lunes, 30 de septiembre de 2013

“Tela de sevoya”, de Myriam Moscona


"Mi abuela tiene un momento de lucidez antes de morir. Está al pie de su cama cuando suspira jalando aire como si fuera a encender un motor. La tomo de la mano y le digo al oído: 'Abuela, ¿me perdonas?' Voltea la cara y me dice: 'No. Para una preta kriatura komo sos, no ai pedron'."
La protagonista de “Tela de sevoya”, mexicana, viaja a Bulgaria en busca de la casa de sus padres, de su historia y del ladino, la lengua familiar que los judíos sefardís se llevaron consigo de la España medieval.
En esta obra se entreveran anécdotas, dolorosos episodios de infancia, sueños, poemas, testimonios, así como diálogos con una abuela malencarada y hablante de aquella lengua. El lector será testigo de momentos históricos que, entre otros, remiten a la expulsión de los judíos de España en el siglo XV.
Una novela que conmueve ante las descripciones que retratan la llegada de los migrantes judíos a sus nuevos países. Se trata, en suma, de una obra donde la dulzura del ladino, con su extraña ortografía, encabeza este relato a través de páginas rescatadas, transcritas, investigadas, imaginadas e incluso soñadas por la voz narrativa de esta novela, obra única en su género.


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viernes, 27 de septiembre de 2013

Salón Deutschland


Un salón donde se dan cita intelectuales puede ser un espacio de erudita circulación social, y también un microcosmos que permite entender la cultura y la política de una época. El que funcionó durante poco más de cuatro décadas en la casa del editor alemán Hugo Bruckmann pertenece a esta segunda categoría. Y en un momento clave de la historia moderna: desde fines del siglo XIX hasta 1941, en Berlín. Es decir, durante el momento de la mayor y más dramática transformación alemana. Por allí pasaron poetas, artistas y escritores (Stefan George, Thomas Mann, Rilke, Hugo von Hofmannsthal, etc.), y allí se vivió con estupor y desaliento la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, agravado por las duras condiciones que impuso el Tratado de Versalles.
Tras eso nada sería igual. Unos años después, la política ingresó en el salón. En diciembre de 1924 lo visitó Hitler; se hará un habitué, acompañado por Rudolf Hess y Alfred Rosenberg. El salón pasará a ser el punto de encuentro de aquello que en teoría no podía reunirse: una refinada élite intelectual y los líderes del nazismo, el mayor régimen criminal del siglo XX.  Traducido: arte, antisemitismo y genocidio, con el horizonte justificador del renacimiento de Alemania.
Gracias a una exhaustiva investigación, Wolfgang Martynkewicz ha escrito un libro fundamental que viene a llenar un vacío llamativo: el de la mutación del campo cultural alemán, con las urgentes preguntas que esto genera. ¿Hasta qué punto los intelectuales ayudaron a dar una entidad filosófica al nazismo? ¿Eran conscientes del riesgo que representaba el antisemitismo? ¿Lo entendieron como un mal menor, que había que tolerar por el bien de la nación? ¿O eran simplemente antisemitas y devotos de la Gran Germania y encontraron en el nazismo el camino adecuado? “Salón Deutschland” despeja con inteligencia y agudeza estos interrogantes. Y es también un prisma que permite entender las relaciones entre cultura y barbarie.


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jueves, 26 de septiembre de 2013

Antígonas. La travesía de un mito universal por la historia de Occidente.


El conflicto entre Antígona y Creonte representa un dilema eterno en toda sociedad: la obligación de la sangre irremediablemente opuesta a la ley de Estado. La tragedia “Antígona” de Sófocles no sólo sacudió la conciencia de los espectadores del teatro griego. A lo largo de los siglos ha dado lugar a incontables relecturas, desde la antigua Roma hasta el surrealismo del siglo XX. George Steiner –para quien “la crítica literaria debiera nacer de una deuda de amor para con la obra comentada”– reconstruye el proceso de transmisión del mito de Antígona en todas sus formas de expresión, no sólo en el teatro, la ópera o el ballet, sino también en la reflexión filosófica, antropológica y política. En las diferentes lecturas se perciben los cambios de ideas políticas y sociales a lo largo del tiempo, pero también la invariable admiración por el heroísmo incondicional de una figura que trasciende todas las épocas. Este libro es una de las contribuciones más extraordinarias a la historia de la cultura y una fascinante aventura lectora para todos aquellos que se apasionan por los temas más profundos de la humanidad.


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George Steiner es uno de los más reconocidos estudiosos de la cultura europea: un “maestro de lectura”, “un superviviente”, como gusta de calificarse. Ha ejercido la docencia en las universidades de Stanford, Nueva York y Princeton, así como en las de Ginebra, Harvard y Cambridge. Fue crítico literario en The New Yorker, The New York Times y The Economist. Entre los numerosos galardones con que ha sido honrado destaca el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2001.

martes, 24 de septiembre de 2013

La luz contra el centeno


La luz contra el centeno

La luz contra el centeno,
apretada y silenciosa,
la luz de los pobres.

Alguien canta
y no está lejos,
el camino
no es medida
ni el centro coronado.
La pobreza
tiene un
centímetro infinito.


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XXX

En una mordedura
de la tierra
iremos a parar
alguna vez,

cada cual
con sus mil novecientos
y pico.

Una mordedura
que cierre diferente
a como cierra una herida.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Letrados y pensadores


“Letrados y pensadores” ofrece el destilado de las innúmeras reflexiones acumuladas a lo largo del más de medio siglo en que intenté una vez y otra descifrar los testimonios que acerca de sus experiencias de vida nos han dejado un puñado de hombres de letras cuyas trayectorias cubren las doce décadas que corren entre ese año de 1794 en que el mexicano fray Servando Teresa de Mier intentó con resultados desastrosos usar sus saberes y destrezas de letrado del Antiguo Régimen para conquistar un lugar expectable en un mundo nuevo que aún no existía, pero cuyos perfiles su imaginación clarividente había sabido prever, y los que se abrieron en 1914, en que desde su nativo Nuevo Reino de León hasta el Río de la Plata, en las tierras antes españolas del Nuevo Mundo los -y ahora también las- intelectuales, que a diferencia de los tiempos coloniales encarnaban un tipo humano cada vez más diversificado, pululaban con la misma abundancia que en los países del Viejo Mundo que hasta poco antes, en ese campo como en tantos otros, habían sido tenidos desde esas tierras por modelos inalcanzables"
Tulio Halperín Donghi

Mediante la silueta biográfica de distintos intelectuales contemporáneos de las revoluciones que en los países latinoamericanos condujeron a la independencia, y de otros, hijos decepcionados de esas mismas empresas revolucionarias, el gran historiador Tulio Halperin Donghi establece la génesis y el posterior desarrollo de los pensadores hispanoamericanos. El siglo XIX, pródigo en héroes, militares y estadistas, también forjó una clase de protagonistas que proyectarían su influencia, como en los casos de Juan Bautista Alberdi y Domingo F. Sarmiento en la Argentina o Guillermo Prieto en México, en épocas posteriores.


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sábado, 21 de septiembre de 2013

Dos recomendaciones infantiles


Mis 10 primeros cuadros, de Marie Sellier

¿Un gato? ¿Una sonrisa? ¿Un pueblo que duerme?... ¿Una obra de arte?
Mira por los agujeros y descubre lo que hay detrás
A través de pequeños orificios en las páginas, el niño descubre los detalles de un cuadro, pero al dar vuelta a la página puede apreciar la obra como un todo. Hay muchas formas de aprender a contar, pero pocas veces nos encontraremos con una propuesta artística como ésta.

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Olivia y las princesas, de Ian Falconer


Olivia no quería ser una princesa, como el resto de sus amiguitas. Decía tener una "crisis de identidad" y no comprendía por qué todas las demás se disfrazaban con falditas brillosas, varitas mágicas y coronas. Cuestionaba, además, que siempre quisieran ser princesas rosas. ¿Por qué no pensaban en ser princesas indias, tailandesas, africanas o chinas? No entendía. Lo único que tenía claro es que ella no sería una de ellas. Buscaba un estilo más original, más moderno. Tampoco pretendía ser La niña de los cerillos referida por Hans Christian Andersen, como en los cuentos que le leía su mamá antes de dormir. Por las noches, imaginaba que podría ser enfermera o reportera, incluso en adoptar a niños pobres. Y de tanto pensar, Olivia supo exactamente qué quería llegar a ser algún día.


