narrativa, y que de ahí salga este torrente de situaciones apoyadas en una conciencia, pareciera un largo párrafo, pero por poeta cada frase tiene una pausa propia.

El drama se alza es la muerte; saber si se soporta; enviudar. Acompañamos a Hillé en la soledad o el descargo, los gritos a los vecinos, mostrarle al niño las partes íntimas, la locura, a veces conversando con otras voces, melancólica y sexual, como con su amado y difunto Ehud o con su padre.

La novela de la hija incestuosa de una cruza entre la interiorista Clarice L. y el obsceno Osvaldo L, por decir un ejemplo grosero. La novela excita porque antes perturba, toca el punto distraído del pensamiento. Preguntarse, hasta la demencia o la epifanía, por la muerte, el amor, algún Señor, poder manipular los sentimientos, los deseos más profundos, la vergüenza; en fin: ser vulnerables.

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BORGES, TUÑÓN y MARECHAL POR ELLOS MISMOS · CD AUDIO

Héctor Yánover grabó a enormes escritores leyendo parte de su obra; Borges, Tuñón y Marechal fueron algunos de ellos. Un pequeño ejemplo del increíble resultado, en este link: http://www.youtube.com/watch?v=Mby0ByKgjoc




Y si querés tener el cd para gastarlo en tu compactera, acá los links:

BORGES POR EL MISMO http://www.librerianorte.com.ar/carrito.aspx?isbn=9789872019617

TUÑÓN POR EL MISMO http://www.librerianorte.com.ar/carrito.aspx?isbn=9789872019631

MARECHAL POR EL MISMO http://www.librerianorte.com.ar/carrito.aspx?isbn=9789872019624 

ENTREVISTA

El blog de Eterna Cadencia comienza una serie de entrevistas a libreros para contar la historia de las librerías de Buenos Aires, y Librería Norte tiene el honor de abrir dicho ciclo. Acá la nota, entrevista y fotos de Valeria Tentoni a Debora Yanover. 



Héctor Yánover, “excelente poeta y un ejemplar de una especie en vías de extinción: un gran librero”, como lo definió Héctor Tizón en su despedida, fundó Librería Norte en 1961, en un pequeño comercio de la avenida Pueyrredón. Cuenta Debora, su hija –ahora al frente de la librería– que antes, en ese mismo local, había una librería escolar que se llamaba así y que su papá decidió mantener el nombre. Estuvieron unos años en esa ubicación hasta mudarse a la actual en calle Las Heras, a metros de Avenida Pueyrredón. Era un “ferviente creyente en que los libros ayudan a las personas, en que la cultura construye una nación”. Fue también director de la Biblioteca Nacional, hizo radio y televisión: su labor en la difusión de la literatura continuaba ahí, entre los estantes que cuidadosamente ordenaba y donde recibía a los clientes con recitados y recomendaciones fervorosas.

Hay una foto de Gabriel García Márquez con Héctor en uno de los breves blancos sin libros que hay en las paredes de la librería. La visitó cuando grabó uno de los varios discos (o libros sonoros) que Yanover produjo, llevando a estudio a los escritores más importantes de la época para que esas voces quedaran guardadas recitando sus propias obras. Debora recuerda que por esos días acababa de salir Cien años de soledad y García Márquez firmó varios ejemplares. “Pero a mí no me quedó ninguno”, se lamenta. Por esa librería pasaron autores como Juan Gelman, Raúl González Tuñón, Carlos Fuentes, Augusto Monterroso, Italo Calvino (ella recordará un paseo por calle Florida con él y su mujer, lo describirá como a “un hombre encantador”), Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares. Y que, por ejemplo, Gonzalo Rojas al visitar Buenos Aires iba directo desde Ezeiza hasta ahí para ver qué novedades había.

¿Cómo se fundó Norte?

Ahora hay muchas más librerías. Cuando yo era chica, esta cantidad era impensable. Estaban prácticamente todas en calle Corrientes y en el microcentro. Mi viejo, cuando abre su primera librería en Santa Fe y Pueyrredón, estaba fuera de radio. La librería la bancó mi abuelo: mi mamá estudiaba Letras y mi papá venía de trabajar en Huemul y en calle Corrientes con estos libreros viejos de libros usados. Cuando se casa, él es un recién llegado de Córdoba, con un sueldo de empleado. Entonces mi abuelo, que tenía guita, le pone una librería con la condición de que lo asocie al hermano menor de mi mamá. Mi papá le vende en el año 60 su parte al hermano menor de mi mamá, que es el dueño de la cadena de librerías Santa Fe, y se va a hacer un viaje de ocho meses por América Latina. Un viaje de poeta, a vivir de sus lecturas y a escribir. Me acuerdo haber ido a Retiro a despedirlo, que se subía al tren y se iba a Jujuy, y llegó a Cuba. La revolución había sido el año anterior. Se quiere quedar en Cuba y mi vieja desde acá le dice que no, de ninguna manera. Así que mi viejo vuelve… El otro día vino un pintor que era amigo de él y me trajo una carta donde le cuenta que acaba de volver y que consiguió un local chiquito para alquilar, que va a poner una librería propia y que está muy contento. Yo me acuerdo; era realmente un local muy pequeño, en frente de donde ahora está la Clínica Suizo Argentina. Se armaban tertulias, los sábados se llenaba, venían todos los amigos: escritores, poetas y psicoanalistas. Duró hasta el año 68, una cosa así, cuando los dueños del local le dicen que se tiene que ir porque vendieron.

