EN 1921, E. M. Forster a su regreso de su segundo viaje a la
India le sugirió a su amigo Joe Ackerley que se postulara para el puesto de
secretario del Maharajah de Chhatarpur. Ackerley, de veintiséis años, salía de
Cambridge, no tenía empleo, llamaba la atención por su extraordinaria belleza
física, y compartía los gustos homosexuales del extravagante soberano, que en
realidad no pedía más que un interlocutor y acompañante.
El diario que el lector tiene en sus manos narra sus cinco meses de "vacación hindú", que se publicó diez años después, en 1932.
Ackerley nunca volvió a la India. El libro, muy leído y elogiado, cimentó su reputación. En su momento, una de las reseñas más entusiastas fue la de Evelyn Waugh, a quien se sumaron Cyril Connolly, L. P. Hartley, entre otros. El Agha Khan llamó "Hindoo Holiday" a uno de sus caballos (Ackerley se sintió obligado a apostar por él en todas sus apariciones, y tuvo motivos para lamentarlo, porque el animal nunca ganó una carrera). La traducción al francés fue promovida por André Gide, y se lo leyó mucho, y con simpatía, en la India. Una edición hecha en ese país en la década de 1970 lleva una introducción del historiador indio Saros Cowasjee, que lo elogia como "el único libro sobre la India escrito por un inglés en el que no resalta durante la lectura la nacionalidad del autor". Esa virtud de quien fue llamado "un artista de la comprensión" ya la había notado Forster, que usó ampliamente las cartas de Ackerley para la redacción de 1924. El que no llegó a leerlo fue el Maharajah, que murió en 1935, apenas aparecido el libro.
El diario que el lector tiene en sus manos narra sus cinco meses de "vacación hindú", que se publicó diez años después, en 1932.
Ackerley nunca volvió a la India. El libro, muy leído y elogiado, cimentó su reputación. En su momento, una de las reseñas más entusiastas fue la de Evelyn Waugh, a quien se sumaron Cyril Connolly, L. P. Hartley, entre otros. El Agha Khan llamó "Hindoo Holiday" a uno de sus caballos (Ackerley se sintió obligado a apostar por él en todas sus apariciones, y tuvo motivos para lamentarlo, porque el animal nunca ganó una carrera). La traducción al francés fue promovida por André Gide, y se lo leyó mucho, y con simpatía, en la India. Una edición hecha en ese país en la década de 1970 lleva una introducción del historiador indio Saros Cowasjee, que lo elogia como "el único libro sobre la India escrito por un inglés en el que no resalta durante la lectura la nacionalidad del autor". Esa virtud de quien fue llamado "un artista de la comprensión" ya la había notado Forster, que usó ampliamente las cartas de Ackerley para la redacción de 1924. El que no llegó a leerlo fue el Maharajah, que murió en 1935, apenas aparecido el libro.
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