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viernes, 20 de septiembre de 2013

La “Prosa plebeya” de Néstor Perlongher


“Prosa plebeya” reúne los ensayos más representativos de Néstor Perlongher publicados entre 1980 y 1992 en diferentes revistas culturales. La recopilación hecha por Osvaldo Baigorria y Christian Ferrer gira en torno a las políticas del deseo, la deriva homosexual, la estética neobarroca, las formas del éxtasis, la guerra de Malvinas y la figura de Eva Perón.
Perlongher fue poeta, sociólogo, antropólogo y militante del Frente de Liberación Homosexual argentino, pero ante todo fue un pensador callejero. Durante toda su vida buscó respuestas frente al problema de la identidad. A su exploración de los márgenes y experimentación sexual de los primeros años le siguieron modos más extremos del abandono de sí con el objetivo de volverse ‘uno con el cosmos’. El deseo, a partir de la lectura de Deleuze, fue su punto de anclaje para pensar lo político: “¿Cómo abrirse a todos los flujos cuando el entramado institucional del imperio nos enseña a cerrarnos, a centralizarnos en un ego despótico, a no dejarnos ir, a controlarnos?”

Sus ideas continúan siendo contemporáneas y aportan una mirada lúcida sobre la realidad actual. Estos ensayos traen al presente una escritura caracterizada por un radical trabajo con la lengua, cuyo estilo forma parte inconfundible de un modo de ejercer la crítica que hoy sigue siendo revolucionario. 


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jueves, 19 de septiembre de 2013

“Líneas paralelas”, de Charly García


Cuando Charly García suba al escenario del Teatro Colón para ofrecer los conciertos del 23 y el 30 de septiembre, habrá sucedido además otro evento, diferente pero no menos original: estará en librerías “Líneas paralelas”, algo que en las propias palabras del músico se define como “una ciencia ficción musical by Carlos Alberto García Lange”.
Un dispositivo artie de dibujos, bocetos, collages, anécdotas, críticas y textos manuscritos. Un artificio urgente y posible. Charly García habla sobre música, sobre su propio lugar en el mundo del rock, su último regreso después del último estallido, el papel de las drogas, los psicólogos y la psiquiatría. Una puesta al día, un balance reflexivo de un Charly que, una vez más, se anticipa a lo que digan de él porque vuelve a reinventarse.
El prólogo, que firma Charly, es una declaración del núcleo duro que lo obsesiona por estos días. Si alguna vez intentó un concierto cuadrafónico, si en otro momento quería arrojar muñecos al Río de la Plata desde helicópteros como una puesta en escena de los vuelos de la muerte (idea arrumbada ante la oposición de Hebe de Bonafini), ahora su discurso apunta al número dos: dos líneas paralelas, un acorde sin la tercera nota. Un discurso en que caben desde Jimi Hendrix y Woody Allen hasta la ambulancia que se aleja por la avenida.


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“A menos que ignoremos la física, sabemos que las líneas paralelas no se tocan o cruzan y que su destino es andar por siempre cerca, pero no juntas. Una ambulancia aúlla, alguien la escucha y nota que el canto de la sirena empieza a decaer y hacerse más grave sin que haya habido ninguna modificación mecánica y sin haber sido manipulada de cualquier forma. El cielo no es azul. Una broma puede ser una tragedia entre la emisión de una onda sonora, lumínica o lo que sea. Lo que escuchamos en el caso de la ambulancia es algo que atravesó el aire u otros elementos como el agua, gases, etc. y en el trayecto cambió su afinación, su forma, su alma. En el espacio, los universos –o lo que sea que haya ahí afuera– todo es silencio. Hendrix podría estar tocando ‘Voodoo child’ y nadie lo escucharía. Ubiqué las líneas paralelas como las de un tren o pista de lanzamiento de naves espaciales. Estas dos líneas son notas: Sol y Re. Dos notas (número insuficiente para formar un acorde base inamovible de la música que fue, es... y ¿erá?) La tercera define el alma del acorde, ya que si es mayor, transmite alegría. Y ya que si es menor (un semitono abajo), provocará tristeza. En estas palabras introductorias les quiero hacer saber que esto no es una teoría para destruir la música y que todo lo que se ve o se escucha, hay que tomarlo como a una película de Woody Allen, donde algo absurdo o imposible se da por sentado ya que estamos ante un cuento de música-ficción y en el fondo una alegoría sobre los seres humanos. Sobre los que cantan, sobre los que escuchan, y la relación de esas líneas paralelas que se necesitan para existir. Y lo más importante: el espacio. Gracias por venir al estreno de “Líneas paralelas” (artificio imposible) Les dejo un pensamiento del ya citado Hendrix: ‘La música no son las notas, es el espacio que hay entre ellas’.”

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La tradición oculta del alma


"(...)destaca por su claridad, por su ingenio y por una capacidad en ocasiones asombrosa para resolver puntos oscuros o contradicciones aparentemente insuperables."
Andrés Ibáñez. ABC cultural


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Si “El fuego secreto de los filósofos” es una guía completa de la Imaginación, entendida como potencia esencial del psiquismo y fuente de conocimiento interior, “La tradición oculta del alma” –acaso su obra más importante– es un libro iniciático que nos adentra en los meandros de un tema tan difícil como necesario: el alma. Patrick Harpur hace un completo recorrido por la cultura occidental a través de la filosofía, la mitología, la alquimia, la poesía, la psicología y la antropología, para mostrarnos los lugares secretos en los que nuestra tradición espiritual halló un sentido profundo a la vida, hoy totalmente olvidado. Como es usual en este autor, la senda que nos abre su investigación contempla la realidad del alma desde una multiplicidad de perspectivas: el mito, el cuerpo, el Alma del Mundo, los dáimones, lo inconsciente, el espíritu, el ego, la muerte y el otro mundo. Tal es el propósito de este libro iluminador.


martes, 17 de septiembre de 2013

Los crímenes de Moisés Ville


En junio de 2009 Javier Sinay encontró en internet la reproducción de un artículo de 1947, titulado ‘Las primeras víctimas judías en Moisés Ville’. Estaba firmado por su bisabuelo, Mijl Hacohen Sinay, periodista como él, y resultó espeluznante: hablaba de una serie de veintidós asesinatos cometidos, entre 1889 y principios del siglo XX, por gauchos criollos contra inmigrantes judíos llegados a esa zona de la provincia de Santa Fe desde Ucrania, huyendo de los pogroms del imperio zarista. Sinay comenzó a reconstruir la historia de su bisabuelo y la de ese pequeño pueblo santafesino, hasta dar con un costado poco conocido y brutal de la relación entre gauchos y judíos por aquellos años. En esa investigación, a la vez entrañable y tenebrosa, aprendió ídish para descifrar documentos antiquísimos, contrató a un detective para rastrear los ejemplares de Der Viderkol, —el primer periódico judío de la Argentina— y viajó repetidas veces a Moisés Ville, donde la cultura judía ha dejado huella en sus cuatro sinagogas y sus calles de nombres hebreos.

Entrá al sitio web http://www.loscrimenesdemoisesville.com/ y conocé en profundidad la investigación de Javier Sinay.