¿Ahí ya editaba los discos de escritores por ellos mismos?

Sí, en esa librería. Después reeditamos cuatro, pero era una colección que tenía como treinta. Hay algunas cosas digitalizadas y otras no. Sacamos Borges, Cortázar, Marechal y Gonzalez Tuñón. Ahora, igual, ya están todas las voces de los escritores en Internet. Tengo unos discos chiquitos con mi viejo recitando poemas de todos los poetas hispanoamericanos, otros con cosas de él, poemas de él. Era muy bueno leyendo poemas. Hay montones de textos para mí que tienen la voz de mi viejo, vienen con esa música cordobesa.

Era un inquieto.

Sí, hacía muchas cosas. En la década del 60 estuvo en una lista de la SADE, querían desbancar a los viejos popes. Me acuerdo que estaban Gelman, Santoro y todos estos poetas jóvenes de la izquierda. No ganaron nada, pero se reunían en la casa de mi viejo y armaban las boletas y la lista.

¿Qué imagen tenés de tu papá como librero?

Yo creía que todos los papás eran libreros, y le preguntaba a mis amigas ¿tu papá qué librería tiene? Mi viejo laburaba todo el día, de la mañana a la noche. En esa librería chiquita tenía, por ejemplo, un empleado y un cadete que limpiaba, nada más. Era muy docente y muy actor. Vos entrabas a la librería y él te recitaba y te decía: “¡Cómo no leíste esto!, ¡tenés que leer esto!” Y entonces era como un educador, la gente venía a que los introdujera en la literatura y a escucharlo. Yo lo veía muy poco, porque además los fines de semana escribía. Y cuando mi viejo escribía no había que molestar ni que hacer ruido.

Y en ese contexto, ¿vos cómo te iniciaste como lectora?

Empece a leer de muy chiquita. Ya en tercer grado de la primaria iba a la escuela con los libros y leía y ya no me interesaban nada de lo que sucedía en la case. Empecé con Oscar Wilde, y había mucho de la cultura de la izquierda, entonces estaban los cuentos de Alvaro Yunque, por ejemplo. Consultaba la biblioteca de mi casa, pero también me acuerdo de ir a la librería y elegir libros o que mi viejo me dijera: “Tenés que leer esto”. También sacaba sola. A los catorce yo creo que los clásicos ya los había leído casi todos. A los once tuve locura por la ciencia ficción, leí todo Ray Bradbury, toda la colección Minotauro. A los trece empezó el boom, leí Cien años de soledad, yo estaba en séptimo grado cuando salió, y leí a Cortázar terminando la primaria.

¿Cortázar iba a la librería?

Vivía en París, vino al final de su vida. Antes mi viejo lo había editado a medias con Mario Muchnik. Mi viejo se carteaba todo el tiempo con Cortázar y cuando iba a Paris sí se veían. Recién en el último viaje de Cortázar a Buenos Aires lo recuerdo en la librería.

Sabato también.

Sí, Sabato aparecía a veces, y uno que venía mucho era Bioy Casares, que vivía en calle Posadas. Era muy seductor, tenía que seducir a todas. Venía y me decía: “¡Mi librera favorita!”

¿Y Borges?

Borges no vivía cerca, vivía en la calle Maipú. La mujer de mi hermano en ese momento trabajaba de recepcionista en Emecé, que quedaba ahí en el centro. Y entonces Borges iba y ella lo acompañaba a la casa de vuelta y Borges se la pasaba haciéndole chistes. Ya estaba casi ciego y se conocía el camino de vuelta de memoria, le decía “Acá hay una columna”, señalando con el bastón. Era esa época en que Borges estaba sentado todo el tiempo en el sillón de la librería La Ciudad en la Galería del Este. Me acuerdo de pasar y verlo; se sentaba durante horas y charlaba con la gente y con el librero.


¿Y cómo fue mudarse al local en el que están ahora?

Cuando a mi viejo lo echan de Pueyrredón no tenía un mango y consigue este local porque era de un ingeniero que construyó el edificio y se lo vendió en no se cuántas cómodas cuotas.

La ubicación es excelente.

