Benjamin Black es John Banville; no lo trata de ocultar. Y en este caso también es Raymond Chandler, de algún modo, al revivir a su detective Philip Marlowe. Pero sólo de algún modo: Banville es fiel a la voz elegante pero espontánea de Black.
Y más allá de la dimensión que toma Marlowe al mando de Banville -una dureza esta vez desestabilizada hasta la tragicómica humillación-, ‘La rubia de ojos negros’ es una verdadera historia, un invento, una apuesta a la ficción en el sentido de “la gran novela norteamericana”; aquella que, según Banville, nunca dejo de confiar en sí misma.
A pesar del inmortal tic de la comparación (insisten remarcar cuán “mejor” es Banville y por otro lado, que sus ficciones son puro arquetIpo), la versión que hace Black de Marlowe nos lleva a Hollywood, cigarrillos con boquillas, perfumes que enamoran y vestidos sobre el piano. Droga en la bebida, tiros, sangre y borracheras. Nos lleva a contemplar el mundo como Marlowe. Hasta la última palabra.
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