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lunes, 16 de septiembre de 2013

"Miedo a la vida", de Alexander Lowen


«La satisfacción que brindan la vida y la terapia es la capacidad para ser plenamente sincero con uno mismo. Ese «uno mismo» es, en mi opinión, el sujeto corporal, el único sujeto que llegamos a conocer. Ámalo, confía en él y sé auténtico contigo.»
Alexander Lowen


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Alexander Lowen  fue el creador y principal difusor de la bioenergética, una revolucionaria escuela de psicoterapia basada originalmente en las enseñanzas de Wilhelm Reich y centrada en el tratamiento somático de los fenómenos psíquicos. De acuerdo con su propia descripción, la bioenergética «integra el trabajo corporal con las relaciones interpersonales y los mecanismos mentales del paciente; todos los elementos se relacionan y cada uno es interpretado en función de los restantes». Tras la fundación del International Institute for Bioenergetic Analysis en 1956, expuso sus hallazgos en catorce libros, entre ellos El lenguaje del cuerpo, Bioenergética, La depresión y el cuerpo, La traición al cuerpo, Amor y orgasmo, Ejercicios de bioenergética y La espiritualidad del cuerpo. El Miedo a la vida, obra aparecida en 1980, puede entenderse como un corolario y una lúcida síntesis de su trayectoria intelectual.


«El doctor Alexander Lowen recurre lúcidamente a la leyenda de Edipo para mostrar cómo el deterioro del yo y el miedo a la vida son el resultado de nuestra civilizada obsesión por el éxito y el poder. Y además nos ofrece una vía para escapar de la trampa: esa vía pasa por una humilde aceptación de nuestra naturaleza animal e instintiva y conduce finalmente a la paz espiritual.»
Robert Lewis, profesor de psiquiatría en la Mount Sinai School of Medicine

sábado, 14 de septiembre de 2013

El río de la literatura


Este libro intenta dar algunas ideas sobre lo que han sido y son la literatura y las literaturas en la vida del hombre, y ello desde Homero y aun antes, desde que el hombre es hombre, hasta el siglo XVII d. C. Este es el ambicioso intento de este libro. Ninguno conocemos todas las Literaturas unidas al que llamamos Río de la Literatura: las que van desde el Sumerio al Próximo Oriente, luego al Griego, al Latín y a las Literaturas descendientes de éste en Europa, hasta la fecha indicada.
En suma, se trata de estudiar las relaciones dentro de las diversas fases dela Literatura, fundadas todas en universales humanos a partir de los míticos y legendarios, y nacida siempre, en definitiva, en la fiesta popular. Porque la literatura viene de y es una fiesta, nos permite descansar y pensar, romper, aunque sea por un momento, los límites angostos en que nos movemos. Y ello siempre y ahora mismo.


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“La literatura está siendo arrinconada”
Francisco Rodríguez Adrados, último Premio Nacional de las Letras, rastrea en su nuevo ensayo las fuentes comunes de la ficción europea lejos de nacionalismos
Javier Rodríguez Marcos. El País, 22 ABR 2013

Francisco Rodríguez Adrados tiene 90 años y la energía de un becario. En noviembre recibió el Premio Nacional de las Letras y en marzo viajó a Grecia para dictar la conferencia inaugural del congreso de historia de la lengua griega; los jueves acude a la Real Academia Española y los viernes a la de la Historia, de las que es miembro. Honores aparte, en una mesa de su casa madrileña tiene las galeradas de una nueva edición de la Ilíada –obra de un colega- que corrige estos días y junto al televisor, un ejemplar de El río de la literatura (Ariel), el libro de 600 páginas que acaba de publicar y que él describe como “de pensamiento, no de erudición” pero cuya ambición está bien reflejada en su subtítulo: De Sumeria y Homero a Shakespeare y Cervantes.
Si se piensa que Adrados ha escrito en la última década libros como El reloj de la historia (Homo sapiens, Grecia Antigua y Mundo Moderno), Nueva historia de la democracia o Historias de las lenguas de Europa se entiende la amplitud de intereses de este sabio nacido en Salamanca en 1922. En su opinión, el “núcleo central” de la literatura universal está en el “corredor” que forman Egipto, Oriente próximo, Grecia, Roma, la Edad Media europea y las literaturas europeas y americanas modernas. Pero matiza: “Ese ‘río’ no es el único en el mundo, pero es el que más ha influido, el más globalizado”. Catedrático emérito de Filología Griega de la Universidad Complutense, Adrados es consciente de que su manera de estudiar la literatura contrasta con la tendencia a hacerlo embalsando las aguas de ese ‘río’ en los pantanos del nacionalismo decimonónico: “Es imposible dominarlo todo, pero está claro que la literatura occidental tiene una fuente común: la oralidad”.
La épica, la lírica y la literatura sapiencial son los tres géneros esenciales desde Sumeria, un “agregado de ciudades” cuyo idioma fue la lengua culta del Próximo Oriente -“como el latín en la Edad Media”- y cuya literatura –con el Poema de Gilgames como cumbre- contiene ya muchos temas aún vigentes: del origen del mundo al amor pasando por las fábulas (campo en el que Adrados es una autoridad mundial). Hace 40 años se publicó su pionero estudio Fiesta, comedia y tragedia –enseguida traducido al inglés-, y algunas de sus ideas vuelven a recorrer ahora El río de la literatura. Sobre todo la central: si el origen de la literatura es oral, el origen de la oralidad es la fiesta: “En ella se mezclaban imitaciones, ritos y deporte”. La palabra, insiste, iba acompañada de música y danza. “Lo del autor encerrado en su despacho destilando sus sentimientos es muy posterior, aunque hubiera un Ahikar asirio, un Ptahhotel egipcio o un Homero griego (si es un nombre real). En la fiesta el sentimiento es de todos. Es difícil de entender con la sacralización actual de la autoría y de la originalidad, pero es así”. Según su autor, El río de la literatura trata de contextualizar piezas que hemos conocido aisladas: “Cuando hablamos de literatura oral con poemas, fábulas o representaciones dramáticas, desgajamos esa pieza del entorno en que nació. Es inevitable pero empobrecedor, como si arrancásemos una escultura de la fachada de una catedral y la viéramos aislada en un museo”.
Para este helenista que recuerda su primer viaje a Grecia en 1953, la cultura griega es el gran hito por lo que tiene de resumen de lo anterior –Egipto, Sumeria- y de vanguardia: “La literatura occidental es como una carrera ciclista. Avanza en grupo pero a veces alguno salta del pelotón: esos que saltan son los griegos. Ellos inventaron el individuo humano. En el comienzo de la Ilíada se ve cómo a Agamenón le dicen todas las verdades en asamblea, como si fuera el parlamento de aquí. Aquello asustaba a la gente. Tanto que la palabra democracia estaba prohibida en la Edad Media”.
Según el profesor Adrados, no solo los argumentos y los géneros de la literatura son constantes, también lo son sus ciclos. Por eso subraya el paralelismo entre la Antigüedad y el Medievo: al origen oral le siguió un esplendor de la escritura que terminó en decadencia (“cae el imperio romano, se rompen las comunicaciones, las lenguas vernáculas se imponen al latín, desaparece la gran tragedia, los cristianos vetan los géneros eróticos…”). La Edad Media empezó con la oralidad popular y rehizo el mismo camino. “Parecía que de tanto avanzar se había llegado al comienzo”, resume Adrados. “Se dio una terrible estratificación social. La alta literatura se refugió en las bibliotecas. La gente común no leía, le bastaba con la Historia Sagrada esculpida en los templos”.
Vista la actualidad de un resumen así, ¿vivimos una nueva Edad Media? “No quiero ponerme fúnebre”, responde Rodríguez Adrados. “Se siguen haciendo grandes librotes, pero el influjo de los medios electrónicos ha acostumbrado a la gente a mensajes pequeños, más concentrados, tal vez más frívolos. La literatura nace de la fiesta, pero ahora siempre es fiesta. En la fiesta usted se viste de otra manera, come y bebe de otra manera, puede hacer bromas sobre el vecino.... La fiesta era un descanso y una liberación. Ahora, como decía Larra, todos los días son carnaval. Ese chisme [dice señalando al televisor] es pura fiesta. La literatura era fiesta y ayudaba a vivir; ahora la literatura está siendo arrinconada”.