Sí, ahora: en ese momento todo esto era villa de gitanos, toda la manzana. Al lado de la librería había un corralón de materiales y al lado, pegado, una verdulería. Esta cuadra no existía. Mi viejo se puso mal, mi vieja le decía que cómo iba a poner una librería ahí. Él, por supuesto, quería ser un librero del centro, quería tener una librería en calle Corrientes o en Florida, pero no le daba. Y además hizo una movida loca, porque le pidió plata prestada a todos sus clientes. Y les dijo: “Yo voy a trabajar y les voy a ir devolviendo a todos”. Le prestaban no sé, 500 dólares, lo que cada uno iba pudiendo. Fue genial. Juntó plata con la colaboración de todo el mundo. Al principio trabajaba él solo, tenía abierto como hasta las doce de la noche y laburaba como un loco. Hasta que terminó de pagar la deuda fueron tres o cuatro años fuertes.

La nutrida sección de poesía.

¿Cómo definirías el carácter de Norte?

Siempre el punto fuerte fue la poesía. Afianzamos eso, porque además es lo que nos gusta y lo que nos mueve. Filosofía, narrativa, crítica literaria, digamos que esos son nuestros fuertes. En una época había mucho de psicoanálisis, pero fue como perdiéndose de por sí y además se fue moviendo. Y en un momento nos pusieron el monstruo de Cúspide aquí a la vuelta…

¿Eso los perjudicó?

Cuando empezó la obra, en el 98, creo, fuimos a preguntar, porque queríamos averiguar por un local en el shopping que armaban, y los tipos de la obra nos dijeron que no iba a haber locales comerciales, que iba a ser solo un complejo de cines. Y después vemos que Cúspide estaba armando ese monstruo. Me acuerdo que el día que eso abrió, mi viejo viene esa mañana caminando a la librería y me dice: “Débora, abrieron”. Entonces fuimos los dos a mirar, nos paramos en la puerta y vimos esa vidriera enorme y… se nos caían las lágrimas. Porque, la verdad, es un espacio espectacular; como espacio, tiene un bar adentro, los libros ilustrados en unas mesas enormes donde podés tocar y revolver todo, ¡es como el sueño del pibe! Y creíamos que iba a ser tremendo lo que iba a suceder, que nos iba a sacudir mal. Pero no pasó nada de eso. Por ahí, al principio, hubo como una reconversión: dejamos de vender best sellers o esos libros de fotos de Argentina, que nosotros vendíamos mucho. Eso se cortó. Pero nos fuimos especializando, teniendo todas las editoriales chicas que estos monstruos no tienen, entonces ya la gente de Cúspide, cuando les pedían algo que no estaba en su esquema bestellerístico decían “¡Nooo! Para eso tienen que ir a Norte”. Perdimos por un lado pero ganamos por el otro.

Tu papá también fue Director de la Biblioteca Nacional.

A fines de los ochenta a mi viejo lo nombran Director de Bibliotecas Municipales y después, cuando asume Menem, el Turco Asís que era amigo de Menem, le propone a mi papá, necesitaban alguien para la Biblioteca Nacional. La biblioteca acababa de mudarse, todavía estaba todo a medias. Las salas de lectura no estaban terminadas, la mudanza tampoco, toda la clasificación de los libros faltaba. El Turco Asís era vecino de mi viejo. Entonces lo llaman. Mi viejo me preguntaba: “¿Qué hago? ¿Qué hago?”. Su peronismo era cero, venía del PC, y con Menem menos que menos. Pero era una oportunidad hermosa. Entonces asumió: yo creo que esa fue una felicidad total, porque mi viejo apenas terminó la escuela primaria, a los trece años ya estaba laburando. Laburaba de cualquier cosa porque no tenía madre y había muerto su padre, vivía con sus abuelos y tenía que salir a trabajar. Entonces tuvo que dejar, no pudo hacer el secundario. De ahí llegar a Director de Biblioteca Nacional, era lo más, y además la tradición de Borges y Groussac… Y la verdad que fueron dos o tres años para él muy fuertes e interesantes, estaba muy entusiasmado. Cuando Menem saca el indulto a los militares dice: hasta acá llegué, no puedo seguir siendo funcionario de este gobierno. Ese mismo día renunció.

¿Qué significó quedar a cargo para vos?

Cuando él empezó en las bibliotecas, en el 89, yo quedé a cargo de la librería pero de todas maneras estaba él detrás, para cada decisión lo llamaba, le pedía su aprobación para todo. Cuando se enfermó y ya sabíamos que iba a morir yo pensé que no iba a poder hacer nada sola. En el medio empecé a ir a España a comprar libros. Era una época en que había mucha importación, salía más barato importar Borges editado allá que comprarlo acá, era un horror. Traíamos containers de España, eran lo más barato, en un punto era siniestro. Manejábamos miles de dólares pesos que, después, cuando vino la caída, dijimos qué locura, cómo no nos dimos cuenta. Es más, cuando cayó me quedé con una deuda en España de toneladas de libros, tardé como tres o cuatro años en pagarlo. Todos los libreros argentinos quedaron en deuda, patas para arriba. Fueron un par de años realmente muy muy duros, yo creo que eso también hizo que mi viejo se enfermara, fue parte de su final. Fueron años de una angustia pavorosa. Fuimos saliendo lentamente. Mi viejo murió en el 2003. Y yo quedé en la librería y tuve que aprender muchas cosas.

