Emilio Renzi ha llegado al campus de una prestigiosa
universidad de New Jersey para impartir un seminario sobre los años argentinos
de W. H. Hudson. Fue invitado por la directora del departamento, la bella y
belicosa Ida Brown. Pequeños incidentes y extraños equívocos culminan con la
trágica muerte de la profesora Brown en un inexplicable accidente. Que incluye
un detalle inquietante: Ida tiene la mano quemada, y eso parece conectarla con
una serie de atentados contra figuras del mundo académico. Cuando finalmente se
descubre al responsable de los atentados, el asombro es mayúsculo. Se trata de
Thomas Munk, profesor de matemáticas en Berkeley y autor de un radical Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico.
Renzi reconstruye el pasado de Munk y viaja a California para entrevistarlo en
la cárcel. Intuye que el destino de Ida está en juego y que nada volverá a ser
como antes. Con una escritura hipnótica que pasa naturalmente de la
autobiografía al registro policial, esta novela confirma a Ricardo Piglia como
uno de los grandes escritores contemporáneos.
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Piglia vuelve a la ficción
Protagonizada por su álter ego, Emilio Renzi, la novela El
camino de Ida recrea los años del autor en Estados Unidos y rinde homenaje
a su gran pasión: el policial negro
Por Pedro B. Rey
En el origen se esconde una paradoja: camino de ida debe
traducirse, cuando de Ricardo Piglia (Adrogué, 1940) se trata, como camino de
vuelta. En sentido literal, porque después de décadas de enseñar en Estados
Unidos (en la Universidad de Princeton), con un régimen que lo obligaba a pasar
dos años en el norte y le permitía recalar un tercero en el hemisferio sur, le
llegó la hora del retiro y el retorno voluntario y definitivo a Buenos Aires. Y
en sentido simbólico, porque como efecto colateral, la escritura se convirtió
en un espacio inédito, abierto a la más benigna de las experimentaciones: la
disposición de tiempo.
Autor de narraciones que decantaron laboriosamente -el
paradigma de esto acaso sea la memorable La ciudad ausente-, publica su nueva
novela, El camino de Ida, a menos de tres años de Blanco nocturno, otro
proyecto que fue destilando de manera alambicada. Cuando se le pregunta por lo
inesperado de la celeridad editorial, Piglia asegura que no sólo hay un
estrecho intervalo de publicación. Tampoco había escrito nunca un libro a este
ritmo. "Me llevó apenas un año. Cuando enseñaba, aunque no me faltaba
tiempo, era muy difícil correr la carga hacia la escritura. Sólo podía
dedicarme parcialmente. Los proyectos de larga duración los dejaba para el año
que pasaba en Buenos Aires. Aquella forma de trabajar daba su resultado, porque
volver a un libro después de dos o tres años permite ver mejor detalles que
antes no se detectaban. En este caso me interesó sin embargo la novedad de la
improvisación. Trabajar sobre un tono, sin salirse de ahí. Sólo sabía que iba a
estar escrita en primera persona por Renzi y que, básicamente, la novela sería
sobre mi experiencia en Estados Unidos."
Piglia sostiene que siempre le atrajo la sensación de
extranjería y la idea de escribir una novela imbuida de "la lucidez medio
nocturna de otra lengua". El voluminoso diario que lleva desde hace años
(y del que hace poco comenzó a publicar algunos fragmentos) fue una de sus
fuentes para reencontrar esos detalles autobiográficos que impregnan su libro.
El camino de Ida frecuenta las obsesiones e intereses de las
restantes narraciones de Piglia, bajo un prisma narrativo distinto. En su
tranco fluido, la narración pasa por capas de homenajes apenas velados: al
policial negro, al que el autor le dedicó su pasión analítica, pero también a
tradiciones estadounidenses menos exploradas. Emilio Renzi (álter ego de Piglia
que desde hace tiempo goza de reconocida independencia) narra su experiencia
como profesor en Estados Unidos, adonde llega convocado por Ida Brown, una
brillante intelectual de la academia norteamericana. Crítica y ficción se
mezclan hasta dar forma -vuelta de tuerca al policial contemporáneo mediante- a
una trama en que coinciden literatura y política.