Adrados asume que el libro “se enfrenta hoy a la competencia de medios que requieren menos esfuerzo”, pero su conocimiento del pasado le impide ser lapidario respecto al futuro: “Tal vez vivamos una decadencia desde el punto de vista de la literatura antigua, pero puede nacer otra gran literatura. Antes la literatura popular era para las masas y la culta, para gente con cierta formación. Hoy la culta podría llegar a todos pero los niveles de enseñanza han bajado. Eso es lo preocupante”. La escritura no acabó con la oralidad ni la imagen con la escritura, recuerda. “La Iglesia se carga el teatro pero renace al cabo de los siglos; la épica había desaparecido y en el XIX resucita en cierta novelística, en Gogol, por ejemplo. La naturaleza humana es muy fuerte. Todo lo que prohibieron los cristianos –las instituciones políticas libres, los baños, el desnudo, el deporte- volvió al cabo de mil años. Ahí están”.

viernes, 13 de septiembre de 2013

"Esto no es una novela", de David Markson


"Libre de las demandas del mercado, Markson teje escenas verídicas e inventadas, ratificadas e improbables. La ficción no se conforma con 'lo ocurrido'; contiene 'lo que podría haber pasado' y se apropia también de lo imposible; es decir: de lo necesario.";
Maximiliano Crespi, Revista Ñ


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La aparición en 2012 de “La soledad del lector” marcó el descubrimiento definitivo de David Markson en lengua castellana. Aclamada por la crítica, elegida una de las novelas del año en Argentina, España, México, Colombia y Chile, fue sin embargo el entusiasmo que despertó en los lectores lo que puso a “La soledad del lector” y a Markson en boca de todos. “Esto no es una novela” (publicado originalmente en 2001) es la continuación de uno de los experimentos literarios más importantes de las últimas décadas, la segunda entrega de una tetralogía a la que David Markson dedicó los últimos años de vida.
Como la pipa del cuadro de Magritte que analizó Foucault, “Esto no es una novela” se proyecta en muchas direcciones y pone a la imaginación en situación de sospecha. ¿De qué se trata? Las pistas son múltiples: la muerte, el amor, la representación, el trabajo, la amistad, la vida "ejemplar"; de artistas y científicos, lo singular y lo tautológico, lo indiferente y lo obvio, la lealtad fanática del humor, la hondura angustiosa de la enfermedad y la muerte, "el sufrimiento de ser y el aburrimiento de existir"; el arco delicioso de la risa imprevista y la inconstante dicha. El libro a nadie expulsa, y proporciona una sabiduría y un deleite ilimitados.

“Esto no es una novela” es y no es una novela. Y así la colección de datos, citas, hechos, anécdotas, escenas veladas, discretas tragedias, encuentra el cauce, el paso, el ritmo justo de lectura que le impone ese otro personaje admirable al que la novela parece, por fin, asignarle un papel central: el lector. 

jueves, 12 de septiembre de 2013

La época de los aparatos


Jean-Louis Deótte extrapola en este libro artes y técnica, a partir de las relaciones entre ambas. En este proceso el autor sitúa la noción de aparato y sus nexos con el arte. Walter Benjamin fue quien introdujo en primer lugar sus elaboraciones sobre los aparatos. Tal vez el término “diversidad” no sería preciso para definir lo que las artes de la actualidad expresan –dado que lo diverso califica de forma débil una situación–. Quizás la noción de “fragmento” sería más apropiada. Y esto nos obliga siempre a preguntarnos cuál es la totalidad en crudo que esos fragmentos convocan o recuerdan. La estética del fragmento genera necesariamente una dialéctica de la parte y de la totalidad. Este lúcido ensayo comienza afirmando que las artes contemporáneas pondrían en riesgo el poder de unificación del arte. Porque el arte de esta época no sería más el de la ruina, que es siempre un fragmento, sino el de la ceniza sobre la cual el crítico difícilmente pueda aferrarse. En “La época de los aparatos”, Jean-Louis Déotte examina a lo largo de veintitrés capítulos un conjunto de autores de distintas procedencias que toman a los aparatos como objetos de sus formulaciones: de Schiller, Descartes y Flaubert a Greenaway, Panofsky, Adorno, Lefort, Arendt, Sokúrov, Foucault y Flusser, entre otros.


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miércoles, 11 de septiembre de 2013

La cultura en el mundo de la modernidad líquida


La cultura fue concebida originalmente como un agente de cambio, una misión emprendida con el objeto de educar a las masas y refinar sus costumbres. Pero en nuestro mundo contemporáneo de la modernidad líquida, la cultura ha perdido su rol misional: ya no busca ilustrar e iluminar al pueblo sino seducir al público. Inserta en una sociedad de consumo, su función no consiste en satisfacer las necesidades existentes sino en crear necesidades nuevas, y a la vez garantizar la permanente insatisfacción de las que ya están afianzadas. Así, la cultura actual se asemeja a una gran tienda cuyos estantes rebosan de bienes deseables que cambian a diario, en competencia por la atención insoportablemente fugaz y distraída de los potenciales clientes.
En este nuevo libro, Zygmunt Bauman –uno de los pensadores más brillantes y provocadores de nuestro tiempo– rastrea las peregrinaciones del concepto de cultura y examina su destino en un mundo marcado por las nuevas y poderosas fuerzas de la globalización, las migraciones y la interacción de poblaciones, que ponen en cuestión los lazos entre identidad y nacionalidad.
Frente a la realidad de vivir en estrecha cercanía con diversos pueblos, lenguas e historias, Bauman apela a un diálogo entre culturas en el que las comunidades se abran mutuamente e inicien un intercambio que las enriquezca en la búsqueda de una humanidad común. En un espacio en donde el Otro siempre es el vecino, cada uno recibe un llamamiento constante a aprender de todos los demás.


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martes, 10 de septiembre de 2013

Baruch Spinoza: dos miradas


“La herida de Spinoza”, de Vicente Serrano


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La vida entera de muchos ensayistas transcurre sin dar jamás con un tema. Este ensayo no sólo se topa con un tema, sino que incluso se da el lujo de aprovecharlo. El tema es la felicidad. Sin embargo, “La herida de Spinoza” es un libro de filosofía, no de autoayuda. Parte de algunas conclusiones recientes de la neurología, en particular de las investigaciones de Antonio Damasio acerca de la impertinencia de la secular división entre mente y cuerpo. El propio Damasio vincula sus investigaciones con las ideas que Spinoza expuso en su Ética. Para Damasio, la tranquila aceptación de la muerte, una de las señas de identidad de la ética de Spinoza –de hecho, la «herida» de Spinoza–, resulta «irritante». Ese comentario de Damasio parece inocuo, pero para Vicente Serrano no lo es, sino que apunta a una especie de «desajuste», a una extraña incomprensión de la diferencia última de la ética spinozista. A partir de ahí el autor no se propone criticar solamente esa y otras lecturas de Spinoza, sino que plantea además una amplia crítica a la modernidad, y también a la posmodernidad. “La herida de Spinoza” se convierte entonces en una revisión de la historia entera de la filosofía en esa zona en que ética y metafísica (u ontología) se superponen. Aunque el proyecto parece apabullante, el autor se asegura de estar bien equipado. Por una parte suprime el aparato académico, lo que le permite ser más breve y directo, y por otra echa mano de una erudición notable y, sobre todo, de una capacidad absolutamente inusual de explicación. Si hubiera que buscar parangones a esa capacidad, no quedaría más remedio que acudir a Rüdiger Safranski. El autor, sin embargo, no hace biografías, ni siquiera historia de la filosofía como tal, sino que intenta filosofar de la mano de los más grandes pensadores de la historia. El ensayo se completa con la inclusión de una pieza maestra: los afectos. Los afectos serían la respuesta posible de la filosofía al problema de la biopolítica. La progresión de la modernidad no sólo implica la desaparición de la naturaleza, sino la sustitución absoluta de los afectos por la voluntad (de voluntad). Si la vuelta a la naturaleza es imposible, e incluso indeseable –dado que la naturaleza no fue nunca más que una metáfora–, Serrano se inspira en Foucault para proponer una «vuelta» a los afectos como la pieza fundamental que cierra la reflexión sobre el poder.


