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viernes, 27 de junio de 2014

LA AGONÍA DEL EROS, de BYUNG-CHUL HAN


Hay ideas que enamoran. Seamos sinceros, ¿cuánta más veracidad puede tener esa mentira que ha ganado la batalla? ¿No erotiza, no hay algo de perversión que excita en pensar al Poder –ese eufemismo que vestimos desde ya hace cuánto–, metido en nuestras sábanas, poniéndonos una remera del Che para así vaciarla de conceptos, dogmas, y volverla una cara rebelde, un stencil bonito? ¿Erótica hardcore? Puede ser.

A enormes rasgos es la tesis de Han pero él la aplica al sexo: Eros, el misterio y por eso la duda, luego la sabiduría, es otro de los edificios tomados por el consumo, el capitalismo aturdido, ocupado por una pornografía que diluye la idea de otro porque no es más que cuerpo y así acerca la posesión, lo obvio, la propiedad privada, pero aleja la comunión emocional. Disparada por el egoísmo, el placer de uno sólo, Han llega a decir, un poco sentencioso, que la depresión en una patología narcisista.

Utilizando términos y ejemplos como una película de Lars von Trier, el porno de internet, Deleuze o Cincuenta sombras de Grey con la misma liviandad con la que lo hace Onfray, pero no así en la prosa, más bien fría, casi sin sobresaltos, Han prende una antorcha más buscando el jeroglífico, la marca en el ser que nos explique por qué nos sentimos tan solos.

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TESTO YONQUI · SEXO, DROGAS Y BIOPOLÍTICA de Beatriz Preciado



Ya en el comienzo de Rizoma, Deleuze y Guattari se contestan: “¿Por qué conservamos nuestros nombres? Por costumbre, sólo por costumbre.” Para no preguntarse por qué ese nombre y por lo grato y tranquilizador que es hablar como los demás y que lo dicho no importe. Adictos al nombre.

En What the bleep do we know!? (¿¡Y tú qué sabes!?) nos enteramos de que decir “hola” antes de intercambiar frases predispone mejor al organismo, y de lo contrario la biología se transforma en una leona enjaulada. Adictos al hola.

Y al chau. Adictos a ser así o asá. A la heterosexualidad y a la Guerra Mundial. Adictos a Internet, al Viagra, a la Coca Cola, Cocaína, Paris Hilton, porno o aspirina. Preciado ordena la evidencia sobre la lona y traza líneas, groseramente hablando, de los últimos ciento cincuenta años del estudio de la medicina, la psicología, la farmacéutica y los deseos masivos sexuales activos o activables o manipulables del consumidor. Cruza las rutas y nos muestra que ese nudo impacta sobre nuestro cuerpo. Generalmente, en beneficio de otros.

Además de la biopolítica, una de las grandes ideas de La Historia de la Sexualidad, de Foucault, es la que abre ese primer tomo: el sexo no está reprimido en términos discursivos (mojándole la oreja a Simone de Beauvoir): desde la Modernidad los textos sobre la sexualidad, tanto eclesiásticos, posteriormente clínicos y finalmente en casi cualquier ámbito (Internet lo condensa) se reproducen como nunca antes.

Preciado parece haberlo entendido desde lo sensorial porque rearma los discursos y los utiliza a consciencia: desde ‘Tu muerte', el principio del libro, le habla a una segunda persona que murió, relata su muerte y esa historia personal o ficcional, no académica en todo caso, ancla el sentimiento general del libro. Los capítulos de esta voz se mechan con otros capítulos donde la voz es más formal, la que nos tira datos y conclusiones, y el nuevo mapa que forman esos dos calcos encimados nos elevan a las grandes teorías, Freud, Benjamín, Kinsey, para hacernos volver al suelo rabioso, a la experiencia íntima, la prosa estilo Cabezón Cámara, el fraseo lleno de amor nihilista de Lydia Lunch y el peso de los cuerpos superpuestos. Dos en uno.

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