¿Cuántos libros tienen?

No sé, pero seguro que otro tanto en depósito de los que mostramos. En los setenta el mito era que teníamos todos los libros, ahora es un imposible total porque se edita a lo loco. Los grupos grandes sacan cuarenta novedades por mes, lo cual es un delirio marketinero espantoso. Y además, por suerte, hay miles de editoriales chiquitas que salen como hongos de gente joven súper entusiasmada haciendo cosas buenísimas y queremos que estén.

¿Cómo es el vínculo con los clientes?

Es un feedback mutuo, porque también viene mi cliente y me dice: “¿Debora leíste esto?” Es un ida y vuelta, todo el tiempo. Los que entran a la librería ya son lectores, tienen algo para darte seguro. Y, al revés, vos podés darles algo: es un intercambio, inclusive con los editores.

Última: ante la aparición del libro digital, ¿qué reflexión podés hacer desde la librería?

Mis amigos leen en el Ipad, no compran más libros. Pero también hay gente que sigue comprando, y cada vez más. Eso de que la lectura se termina es un cuento chino. Yo creo que hay unas movidas increíbles, hay una cantidad de eventos de lecturas, de poesía, presentaciones de libros, ¡me invitan a treinta eventos literarios por día! Entonces te das cuenta que hay gente que escribe y hace libros y se mueve. No veo el fin del libro para nada, ni de lejos. Por mi parte no tengo reader, no. Bueno… ¡tengo todos los libros, así que para qué quiero un Kindle! Es como un parque de diversiones. En un punto tiene una parte, claro, que es la de que es un comercio, lo que a uno menos le interesa, pero que tiene que funcionar porque si no se termina todo. Pero cada mañana yo llego al parque de diversiones. Llegan las cajas de libros y estamos en una suerte de entusiasmo perpetuo. Puedo levantarme angustiada, deprimida, pero llego acá y empezó la fiesta.

LA PENA MÁXIMA · Santiago Roncagliolo



Mundial Argentina ‘78. Lima. 

El fiscal Félix Chacaltana se ve entre fuegos. Un amigo enfermo, una madre autoritaria, el amor. Mientras tanto, el mundial. La ciudad detenida. En ese momento un asesinato. 

Y el plan Cóndor en el que está enredado, como habiéndose subido a un tren fantasma sin frenos, ayuda menos. Como la última dictadura argentina, el mundialismo, o desconocer a un amigo. Saber lo oculto.

Y Cecilia es La Enorme Hazaña de Chacaltana. La violencia en todos sus colores y seguir encontrando paz en la sonrisa de un niño, son algunas de las otras.

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viernes, 27 de junio de 2014

EL MUNDO DE AFUERA · JORGE FRANCO · PREMIO ALFAGUARA DE NOVELA 2014



“Sobresalen el horror, los personajes complejos y el sentido del humor a través de la historia de un secuestro contado bajo otra luz. Una obra que empieza como un cuento de hadas y termina como una historia de los hermanos Coen”, dice Restrepo, una de los jurados del Premio Alfaguara de Novela 2014.

La historia, ambientada en la Medellín de comienzos de los setenta, narra el secuestro de Diego, un germanófilo excéntrico que vive en un castillo con su mujer, obviamente, alemana, secuestro cometido por El Mono. El narcotráfico, la corrupción y el amor son parte de una misma cosa, de un mismo problema: El Mono está enamorado de Isolda, la purísima hija Diego, rubia como una princesa.

Bosques, armas, Wagner y amor no correspondido. Jorge Franco los conjuga con un mundo ideal que se revoluciona antes de estar perdido en la novela que le valió el Premio Alfaguara 2014.

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LA HONDONADA · Jhumpa Lahiri



La infancia. Dos hermanos. El lago seco, la hondonada. El viaje. Dos continentes. El estudio. El reencuentro forzoso.

En el medio el campus, la paternidad, las dudas, el amor, la política y los atentados.

Sabemos que Lahiri no es parte de la marea de libros que explota la India, Kabul o algún lugar exótico puesto en foco post 2001, ni que en ese paisaje se retuerzan golpes bajos, delivery catártico, y, menos todavía, que Nueva York sea más o menos real que Calcuta.

Lahiri tiene una prosa transparente, hasta donde le conviene: puede describir como un lente cualquier situación y llevar el tono a una monotonía mántrica o de motor, hasta hacer valer cada palabra. No hay sobreactuaciones ni prácticamente marcas de autor. Sólo ese rugido subterráneo, la vida pasando, no saber de qué está hecha pero saberla ahí junto a la muerte, la luna o los rayos del sol.