“Baruch”, de Diego Tatián


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Diego Tatián recorre en este libro -cuyo título sugiere que se tratará, si no es absurda la distinción, más con el hombre que con el filósofo- algunas historias poco conocidas, laterales de la vida de Spinoza. Manteniéndose en el umbral entre el cuento, el ensayo y la filosofía, Tatián va componiendo una imagen (como tal vez diría Benjamín) del autor de la Ética. Preciosos veintidós capítulos, en que se entreveran el hombre -el niño, el amigo, el hermano, el compañero, el hijo, el maestro, el inquilino, el solitario, el olvidado, el muerto- y el filósofo -la obra-. Tatián, sin embargo, a la manera de Borges con Valéry, no hablará de "una imagen de Spinoza" sino de "Spinoza como símbolo": de la palabra libre, de la singularidad lúcida, pero también de militancia, de "deseo de comunidad".
"Filósofo de la necesidad, el autor de la Ética nos lega la idea preciosa de que la historia -cualquiera sea el momento en el que nos haya tocado nacer- está radicalmente abierta a un trabajo del pensamiento y de la militancia (que es una forma del pensamiento). Símbolo de la palabra libre, de la singularidad lúcida, Spinoza lo es al mismo tiempo del filósofo que toma por su objeto más eminentemente filosófico los avata-res colectivos orientados a la igualdad, a los encuentros políticos y las composiciones de indeterminada pluralidad, que todos los tiempos producen con intensidad mayor o menor. Esa encrucijada de soledad serena y deseo de comunidad; de cautela y apertura a los demás; de lucidez filosófica y pasión política, dotan a la aventura spinozista de una extrañeza sensible que logra conjugar amor y pensamiento -según nos lega su expresión "amor intelectual"-, y de una potencia crítica que jamás subordina la emancipación al poder -sino siempre al revés- ni la transformación colectiva a la línea recta de la desgracia".

lunes, 9 de septiembre de 2013

Al buen entendedor


Durante la última década, el nombre de Heaney ha dejado una impronta en el quehacer literario de numerosos escritores en lengua inglesa, pues su poesía es un fiel reflejo del espíritu de una nación en constante pugna, misma que se vivifica y se redefine en cada escrito del autor. En palabras del propio poeta, "la poesía logra el balance de los distintos grados de la realidad para llegar a todo equilibrio trascendente". Sea en las calles de un Dublín abatido, en el recorrido de una barca funeraria vikinga, o en el ejercicio contemplativo de la naturaleza, Heaney plasma esa trascendencia en el devenir literario de una Irlanda que hoy se expresa a través de una literatura singular y versátil, orgullosa de su propia identidad y portadora de una voz sólida y consistente.
Pura López Colomé ha transmitido el eco de esa voz en esta compilación de ensayos que ahora atraviesa los lindes de la poesía para encontrarse al servicio de la crítica.
Diversas gamas de discusión y un abanico de temas literarios engalanan el tomo: desde el canon impuesto por Eliot hasta la frescura de poetas como Muir o Kinsella, pasando por el crédito que el autor confiere a grandes obras como 'Beowulf' y 'La Divina Comedia'.


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Domingo 31 de diciembre de 2006. Suplemento Cultura, La Nación.

El júbilo de la poesía

Poco tiempo antes de que Seamus Heaney recibiera en 1995 el Premio Nobel de literatura, el conflicto entre el poder británico y el territorio ocupado de Irlanda del Norte se encaminaba hacia una serie de acuerdos que irían menguando la violencia de una disputa que parecía no tener fin. Aunque la Academia sueca actuó con su habitual dosis de corrección política, afortunadamente también permitió con su elección que el público hispanohablante se acercara a la obra de un autor bien conocido en el ámbito de la poesía anglosajona.
La obra de Heaney (católico, nacido en el condado de Derry en 1939) está íntimamente ligada al paisaje que lo vio nacer, a la vez que pone de manifiesto la conflictiva relación entre su lugar de origen, el Ulster, y la metrópoli, Inglaterra. Como poseído por esa doble naturaleza, Heaney ha sabido conjugar la tradición poética de Irlanda con el canon de la poesía inglesa. Según sus propias palabras, "es difícil crecer en Irlanda del Norte y no sentirse forzado a pensarlo todo dos veces, tarde o temprano".
Aunque su fama se cimentó con títulos como Muerte de un naturalista o Norte , el poeta ha desarrollado en paralelo una intensa actividad como crítico, profesor universitario y conferencista. Al buen entendedor reúne una selección de ensayos en los que analiza algunos de sus temas y autores más caros. Sin un prólogo que sirva de referencia al menos para el fechado y origen de los textos, habrá que contentarse con la contratapa, que comete una inexactitud al afirmar que se trata del primer volumen que recopila en español parte de su obra ensayística. El mismo año del otorgamiento del Nobel, Anagrama editó De la emoción a las palabras , una recopilación de textos aprobada por el autor en la que sí aparecían las obligadas referencias a los originales y sus fechas de publicación.
Más allá de esta desprolijidad, el lector tiene la oportunidad de reencontrarse en Al buen entendedor con el lúcido ensayista que procura con pasión indisoluble, al igual que hace en su poesía, la fusión entre trabajo intelectual y experiencia, entendida ésta como la serie de hechos personales, familiares, históricos, políticos, culturales que moldean una vida. De allí que el camino que recorría de niño entre su casa y la del vecino, llevando a diario un botellón con leche, doscientos metros que separaban algo más que dos casas y dos condados, resulte no menos importante que su formación académica. Esta anécdota, que cuenta en "Escrito para los míos", es sólo un ejemplo, que le sirve para discurrir acerca de un curso de agua cercano a su casa, que remite a cierto momento de la historia irlandesa, y, al mismo tiempo, es motor de un poema y reflexión sobre la relación con la lengua vernácula y la lengua inglesa.
En "Otredad en lugares, otredad en tiempos: el poeta irlandés y Gran Bretaña" y en el ensayo dedicado a su traducción de Beowulf , el poema épico anglosajón, Heaney vuelve una y otra vez sobre la compleja trama lingüística que debe atravesar un poeta nacido en el Ulster.
Un modo de recorrer estos ensayos es repasar algunas nociones que, esparcidas aquí y allá, Heaney propone acerca de la poesía. Cuando se refiere a Czeslaw Milosz, dice que "su obra satisface el apetito de seriedad y júbilo que la poesía despierta en todas las lenguas", o que, aun en traducción, "cumple la antigua expectativa de causar placer e instruir". Cuando escribe sobre Joseph Brodsky, le atribuye al poeta ruso una confianza hacia la poesía "como una fuerza para el bien -no tanto ´para el bien de la sociedad , como a favor de la salud de la mente y el alma individuales". Lo que hace Heaney, sin decirlo, es fijar posición. Cuando habla de seriedad y júbilo, de causar placer e instruir, o de la salud del alma, puede parecer ingenuo, o acaso antiguo, "en una época en que ´la inestabilidad del sujeto humano constantemente se discute, cuando no se presume". Sin embargo, no hace otra cosa que devolverle a la poesía el estatuto de ser un fenómeno del espíritu encarnado en la lengua, o dicho de otro modo, de ser el instrumento del que se sirve la lengua para morar.
A esta concepción, que podría ser acusada de trascendentalista, Heaney la completa con un extraordinario sentido terrenal. Al referirse a la obra temprana de Dylan Thomas, por ejemplo, subraya "el don que le hizo posible trabajar instintivamente sobre la cara del sonido y producir una poesía en la que el fondo de la garganta y el fondo de la mente se respondían y apoyaban el uno al otro". En "Envidias e identificaciones", uno de los mejores textos del libro, confronta las apropiaciones que T. S. Eliot y Ossip Mandelstam hacen de Dante. El hallazgo del poeta ruso, con su estudio de la lengua italiana, de su fonética y su prosodia, lleva a Heaney a afirmar que su mérito es haber conducido al autor de la Divina Comedia "de regreso del panteón al paladar: logra que se nos haga agua la boca al leerlo". Luego remata diciendo: "Su Dante es un voluble personaje shakespeariano, un leñador que canta, manos a la obra, en el bosque oscuro de la laringe". El sonido del poema que pasa por la garganta y, como diría Rilke, "hace un templo en el oído". Vale decir, la poesía ligada, ofrecida al mundo en toda su materialidad.
Con los pies sobre la tierra -como cuando evoca sus pies descalzos sobre el frío piso de cemento de la casa natal- Heaney propone una verdadera fenomenología del poema, articula con maestría el mundo desaparecido de la infancia, la pesquisa de un vocablo de la lengua familiar o la voz del locutor de la BBC anunciando los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial con la "poderosa presencia del poema de los narcisos de Wordsworth dentro del mundo acústico de la lengua inglesa". Todas y cada una de estas circunstancias, junto a su formación y su posterior actividad como profesor, moldean la primera persona del singular en que deviene el poeta.
Con un estilo que no desdeña la claridad -no se trata, claro está, de una pedagogía a prueba de tontos-, Heaney hace gala de ironía y de humor. Prueba de ello es el lúcido, y entrañable ensayo "Mares de luz", que dedica al poeta inglés Philip Larkin, de quien dice que si hubiera compuesto su propia versión de La divina Comedia , "probablemente se habría descubierto no en una selva oscura, sino en un túnel ferroviario a mitad de camino en Inglaterra".
En la tradición del ensayo escrito por poetas, estos textos encuentran su afinidad con Eliot, con quien saldan cuentas que parecían pendientes, y recuerdan al Brodsky de Menos que uno . Heaney pone en entredicho su propio fervor juvenil hacia Dylan Thomas. Pasa revista a la poesía reciente de Irlanda del Norte, reexamina a su siempre admirado W. B. Yeats, vindica la enseñanza de poesía en la escuela secundaria. El volumen se cierra con el discurso de aceptación del Premio Nobel, en el que sintetiza sus intuiciones, sus convicciones sobre el poeta y la ciudad, y en el que vuelve a recordarnos que "la forma del poema resulta crucial para el poder que tiene la poesía de realizar eso que le da y siempre le dará certidumbre como tal: el poder de persuadir a esa parte vulnerable de la conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor".


