Apuntes. Cuadernos de notas. Tapas negras. Rabanal combina fragmentos tomados de distintos años, entre comienzos de los ’70 y fines de los ’80 (sin un orden cronológico estricto), escribiendo varios libros en uno sólo.
Por un lado las preguntas sobre la escritura, la pasión, los nombres propios y los temas con mayúscula, y por otro el contexto argentino, cultural, incierto y opresivo. Pero, como hay los días más terrenales, registra charlas, funerales, las noches infecundas de escritura y las escapadas al cine o al café La Paz. En esa capa uno navega el texto, sin sobresaltos que justifiquen al constante cuestionar.
Sobre todo porque Rabanal nos acerca nombres como Goethe o Camus para hablar de tolerancia, Bunge o la metáfora para definir lo real, y Barthes o Lowry para guiar ideas en sus textos, sin hacer de los apuntes un torrente abstracto; sin necesidad de pedantería.
Podemos leer a Rabanal haciendo ejercicios (por ejemplo, narrar lo abstracto de forma concreta), o el que a fines del 76 escribe que algo le dice que después de ese verano ya nada será igual o el que piensa a Bergman, Gombrowicz y el cine. Y podemos leer al Rabanal que discute con la historia, escucha a Jorge Barón Biza, cuestiona a la prensa, admira a Hugo Gola, a Madariaga, y acompaña a Osvaldo Lamborghini.
Un libro con varios libros fundamentalmente porque no fue pensado como tal, porque cuando leemos las notas sobre apuntes anteriores sentimos algo similar a la famosa puesta en abismo: nos vemos reconstruir una vida escrita, ya reconstruida arbitrariamente en el libro que tenemos en las manos. Y volvemos a preguntarnos: ¿De qué está hecha la vida?
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