LOS ANIMALES SALVAJES · Griselda Gambaro



19 relatos en los que los animales irrumpen en la vida del narrador. Cada uno es independiente y no. Sí, porque de pronto es un microrelato, después un cuento o una parábola china; formas de vernos en miradas grises de rinoceronte, culposas como de cocodrilo hembra, o contemplativas como la de un gato.


Pero la voz que narra unifica: es testigo, comprende o padece el drama que le plantea el pato, o la salvación que puede ser un caballo. Vemos sus aristas. Su sensibilidad a punto de ensombrecer. Su pasión silenciosa por alguna fauna. Más que dependientes, los relatos / cuentos / fábulas / son complementarios.

Desde el índice -18 nombres de animales y el último, Sin nombre- sabemos que recorremos el barrio domesticado, nos asomamos y vemos a los vecinos, al animal salvaje, destinados a lo incierto, y en cierto modo es un libro sobre el destino. Sobre huirle, querer cambiarlo, negar las mandíbulas del reptil, o aprender a convivir con un perro bruto.

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EL CLUB DE LA MEDIANOCHE


Los talentosos nos han dicho durante años que quieren que los amen
por lo que son, y que en su plenitud, sea cual fuere la suya, ellos también
son vulnerables al crepúsculo, al igual que nosotros. De modo que trabajan
toda la noche en cuartos fríos, donde la luna teje una telaraña con su luz
durante el día, a veces, se apoyan en sus autos
y miran hacia el valle abrasador, dorado, como caramelizado,
pero más a menudo se sientan en cuclillas en penumbras, con los pies en el suelo
las manos en la mesa, la camisa manchada de sangre sobre el corazón. 

HEINRICH von KLEIST · LA MARQUESA DE O. · MICHAEL KOHLHAAS Selección e introducción de J. M. COETZEE


Romanticismo alemán. En las charlas de música es cosa instalada que Beethoven, por esta y otras menos glamorosas cosas, rompe el clasicismo al hacer ley de la oscilación del ‘tempo’. Esa sensación de estar en una hamaca; rápido, abajo y raspando el suelo en ojotas, o arriba, más lento, el vértigo en pausa, la caída y otra vez, como un péndulo encantado.

Kleist, también un llamado romántico alemán, sin embargo es bachiano en la precisión de la estructura, la función de cada mínimo espacio de aire que hace al cimiento, manteniendo la bestialidad beethoveniana en una jaula (en la vedette ‘estructura’, como también hace el compositor), pero cubriendo los barrotes con un vidrio opaco, un biombo esfumado, tapando la sombra en la que se transformó el animal salvaje, con la nuestra, que se hace más grande a medida que tratamos de acercarnos al contenido del texto.

Una mujer que no sabe de quién se embarazó. Un hombre que cree en la justicia y ésta descree de él. ¿Para qué pedir una respuesta real para la ficción, dicha en la obra? Kleist enseña: es la posibilidad de la respuesta lo que nos ata hasta el final. Y de todas formas tiene dos finales bien distintos.

Lo mismo la descripción: en un bollo de papel, en agarrarle el brazo a alguien o releer el periódico; cada cosa hace aparecer el mundo material frente a nuestros ojos, teñido y volviendo a teñir la tensión del relato.

En fin, Coetzee se encarga de manera puntillosa sobre distintas cuestiones de la escritura de Kleist. El misterio, lo ‘invisible’, como decía Goethe -negativamente-, es el elemento más a la vista de estos textos. El misterio, que para Adorno -hablando sobre Mahler- es lo que hace al arte, es a su vez lo que cae como una bomba de humo en la primera escena de La infancia de Jesús, de Coetzee; quiénes son ese niño y ese adulto, desposeídos.

Podría ser suficiente, considerando que Kleist vivió menos de treinta y cinco años, y decía que le daba vergüenza escribir ficción (en vez de drama). Sobre esto último, Kleist nos devuelve a la cuestión: es bello por cómo se escribe o por cómo se lee (¿?). Posiblemente, por las dos cosas. Lo cierto es que detrás de ese narrador que, aunque no se abstenga de dar opiniones, puede mantener distancia como para llevar a sus personajes por los rieles de la más burocrática estupidez, y hacernos hablar del arte de impostar la voz, narrar un cuento, titiritero amoral, balsa sin deriva, y preguntarnos qué forma es esa, Heinrich von Kleist, de jugar con la vida humana. 

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HOTEL ATLÁNTICO · JOÃO GILBERTO NOLL


Adriana Hidalgo, en su exitosa tarea de brindarnos literatura brasileña fuera del canon, hace alrededor de una década nos hizo conocer Lord (2004), de Noll. Después de Bandoleros, una novela con veinte años de diferencia de Lord, y posteriormente Harmada y A cielo Abierto, dos novelas de los noventa, ahora llega Hotel Atlántico, del final de los ochenta.