Sandro Barrella

sábado, 7 de septiembre de 2013

Teatro expandido en el Di Tella: la escena experimental argentina en los '60


Epicentro de la avanzada artística argentina de los años 60, el Instituto Di Tella ocupa un lugar destacado en el campo teatral argentino del período. Teatro que busca renovar sus formas tradicionales. Escena que expande sus límites disciplinares para acercarse a la danza, la música, la performance, el audiovisual, los medios de comunicación, las tecnologías y la cultura de masas. Espectáculo como noción que permite, finalmente, aproximarse a los procesos de modernización cultural de la época.
De este modo, las fronteras teatrales se vuelven porosas y la sala del Di Tella se transforma en territorio de intercambio de experiencias estéticas diversas y en caja de resonancia de los debates por la legitimidad y el sentido de las representaciones.
A partir de los archivos y las memorias institucionales, de las páginas de medios periodísticos como Primera Plana y de la reconstrucción de espectáculos, happenings, proyectos e intervenciones artísticas, este libro realiza un aporte original a los estudios del teatro argentino del siglo XX, que permita ampliar y profundizar los conocimientos de uno de los capítulos más destacados de su historia.


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viernes, 6 de septiembre de 2013

“Háblame de amores”, de Pedro Lemebel


Pedro Lemebel: “Esta lengua tiene sus costos”

Mientras se recupera de un cáncer de laringe, el escritor chileno publicó en su país el libro de crónicas “Háblame de amores”, un viaje subjetivo sobre sus afectos y el espanto.

Por Carolina Rojas. Publicado en Revista Ñ el día 17/12/12

Enfundado en unas calzas de látex y montado en unos zapatos de tacón negro, Pedro Lemebel aparece por el lado derecho de la sala de Las Artes en Estación Mapocho. Después de cuarenta minutos de retraso, a la audiencia no le importa y lo aplaude a rabiar. Sonríe y deja espacio para escuchar las ovaciones, es el gesto de un actor a paso detenido por la alfombra de una avant-premiere , una Cleopatra de bufanda roja y ojos achinados con sombra color humo. Es el lanzamiento de Háblame de amores en la Feria Internacional del Libro en Santiago de Chile. Sus seguidores se empujan en las terrazas para escucharlo.
Se ve más delgado, vestigios de un cáncer de laringe que le detectaron en 2011 que tuvo como consecuencia la extirpación de gran parte de sus cuerdas vocales. La espera ha sido larga, porque rompe el silencio de cuatro años, desde que apareció “Serenata Cafiola”: silencio literario, pero también físico. Sus palabras son un sonido rasposo, un gemido tenue y metálico. “La voz es importante para los homosexuales, porque siempre se reconocen por la voz”, dice y acto seguido agrega: “Y aunque tengo voz de muerta, estoy enferma de vida”, dice arrastrando las erres. Todos ríen.
El libro está compuesto por 55 crónicas editadas por Seix Barral donde están presentes Mercedes Sosa, Camila Vallejo, el movimiento estudiantil, Fernando Noy, la esposa de Salvador Allende, Hortensia Bussi, los mapuches y la muerte de Augusto Pinochet como algunos destellos de esta recopilación.
“Tengo voz de ultratumba, voz de doctor Mortis”, dice dialogando con el público.
–“Te amooo, Pedro”, lo interrumpe una groupie.
–¿Y que voy a hacer con tu amor? ¿Voy a pagar la luz con tu amor?
Otra vez las risas.
Siguen las bromas, pero lo cierto es que “cáncer” es una palabra que nadie quiere oír. Lemebel hace como si no le entraran balas, pero le cuenta a Ñ cómo se tomó la noticia. “Con algo de fatídico humor. Erase una vez un cancerito pequeñísimo en mi cuerda vocal izquierda, lo bombardearon con radioterapia y tuve que pasar un veraneo en Chernobyl. De ahí el pequeñito cancerín creció y tuve que someterme a una cesárea de laringe para extirparlo. Me apena haberlo perdido junto a mi voz. Sufro depresión post-cáncer”.
En el escenario lanza otra confidencia: “Como es la vida, yo arrancando del Sida y me agarra un cáncer”. Y aunque sus crónicas siempre bordean lo autobiográfico, esta vez –y quizás por esas desgracias que regalan epifanías–, ahora lo hace de manera mucho más profunda.
En el libro habla de todos los tipos de amores que existen. ¿Por qué esta vez aterriza con mayor fuerza en lo autobiográfico?
Debe ser de vieja, quizás el Alzheimer me reflota biografías ajenas y las escribo como propias. En el adjetivar deseos se me confunden los tiempos como en los sueños, parece que fue ayer y no me acuerdo. Parece que fue usted pero era otro u otra.
También está presente el movimiento estudiantil. ¿Cómo vivió este último despertar de los jóvenes chilenos?
Lo viví participando en las marchas callejeras, sudando y cantando con ellos (en ese momento, tenía voz no me habían operado). Era muy hermoso volver a experimentar el sobresalto de la barricada ardiendo, la protesta, reconozco que en mí también se encendía una chispa de éxtasis y placer. Camila Vallejo fue quien desató la revolución estudiantil, algo en su discurso frontal y certero hizo que las muchedumbres ocuparan las calles con su demanda de educación gratuita y para todos. También había otros dirigentes, chicos muy atinados, pero Camila fue la ‘valkiria roja’, sin duda.
Buenos Aires y "La Noy"
El capítulo “Cantando la perdí” está dedicado a algunas mujeres y una de ellas es sobre Mercedes Sosa, en la que Lemebel cuenta su periplo de juventud para verla en un concierto argentino. “Entonces, yo era mochilero buscavidas que cruzaba la cordillera para respirar un poco la recién resucitada democracia en el vecino país. Por acá apestaba la represión y apenas se podía ver y escuchar a Milanés, a Serrat y a Mercedes Sosa, que eran músicas sospechosas para la jauría milica chilena”. La crónica cuenta cómo logra colarse hasta el camarín de Mercedes Sosa para hablar con ella. “¿Vienes de Chile?” preguntó ella con los ojos empañados. “Y no te canté la canción de Víctor. ‘No puede borrarse el canto con sangre del buen cantor’, murmuró abrazándome, mientras un grueso lagrimón le vidriaba su mejilla”.
En “Háblame de amores” existen confesiones y está dedicado a varios afectos y lugares, entre ellos, Buenos Aires, ciudad a la que vuelve este fin de semana y además a su reunión con Fernando Noy.
Jamás hay confesión en mis textos, eso es católico. Mi crónica es un espejeo donde lo que cuento “puede ser sólo el viento sobre la nieve”. La magia de Fernando Noy tiene algo de eso, una constante intensidad de lírica ambulante, un incierto tornasol avellana en su mirar, en su caminar ondulante por la vereda que se estremece al ritmo de sus caderas, poetisa papisa y poetera tetera. La Noy es patrimonio de Buenos Aires. Para Noy, exijo las llaves de la ciudad...
En la portada de Háblame de amores no aparece maquillado, ni travestido como lo hizo en otras ocasiones. Aquí es Pedro Mardones a los trece años, pelo largo y a cara lavada. La historia detrás de la imagen es la de un viaje al balneario chileno de Viña del Mar que hizo con su familia para pasar la navidad, ese día recibió de regalo una cámara. Violeta Lemebel, su madre, inmortalizó el momento.

