jueves, 8 de agosto de 2013

"Buenos, limpios & lindos", de Vera Fogwill


“Buenos, limpios y lindos” tiene una heroína rockera, poeta, madre de un hijo de cuatro años, que trabaja en el Registro Civil. Por una ironía de la ficción está confinada en una especie de coma, suspendida en el limbo de esa guerra mínima entre mundos (la vida, la muerte) que ella misma define desde su oficina municipal, sellando partidas de defunción. Muda, paralizada, incapaz de pedir ayuda, tiene sin embargo un poder extraño, del que sólo se jactan los dioses y los narradores bulímicos: lo ve, lo comprende, lo sabe todo. Y lo cuenta todo.
Prodigio de desolación, a esta supernarradora no se le escapa nada. Pero su clarividencia apenas sirve para acompañar a sus personajes (media docena de criaturas urbanas sin salida) en su camino hacia la catástrofe. Y eso -como en las mejores tragedias- ya está escrito desde el principio. Sí: hay algo griego en Vera Fogwill, algo a la vez insomne y ciego, atropellado y deseante, que ilumina todo lo que narra y lo tiñe al mismo tiempo de una especie de furor incurable.
Novela ‘coral’, “Buenos, limpios y lindos” juega a blanquear el grotesco de Ettore Scola para ensombrecerlo mejor. Tiene el frenesí metastásico de las películas de Paul Thomas Anderson y ecos del mundo trash de Harmony Korine. Pero el cine es aquí una compulsión o una pesadilla, no una "influencia". “Buenos, limpios y lindos” es una novela hiperliteraria, que cita sin comillas a Dostoievski y Las vírgenes suicidas y hace del desastre (personal, familiar, social) un acontecimiento casi operístico. La novela de Vera Fogwill es cruel porque es precisa, es cruda porque carece de miedo, y es excesiva porque sabe que todo lo que vale la pena se juega siempre en el límite de las cosas, las pasiones, los relatos.
Alan Pauls


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