Si bien estos títulos son una tentación para cualquiera que desee profundizar en la literatura carioca y conocer algo más que a Lispector, Fonseca o Guimarães Rosa, el salto de décadas de dichas publicaciones, de alguna manera (caprichosa, sí, como ponerse a escribir ficción) reflejan la literatura de Noll: saltar de una sensación de este momento a un recuerdo del pasado tan banal como anclado; un abanico de emociones (sentirse incompleto, querer llenarse), de situaciones (estar buscando la identidad en el mundo hasta toparse con un demente del que hay que escaparse), todo contenido en una sola obra, en un solo nombre propio.

Las novelas de Noll comparten la médula: hay alguien, una voz, una cabeza, que de pronto, sin sobreactuaciones ni grandilocuencias, quiere el cambio, con fuerzas para hacer disparates, más o menos cómicos, más o menos determinantes, dejando -o haciendo dejar al lector- la vida en cada página. ¿No es eso literatura? Demostrar que podemos dejar la vida por un beso, un vaso de vino o, de una vez por todas, cambiarla.

Hotel Atlántico, quizás el más dinámico de los libros hasta ahora traducidos de Noll (no es justicia: la manera de escribir de Noll siempre está aceitada, siempre, más que conmovernos, nos mueven), nos posa en el hombro de alguien que tiene una misión que, como la prosa de Noll, nunca conforma al lector, nunca queda clara, fiel y sincera con el sentimiento de exisitir.

Hace unos años, en el programa de Osvaldo Quiroga, con motivo de promocionar Lord, Noll dijo sin suspiros que sus dos pilares son Lispector y Kafka. Estos datos pueden desarmarse en un instante pero tal vez da una idea de lo que es Noll. El humor como única manera de tolerar al mundo, kafkiano, y un fluir de la conciencia, más conectada con el exterior que Lispector (porque el tiempo así lo obliga, quizás), pero abismal como la brasileña (sí, era brasileña). Obviamente, cómo caer en la trampa, si nombramos a la autora de La pasión según G.H. (y Noll lo entendería), vamos a terminar hablando de ella.

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1914 · DE LA PAZ A LA GUERRA de MARGARET MACMILLAN


Cuánto más simple sería pensar, tomando prestada la idea de Bered y luego Hobsbawm de que el siglo XX comenzó en 1914 y finalizaría en 1991 con la caída de la URSS, a la Historia como una sucesión de cortes a lo largo de los siglos, tijeretazos a la carne humana, en definitiva, de guerras.

Claro, no es sino una simplificación, una forma de relato, para volver inteligible eso a lo que nadie escapa: la Historia. MacMillan, con un estudio que destaca entre el boom sobre la 1GM que abundará este año, escoge el camino inverso.

Desguazando a Europa, ese trozo de tierra que, hasta este entonces, 1914, era sólo un ser de mil cabezas, antes de convertirse en un monstruo policéfalo, la autora da cuenta del pasado reciente, el XIX, y la complejidad interna de cada potencia.

La industrialización británica, los términos como "militarización" que desde 1860 se instalaron en el habla cotidiana, el creciente poderío alemán-prusiano, el colonialismo francés; hechos a gran escala intercalados con la paranoia de los militares, la irracionalidad de la aristocracia y el paradójico sentimiento de entusiasmo, patriotismo y un asco desenfrenado del pueblo por la otredad, fueron la sopa que se derramaría, podrida, nauseabunda, sobre millones de civiles.

Sin olvidarse de los móviles económicos ni las escalofriantes comparaciones con el presente, MacMillan no pierde el eje, la otra cara de la misma moneda de tamaña destrucción: la paz. Por qué, nos hace preguntarnos hasta el final, se eligió la mala cara, si la guerra no es una cara de la moneda que caiga por azar.

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CALLES Y OTROS RELATOS, de STEPHEN DIXON Selección de EDUARDO BERTI Prólogo de RODRIGO FRESÁN Traducción de MARTÍN SCHIFINO


La literatura desnuda a la vida, pero ¿quién le quita el ropaje a ella, la letra poética? Stephen Dixon, claramente, no: hábil en el estilo que, a mano, decimos norteamericano (directo, ducho en el diálogo, descontracturado en lo dicho y lo formal) pero que se lee tanto para atrás en la prosa kafkiana, como para adelante en los argentinos postochenta, es un maestro en disfrazar la técnica, en mantener oculto al truco del escritor.

¿Para qué tanto bla? Para sincerarnos: cuando podemos leer a un autor como él, poco conocido para muchos, y nos deja fascinados, adictos en un instante, queremos adivinar, unir pistas, deducir si se puede, la genealogía de las letras de este newyorkino. 