-¿Podría decirse que
Blanco nocturno fue tu novela pampeana y que El camino de Ida es tu novela
americana?
-Quizá sea inevitable describirla así. Primero, porque
intento narrar de modo imaginario, aunque con toques autobiográficos, una
experiencia en ese país determinado, incluida la extrañeza que produce el
desenvolverse en un idioma ajeno, en el que uno nunca puede estar seguro, como
le ocurre a Renzi, que siempre cree estar entendiendo, en particular con las
mujeres, frases equivocadas . Segundo, porque la literatura norteamericana
siempre estuvo muy presente en mí y en la gente de mi generación, la de los
Puig, Saer, Briante. Más allá de las diferencias que uno pueda tener con el
Estado norteamericano, que es otra cosa, siempre admiramos la música, la
literatura, el cine de Estados Unidos. El camino. es mi manera de hacerme cargo
de cuestiones sobre las que vengo leyendo y pensando desde hace tiempo. Pero al
mismo tiempo es muy argentina, ¿no? Está muy ligada a cosas que me pasaron acá.
-Hay dos novelas en
El camino. Una, de campus, que incluye una intriga amorosa entre Renzi e Ida, y
después, otra que se torna policial y paranoica.
-Y que se conectan en algún lugar, un poco como pasaba en
Respiración artificial. En ese sentido se las podría poner en relación, porque
en las dos novelas hay fusiones medio contingentes, aunque son muy distintas en
tono. El camino. es narrativamente más lineal. Sobre el campus como escenario
diría que me interesó una especie de malentendido que hay en la academia
norteamericana, al menos en la Costa Este y en California. El debate cultural,
en el plano de la literatura, de los estudios culturales, está muy politizado,
son todos izquierdistas pero, por supuesto, a nadie se le ocurre mover un dedo.
El personaje de Ida Brown, la profesora, además de reflexionar sobre esas
cosas, pensó en actuar. Tiene algo de chica de Filosofía y Letras de los años
70 en la Argentina, que de tanto hablar de Perón se dijo que tenía que hacer
algo.
-A Renzi, Sacramento,
la capital de California, le recuerda La Plata y cuando ve a un grupo de
latinos piensa en que a Estados Unidos no le vendría mal un poco de peronismo.
"Mis grasitas", se dice irónicamente al verlos . ¿A qué apunta
exactamente ese comentario del personaje?
-En Estados Unidos hay una violencia que a los norteamericanos
les cuesta reconocer. Es como si carecieran de la mediación que promueve entre
nosotros el peronismo. Dejando a un lado todos sus problemas, el peronismo
ofrece la sensación de que hay algo colectivo, la ilusión de que si hay una
injusticia se puede recurrir ahí. En Estados Unidos -y es algo que se percibe
claramente cuando se vive allá- un obrero al que echan muy amablemente de un
día para otro vuelve a su casa y no tiene con quien hablar, en quien apoyarse.
Cuando un buen día agarra una escopeta y empieza a matar gente, es imposible no
ver eso desde una perspectiva política, por más que la sociedad norteamericana
tienda a decir que son psicóticos. Bueno, quizá sean psicóticos a los que
podría curar un poco de peronismo [Piglia se ríe].
-Quizá el
psicoanálisis, que no se practica más allá de Nueva York o algún otro lugar
progresista, podría ayudar.
-Pero tampoco está esa mediación. [Norman] Mailer decía que
no se puede ser liberal y freudiano al mismo tiempo. Es una frase buenísima
porque se puede pensar como un liberal pero al mismo tiempo no se puede dejar a
un lado que hay pulsiones, cosas que no se van a resolver solamente
conversando, con esa gentileza que allá funciona tan bien y después termina
saltando por el lado menos esperado. Todo esto dicho con ironía, porque acá
tenemos nuestra propia locura, ¿no?
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