sábado, 12 de abril de 2014

METAMAUS, de ART SPIEGELMAN

Algunos críticos y escritores de buenos titulares apuestan, sin correr riesgo alguno, que en unos años, digamos unos doscientos mil, la única obra de la galaxia Literatura que sobrevivirá será la de Shakespeare.

Suponiendo que la futurología fuera eficiente, y cambiando literatura por cómic, historieta o novela gráfica, lamentablemente se podría decir lo mismo de Maus, la obra maestra de Art Spiegelman. 'Lamentablemente' por dos motivos: porque el recuerdo de la humanidad sería el de una guerra constante que oscila entre el campo de batalla, el campo de exterminio y el infierno que habita en el corazón de cada hombre, esté donde esté. Aunque, sin embargo, que el siglo XX se recuerde de esta manera lo podemos entender -¿no hay días que creemos que la humanidad merece ser recordada de esa manera?-.


Pero, peor aún, sería lamentable porque lo fundamental de la obra de Spiegelman se nos habría escapado de las manos. En la entrevista de más de doscientas páginas que le hace Hillary Chute, intercalada con opiniones sobre técnica, anécdotas con otros caricaturistas, archivos, dibujos, fotos y más, queda expuesto el fin del clásico moderno: que nadie desaparezca, que no se pierda la memoria, que no se borre del mapa ninguna obra, humana o de arte.


En Metamaus, Spiegelman nos cuenta anécdotas de la infancia para llegar a enterarnos cómo se arrima a su padre, Vladek, para finalmente entrevistarlo en 1972 y de ahí tomar su testimonio sobre su vivencia en los campos. Con ese testimonio (que está transcripto -entero en el DVD y un fragmento en el libro-) Art haría Maus.


Desde ese punto de partida, la entrevista pasa por una cátedra de dibujo, las formas de creación y las preguntas-ejes: ¿Por qué el holocausto? ¿Por qué ratones? ¿Por qué un cómic?, que iluminan la pulsión del artista. Aquel que, lejos de librarse a la forma/contenido de moda, o a la vagancia disfrazada de una vanguardia apolillada, es plenamente consciente del trazo que traza, la historia que cuenta y el destino final de sus ratones: salvar al mundo. O salvarse del mismo.



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