Fresán hace una radiografía propia de un fan –no solemos hablar más que de la obra, pero esta edición merece la mención: se palpa el trabajo de un equipo al sostener el libro- y arriesga seguro: John Barth, Calvino, Kafka, Pynchon o Cortázar habitan en algunos procedimientos rotulados “posmodernos” que usa Dixon. Todo cubierto por un velo de humor que Fresán compara con Seinfeld o el buen Woody Allen.


Entonces hay quién o quiénes pueden desnudar a la literatura, abrirla como a una rana de escuela y mostrarnos los dispositivos de acá y de allá para agregarle otra capa de goce al placer de la lectura… ¡los escritores!


Pero -sin perder el forzoso ánimo de sinceridad- es sólo eso: otra masturbación mental. La unión amorosa entre la vista y la hoja al leer la historia del loco de amor, el amputado, el niño en el balcón o la muerte que trepa en el interior del que acaba de enviudar; al leer, en una palabra, a Dixon, no hay comparaciones o artefactos literarios: hay vida. Búsqueda. Trabajo y confianza en el texto.


Y para que eso suceda Dixon lo hace del modo que a simple vista es el contradictorio: tragedia + humor. Nos mantiene tensionados de entrada, plantándonos en situaciones de conflicto, a veces extremas, a veces no tanto, todas que perturban. Y cuando menos lo esperamos ocurre lo hilarante, como el trompetazo de Miles después de habernos acostumbrado el oído a un matiz, saltamos del asiento y expulsamos una risotada nerviosa. La vida (las lágrimas, los besos, los dolores) se desnuda y vemos esa piel de espejo tragicómico: la cara del absurdo bufón.


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CADA VEZ MÁS CERCA de ELVIO E. GANDOLFO




“¡Hombre, hasta las bacterias tienen lenguaje!”


Corrientes y Callao, el tango, la persecuta y dos negritas. Es difícil resumir dieciséis relatos en cinco, seis palabras, pero la voz de Cada vez más cerca invita a sentirse en casa. 

Se sabe la ductilidad de Gandolfo para situar un conflicto en una boca de subte o en el Paraná. Sin embargo lo que amalgama los textos, esa voz por momentos arlteana pero sin tantas certezas, maravillada por el cotidiano, nos hace entrar a cada cuento como a esa novela que dejamos hace años, y habíamos olvidado, pariente lejano, cuánto sabemos de ella.

Anécdotas de barrio, la depresión de un padre, la cacería, un barsito o la cara de una mujer: cualquier elemento parece arcilla para Gandolfo: una masa que, si no tenía alma, es porque nadie se la había dado.

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Edgar Allan Poe ilustrado por Marilyn Manson


"Recé.... cansé al cielo con mi ruego por un descenso más rápido. Me puse frenéticamente loco, y luché por obligarme a alzar el cuerpo contra la curva de la cimitarra temible. Y después me sentí calmo de pronto, y quedé tendido sonriendo a la muerte refulgente, como un niño con un juguete nuevo."

LA AGONÍA DEL EROS, de BYUNG-CHUL HAN


Hay ideas que enamoran. Seamos sinceros, ¿cuánta más veracidad puede tener esa mentira que ha ganado la batalla? ¿No erotiza, no hay algo de perversión que excita en pensar al Poder –ese eufemismo que vestimos desde ya hace cuánto–, metido en nuestras sábanas, poniéndonos una remera del Che para así vaciarla de conceptos, dogmas, y volverla una cara rebelde, un stencil bonito? ¿Erótica hardcore? Puede ser.

A enormes rasgos es la tesis de Han pero él la aplica al sexo: Eros, el misterio y por eso la duda, luego la sabiduría, es otro de los edificios tomados por el consumo, el capitalismo aturdido, ocupado por una pornografía que diluye la idea de otro porque no es más que cuerpo y así acerca la posesión, lo obvio, la propiedad privada, pero aleja la comunión emocional. Disparada por el egoísmo, el placer de uno sólo, Han llega a decir, un poco sentencioso, que la depresión en una patología narcisista.

Utilizando términos y ejemplos como una película de Lars von Trier, el porno de internet, Deleuze o Cincuenta sombras de Grey con la misma liviandad con la que lo hace Onfray, pero no así en la prosa, más bien fría, casi sin sobresaltos, Han prende una antorcha más buscando el jeroglífico, la marca en el ser que nos explique por qué nos sentimos tan solos.

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LA INFANCIA DE JESÚS, de J. M. COETZEE



Reubicarse: puede ser concreto, buscar un nuevo hogar, zafar del pasado o haber aprendido de él. Pero, por qué no, la gran metáfora de la vida: volverse a encontrar, transformar el lugar en el que estamos en Nuestro Lugar.

Simón y David, después de atravesar el mar, están en Novilla, ese lugar en el que, si uno pide carne, se le ofrece rata, y el trabajo es la acción de cultivar, el medio para comer. ¿Una expresión de deseo Coetzeeana o, como acostumbra el Nobel, otra forma de dejarnos perplejos ante la simpleza y el común bienestar?