Este año, el escritor fue incluido en los libros Mejor que ficción (Anagrama) y Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara). En 2013 se publicará una antología de sus crónicas a cargo del crítico español Ignacio Echevarría, por Ediciones UDP. “Me peino con la crónica”, bromea Lemebel, sobre estos textos de su presente y pasado.
En este libro, algunas crónicas son menos pudorosas. ¿“Háblame de amores” fue una especie de catarsis? ¿Con qué afecto abordó sus personajes?
Siempre en mi crónica conviven incestuosamente la biografía y lo contingente. Además, porque hay que definir un libro.

Háblame de amores es como un rompecabezas o una maquina desarmable y rearmable de panfletos, dibujos, cartas, cuentos, fotos... quizás sólo pueda inducir a su lectura diciendo que el título es parte de una canción que no recuerdo porque me hace daño recordar. También está mi encuentro con Mercedes Sosa, te digo que son afectaciones y complicidades sensibles y políticas, siempre estuve ahí, no tendría por qué estar en otro lugar. Son los colores de mi sexo en viaje, de mi raza y de mi social popular.

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jueves, 5 de septiembre de 2013

"Venganza", la nueva novela de Benjamin Black


«Un pulso narrativo sin igual en la literatura de detectives… Black ha vuelto a elevar a categoría de clásico una aventura detectivesca.»
El Mundo


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La última entrega de la gran serie de novela negra protagonizada por el doctor Quirke: una maraña de secretos en un universo donde el sexo y el dinero lo pueden todo.


Los Delahaye y los Clancy comparten una historia de alianza y ambición que pasa de padres a hijos. Y ahora, también de muerte y preguntas sin respuesta: ¿Por qué Victor Delahaye iba a necesitar a un testigo para suicidarse?
El doctor Quirke y su amigo el inspector Hackett interrogan a los miembros de ambas familias: Mona Delahaye, la joven y embriagadora viuda; James y Jonas Delahaye, los desconcertantes hijos gemelos; Jack Clancy, el mujeriego socio, y su hijo  Davy. Sin embargo, cuando una nueva muerte —aún más sorprendente que la primera— los golpea a todos, resulta obvio que algún terrible secreto está en juego.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

“¿Qué es usted, profesor Foucault?”


“¿Qué es usted, profesor Foucault?” Esta pregunta, que atraviesa los textos del presente volumen, hace pensar en varios rótulos más o menos frecuentes: el Foucault estructuralista, el antihumanista radical que postula la muerte del hombre y la desaparición del autor; el historiador, filósofo, arqueólogo...
La respuesta del propio Foucault se orienta hacia el “núcleo duro” de su trabajo. A lo largo de estos capítulos, explicita la metodología de su mirada de investigador y aporta herramientas para pensar una política progresista, o entender qué son las ciencias humanas y cuál es su historia, cómo se constituyeron y en qué medida alimentan la ilusión de que dicen algo acerca del hombre y de que procuran su felicidad.
De este modo, su método, la arqueología, aparece como la vía para analizar el surgimiento de una determinada disciplina (qué objetos construye, qué conceptos elabora, qué lugar asigna al sujeto de conocimiento y qué relaciones establece con otros discursos o con las otras prácticas sociales), y se la percibe como la manera de establecer las condiciones de una transformación política efectiva. Foucault define entonces los contornos de su actividad filosófica, que no consiste en restituir una totalidad perdida o prometida, sino en diagnosticar lo que es el “hoy”, la actualidad.

El Michel Foucault que surge de estas páginas revela sus aristas más filosas, más polémicas y más decisivas. También el punto exacto en que las preferencias teóricas y políticas se respaldan e implican recíprocamente.


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martes, 3 de septiembre de 2013

Colonizadores colonizados


La influencia italiana en Buenos Aires no se revela sólo en el lunfardo y la pizza. Detenerse en la arquitectura de muchos de sus edificios, en los nombres con que sus calles recuerdan a personas que dejaron una inolvidable impronta, en los gustos artísticos que forjaron la fama de la ciudad como capital cultural, significa reconocer que esa influencia no fue ni azarosa ni pasajera y que tiene un carácter constitutivo.
Los "colonizadores colonizados" de los que nos habla este libro partieron de los más diversos lugares de Italia para recalar en una ciudad en la que no siempre encontraron lo que ansiaban. Campesinos, jornaleros, obreros especializados, médicos, naveanes, profesores, músicos, ingenieros dejaron su huella, muchas veces de modo apenas perceptible.
Desde aquellos cinco tripulantes italianos de la expedición de Sebastián Caboto que en 1526 se quedaron en la futura reina del Plata (seguramente padres de los primeros criollos hijos de tanos), Buenos Aires nunca dejó de ejercer un atractivo especial para aquellos que, por necesidad o por aventura, decidieron partir de su paese. La ciudad que los albergó empezaba, así, a italianizarse, a medida que se cumplía la porteñización de los italianos.
Detrás de las manifiestas afinidades culturales, Eleonora María Smolensky devela una infinidad de aspectos inéditos de la inserción de los italianos en la sociedad porteña. Una epopeya permeada por el desasosiego de quienes abandonaron su patria por múltiples razones y, en su gran mayoría, sobrevivieron con la ilusión de "hacer la América". En definitiva, un proceso mucho más antiguo y complejo del que los lugares comunes asimilan al aluvión de campesinos pobres y analfabetos que desembarcaron en pos de una utopía desde fines del siglo XIX a comienzos del XX.


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lunes, 2 de septiembre de 2013

"Lumbre", de Hernán Ronsino


Hernán Ronsino cierra el ciclo que inició con La descomposición y siguió con Glaxo, signado por un universo de pueblo en el que las cosas se dicen y se saben a medias.
El protagonista, Federico, es un guionista que vuelve a su pueblo tras la noticia de la muerte de Pajarito Lernú, que le dejó en herencia una vaca. A partir de allí, siguiendo la huella de los recuerdos de sus habitantes, una miríada de historias se desprenden y relatan entre todas la historia de ese pueblo, Chivilcoy, la presencia de Sarmiento, del ferrocarril y de Carlos Ortiz, el poeta modernista sobre cuyo asesinato se filmó también allí "La sombra del pasado", hecha con actores locales en 1910.