La búsqueda de la madre de David en un país sin recuerdos y sin condescendencias expone la fuerza, las fallas, la dimensión humana, llevándonos a la eterna pregunta acerca de reubicación: ¿existe?, ¿se puede? Para ser más claro: Si amaneciéramos en otro mundo, sin pasado y con un futuro a construir ¿volveríamos a cometer los mismos errores?

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HACER VIOLENCIA · EL RÉGIMEN INSURRECTO DEL ARTE de Ana Arzoumanian



Datos. Cuerpos. Listas. Personas-número. Víctimas sin justicia: la muerte eterna.


Hacer violencia escapa de la enumeración fría, casi lúdica de la masacre (la de El libro negro de la humanidad, por ejemplo) como a la prosa cargada de sentimentalismo y, sin desmerecer, traumatizada. Para eso justamente se hace cargo del cadáver helado, lo ve a través del lenguaje, del derecho, de la televisación y el escrito intelectual para llegar al museo, a la obra de arte y al violín roto.

Artistas de medio oriente, cineastas del continente viejo, videos de youtube de ahorcamientos: todo sirve para sacudir al espíritu inmóvil, al ojo entumecido que ya no sabe ver más allá de su realidad-ficción. 

Por un lado es un texto concreto que se enfoca en vejaciones de guerra, profanaciones de la dignidad humana y por otro, como pocos pueden hacer, Arzoumanian genera sobre el lector una sensación de espejo, de estar mirándose a uno mismo como ser en la historia, y redobla la apuesta, proponiendo ver cómo nos hacen ver o cómo mira el ojo del artista.

De esta manera (certera y poética –si se me permite el eufemismo- a la vez), la lectura de Hacer violencia es un constante decantar de emociones sin lenguaje que se inician al hacer memoria sobre realidades que lo han perdido, que se lo han extirpado como si les hubiera sido ajeno.

Arzoumanian no teme hablar de las niñas aniquiladas, el bello púbico violentado y los rostros ya sin forma: a través de la pornografía el ser cobra volumen, la historia potencia y, alejándonos de la erótica imposible de la víctima del genocidio, en cambio, la tierra que habitamos se alza como una montaña de piernas altas, ensangrentada y verdadera sobre todos nosotros.

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EXTINCIÓN · DAVID FOSTER WALLACE



Fin de semana por medio se lee en algún suplemento, revista o blog el descubrimiento de un nuevo genio. Es una lástima que en ese remolino se hinchen los nombres propios y las obras se despeguen de lo observado y caigan lejos, como un techo de chapa después del tornado.

Para que no suceda aprovechamos la edición económica que llegó, junto a Hablemos de langostas,y leemos los relatos, como fotografías a color, de vidas que están por caer en la sombra. Cuando lo hicieron hay parejas en el último estado de patetismo, un accidente doméstico con el bebé, una madre con una cirugía estética guasonezca, cómo miran los hijos y uno que no aprende.

Para dar una idea, el efecto de Extinción es el de Palahniuk si este dosificara sus golpes de efecto, nos condujera de un punto realmente a otro, en el transcurso de unas hojas intergalácticas. Relatos extensos y breves, infantiles con marco trágico y sin fiaca encubierta de nihilismo surreal.

LA ULTILIDAD DE LO INÚTIL · MANIFIESTO de Nuccio ORDINE

"El hombre útil es espantoso"
Baudelaire


Los manifiestos, que en algún momento fueron la punta de espada de grandes teorías, de reclamos justos injustamente aplacados, hasta textos que hicieron foco en una posición artística respecto al mundo, a la historia, y que hace algunos años llegaron en forma irónica, casi grotesca, como supuesto gesto obsceno de denuncia contra un circuito literario exagerado (The Palermo Manifesto), esta vez llega con una rígida misión: la funcionalidad: ser útil.

El planteo es simple: no se les da la importancia que deberían tener a las áreas como la literatura, la filosofía, la ciencia y más humanísticas. El supuesto cristalizado que sentencia la inutilidad intrínseca en estas materias -básicamente por la invisibilidad del producto final: el saber-, es puesto en jaque por Ordine y un ejército de pensadores que cualquiera gustaría de tener como defensores:

Aristóteles, Dante, Kant, Montaigne, Locke, García Lorca, Calvino o Cioran recorren las páginas de este texto, haciendo valer el placer intangible del saber académico bien orientado, aquel que, en el momento menos pensado nos acorta caminos y enaltece el goce -y no las adquisiciones materiales- que tenemos en vida.

Además, casi como un plus para nosotros, lectores de Sudamérica, el énfasis que el italiano calca en sus páginas, haciéndose eco de los recortes en presupuestos públicos para educación e investigación, nos permite leer a contraluz, ver qué pasa allá en ese espejismo llamado Primer Mundo, tan lejano, tan cercano a la vez.

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