Un fragmento de la novela:

"Me entero por el Viejo. Llama temprano a Buenos Aires y me dice, con una voz cansada, que se murió Pajarito Lernú. Dice que fue ayer a la noche. Encontraron el cuerpo hundido en un zanjón, en el camino de tierra que lleva al cementerio. A la madrugada dos policías aparecieron en su casa para darle la noticia y pedirle que fuera a reconocer el cuerpo –uno de los canas era el muchacho de Cejas y, parece, estaba borracho–. Dos locos, dice el Viejo, a esa hora, los eché. Pero cuando volvió a la pieza, una angustia insoportable se le clavó en el pecho. Y así quedó, esperando que la claridad entrara por la ventana para llamarme. Ahora dice que me necesita. Y después cuenta, por fin, que, unas horas antes de morir, Pajarito Lernú me regaló una vaca. Es un animal lastimado, dice. Se lo robó al Negro Soto.
Antes, acá, terminaban los trenes. Después de doce años, cuando el sol se acuesta atrás del edificio del Munich, regreso en micro a la estación Norte. Primero se ve una luz y una forma que se imponen en el aire como una orden. Después, en esa luz, camino rápido las dos cuadras  hasta la casa del Viejo. La luz bordea los edificios amputados. Y la forma espacial esconde una fuerza que arrasa. Ejerce sobre el cuerpo una presión semejante a la que padecen, por ejemplo, los satélites. Esa fuerza absorbente de los planetas. Esto es así: la captura del paisaje. Entonces toco timbre y espero. Se oye ladrar un perro. Y enseguida una voz que calma al perro y le pide se vaya al patio; al patio, le dice. La voz del Viejo se escucha sin la amplificación del teléfono. Es una voz suave y agradable. La última vez que lo vi fue hace dos meses cuando viajó a Buenos Aires. Ahora tarda en abrir el portón de madera porque le cuesta un poco destrabar la puerta del marco; dice que se hincha. Cuando me abraza, haciéndome doler los huesos, me habla despacio al oído: Hijo querido, dice.
Nos sentamos en el patio, bajo la sombra del nogal. El Viejo ceba los mates. Y ese perro, Rainer, inquieto, no deja de mirarme. Hablamos de Hélène Bergson; de la muestra que está por inaugurar. Y digo que la cosa con los guiones anda difícil. Ahora no importan las tramas, los climas, más bien se fabrican mitologías personales, golpes de efecto, digo. Entonces, después de un silencio, pregunto: Qué se sabe. El Viejo, serio, apunta la pava en el mate. Y, cuando me lo estira, dice apretando los labios: Nada. A partir de ahí, como si nos pusiéramos de acuerdo, ninguno saca, abiertamente, el tema de Pajarito Lernú. Más bien, damos vueltas alrededor y así nos vamos midiendo. El Viejo me enseñó a no ser explícito. Es necesario construir los silencios. Esa es una buena forma de decir, dijo alguna vez. Por eso después le pregunto por Josefina Argüello y el dolor en la espalda que lo maltrata por las noches. Bien, dice. Y despacha con esa palabra los dos temas. ¿Vos?, cuándo te vas, me pregunta torciendo la charla. Recién llego, digo sorprendido. Ya sé, dice, sabés que me gusta que estés acá. Ahora se toma dos mates mirando la pared blanca que da al Museo Histórico y cuando la bombilla rezonga dice algo de unos libros que Córdoba tiene para mí. Entonces ordena que ya es tiempo, que tenemos que salir. Levanta la pava y el mate. El perro se inquieta estirando la cadena hasta el límite. El Viejo cierra la puerta del patio, apaga las luces y salimos por el portón de madera. El perro ladra. Ya está oscureciendo y empezamos a caminar para la zona de la Glaxo. Adónde vamos, pregunto. A ver ese animal, dice.
Hace tiempo, en el cable, vi fragmentos de un documental. Y lo que vi me desenterró –como un hueso incrustado en la tierra– una percepción, latente, amasada por los años pero nunca dicha hasta ese momento. Durante los días siguientes esperé descubrir la repetición de las imágenes. Quería ver la totalidad del relato. Había algo, ahí, en el tono y el paisaje, que me interpelaba. Pero no tuve suerte. Desde entonces cada vez que miro televisión espero encontrarme, otra vez, con esa historia. Nunca pude saber el nombre del documental. Se supone que era de finales de la década del noventa. Porque se hablaba de una guerra civil, Croacia por ejemplo. Por lo tanto, estaba frente a un puñado de imágenes que mostraban a un hombre, el entrevistado, y una cámara que lo seguía en una recorrida en auto por su ciudad natal. El hombre viajaba en el asiento trasero, junto a la ventanilla. La noche profundizaba la deformación del paisaje: brotaban edificios en ruinas, tal vez por esa guerra de la que hablaban. También podía ser Rusia, alguna parte desmembrada de la vieja Unión Soviética. De a ratos trataba de adivinar el nombre y la actividad del tipo (¿un sobreviviente?). Y el lugar. Por momentos pensaba en alguna ciudad de Rusia. Entonces el auto se detuvo en una esquina. La cámara mostraba al hombre intentando encender un cigarrillo. Trató dos veces. Ahuecaba la mano para impedir que el viento le apagara el fuego. Pero no podía. Recién en el tercer intento lo logró. Y antes de que el auto arrancara de nuevo, apenas, de fondo, apareció la silueta de una vaca, pastando, entre las ruinas de un edificio. Entonces el hombre, en movimiento, con el recuerdo de esa vaca en los ojos, largando una bocanada de humo, dijo algo que yo leí en letras blancas y a la velocidad que pasan los subtítulos; y que, a pesar de la fugacidad, se me grabó con la contundencia del fuego: Cada pedazo de pared de esta ciudad lleva, como una piel, las huellas de mi historia.
Caminamos, ahora, por el barrio Fonavi. Desde que se construyó, sobre los terrenos ferroviarios, el barrio se deteriora, silencioso. Se va cubriendo de capas que se montan unas sobre otras, componiendo suelos, planos sedimentados que ocultan el tiempo, las horas viejas. Eso parece. Un puñado de casas iguales, avejentadas y colmadas de chicos y perros en las escaleras; chicos que juegan o lloran o buscan el peligro; chicos que nos miran como si fuéramos extraños. Entonces el Viejo me pide un pucho. Lo prende debajo de un foco de luz, rodeado de cotorras y mosquitos. A la altura del molino alguien lo reconoce y le grita: Chau, Bicho. Chau, contesta el Viejo, componiendo una voz firme y contundente. Después señala un punto en el cielo y dice: Los van a demoler. Habla de los silos del molino Bunge. Enfrente, la grúa, quieta, sostiene una bola de acero enorme. Se oyen grillos. El descampado trae un olor a frescura, a pasto recién cortado. Entusiasmado, tal vez por el aire de campo y por el gusto del tabaco en la boca, el Viejo dice: Mirá. Y señala un bulto que se mueve entre los pastos del baldío.
En ese baldío, antes, se cruzaban los rieles. Desde el tanque del Agua Corriente, por ejemplo, se veía, en el suelo, un dibujo enrevesado y complejo. Era la zona de maniobras y galpones. Y en el centro de la madeja se levantaba una garita pintada de rojo que permitía el cambio de vías: algunas entraban por el corredor principal para terminar en la estación Norte. La garita tenía tres palancas inmensas. De noche, cuando se cortaba la luz o había una tormenta fuerte, me gustaba meterme en ese pequeño sucucho y, por la apertura de los terrenos, ver con claridad la hondura del cielo. Ahora es una parte del corralón municipal. Y a lo oscuro parece, más bien, el comienzo del campo. Una sábana negra que se mueve flotando en el aire. Y entre los pliegues de esa sábana negra, que flota, destellan los movimientos, el brillo leve del animal. El Viejo se entusiasma y cruza la zanja dando un salto largo. La garita estaba en una especie de isla, o península, o entrepierna femenina, como decía el Gordo Montes, y ahora esa pequeña entrepierna está rodeada por zanjas que arrastran líquidos jabonosos. Saltá, grita el Viejo del otro lado. Yo tomo envión, siento que no lo voy a lograr pero salto. Cruzo la zanja. Una parte del borde se desmorona. La tierra está muy seca. Hace rato, dicen, que no llueve. El cuerpo del Viejo, ahora que estamos adentro de la entrepierna, se mueve en la penumbra, aplastando el pasto, rodeando al animal. El animal está quieto y mira el suelo, pero de costado mantiene la atención en cada paso que damos".



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