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Domingo, 29 de diciembre de 2013. Radar, Página 12
El rascacielos latino
Las diseñadoras Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky tienen
su estudio en una oficina del Palacio Barolo, el impactante y misterioso
edificio inaugurado en 1923 sobre Avenida de Mayo, con su arquitectura
posiblemente inspirada en La Divina Comedia y su faro giratorio cuya ubicación
coincide con la Cruz del Sur. Fascinadas y enamoradas, editaron Divino Barolo,
un libro exquisito que no sólo incluye fotografías de cada rincón, sino
anécdotas y ensayos, en una suerte de aleph de este edificio hipnótico.
Por Juan Pablo Bertazza
Mientras en los últimos años aumentaron exponencialmente los
nervios, gritos, despidos, insultos y denuncias contra los administradores de
consorcio, Roberto Campbell se mantiene al frente del Palacio Barolo desde
1997. A partir de su asunción –ese mismo año se lo declaró Monumento Histórico
Nacional– el estado general del mítico edificio mejoró notablemente: en 2001
colocaron los paños de vidrio protectores que contribuyeron, y mucho, a detener
la invasión de plagas de todo tipo y tamaño que pululaban por las galerías.
Poco después, comenzó la reparación de la cúpula, se reemplazó la vieja caldera
a petróleo por una a gas, se automatizaron los ascensores, se restauró una
decena de arañas de bronce y, acaso lo más importante, se encaró el arreglo del
faro giratorio de 300 mil bujías, único en la ciudad de Buenos Aires, y cuya
ubicación fue pensada especialmente para coincidir con la constelación de la
Cruz del Sur, que se ve alineada con el eje del Barolo en los primeros días de
junio, a las 19.45, la hora señalada. El faro, de hecho, era usado para
anunciar noticias en tiempos en que no había radio, como sucedió con la mítica
pelea entre Dempsey y Firpo de 1923.
Durante la puesta a punto, comenzaron a realizarse, al mismo
tiempo, las visitas guiadas para llevar el Barolo a la gente y, entre los
festejos del Bicentenario, el 25 de Mayo de 2010, se encendió, luego de
cuarenta años de oscuridad, la luz del faro que, como ya veremos, representa
nada menos que la luz divina. Así, en apenas diez años, se fue superando y
dejando atrás casi cinco décadas de desidia y abandono. Y todo eso sin que ni
siquiera aumentasen demasiado las expensas. La decisión de poner a Campbell al
frente del Barolo –su gestión fue tan buena que lo premiaron asignándole la
administración de otros dos edificios de valor patrimonial de la Avenida de
Mayo– no estaba librada al azar: su abuelo, Carlos Jorio, había sido uno de los
primeros inquilinos, en 1923, de una oficina que terminó comprando en 1950, por
lo que en la administración de Campbell primó, y mucho, el valor afectivo o,
dicho más claramente, el amor.
Lo mismo les sucedió a Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky,
diseñadoras del prestigioso estudio ZkySky, que ocupan, desde hace varios años,
una oficina del piso 15 del Palacio Barolo. “Fue amor a primera vista”, define
Julieta su relación con el mítico edificio: “Al Barolo llegamos visitando el
estudio de diseño de Daniel Galligani, que ya era un referente del diseño, y su
estudio en la torre nos flechó. Un tiempo después, Valeria vio un aviso en el
diario y vinimos a verlo, no teníamos nada que perder. Era una oficina medio
destruida, pero igual la queríamos. Pedimos ayuda a nuestros viejos y
solicitamos un crédito. ¡Nos mandamos!”.
Desde adentro, en esa oficina medio destruida que también
fueron refaccionando, Valeria y Julieta planearon la realización de un libro,
Divino Barolo, que rindiera justo homenaje a este verdadero emblema porteño. Un
proceso que les llevó cuatro años de trabajo y que lograron financiar gracias a
Idea.me, la plataforma latinoamericana más importante del crowdfunding, algo
así como financiación multitudinaria.
“Idea.me es un sistema eficaz y contemporáneo. Con el
financiamiento colectivo el libro encontró su lugar y pudimos imprimirlo con
detalles de terminación y todo. Nos sentimos súper agradecidas y reconocidas.
Por otro lado, la idea de encarar este libro tuvo que ver con varias cosas.
Como tenemos poco tiempo, tuvimos que trabajar con lo que teníamos a mano, y
aun así hacerlo nos llevó cuatro años. También veíamos que el edificio iba
mejorando, lo empezaron a restaurar y venía cada vez más gente. Eso nos
estimuló a tener algo que lo represente, que la gente pueda llevarse. Otro
antecedente fue que unos años antes empezamos a colaborar con el edificio con
piezas gráficas como unos cartelitos informativos que están en el ascensor, una
pauta para señalizar las oficinas y la identidad general del edificio para
uniformes y comunicaciones”, cuenta Julieta.
Y no es poca cosa contribuir a la identidad general de este
rascacielos porteño de dieciocho pisos y dos subsuelos, que se inauguró el 7 de
julio de 1923, y que hasta 1935 fue el edificio más alto de la ciudad, hasta
que llegó el Kavanagh que, en cierta forma, también lo desplazó del primer
puesto en el imaginario colectivo de los porteños. Sin embargo, el Barolo
–relatos de época aseguran que los transeúntes cruzaban la calle por miedo a
que la mole de hormigón armado cayera sobre sus cabezas– sigue hablando y
contando diversas historias.
El arquitecto italiano Mario Palanti lo construyó a pedido
del empresario italiano Luis Barolo, que llegó a la Argentina en 1890, cuando
comenzó a instalar las primeras hilanderías de lana peinada del país, y cuyos
casimires, en poco tiempo, se convirtieron en los más requeridos del Río de la
Plata. Con esa pingüe ganancia, compró terrenos en la provincia de Chaco para
dedicarse de lleno al cultivo de algodón. Cabe destacar que Barolo murió el 14
de junio de 1922, a los cincuenta y tres años, es decir, antes de la
inauguración oficial del Palacio. Los tanos se conocieron en 1910, en el
contexto del Centenario, y Palanti también diseñó a su hermano mellizo
uruguayo, el Palacio Salvo, ubicado en la ciudad de Montevideo.
“Es muy impactante, está emplazado en una esquina, por lo
que la perspectiva para apreciarlo es mejor, se ve más grande y se ve más
entero que el Barolo, que tiene un edificio muy alto al lado, y las medianeras
están tapadas. El Palacio Salvo tiene una recova con un tamaño de columnas
descomunal, sería hermoso viajar y hacer el libro Divino Salvo”, se ilusiona
Julieta.
Si bien no existe documentación que lo demuestre, resulta
evidente que el Palacio Barolo es una especie de gran cita arquitectónica a la
Divina Comedia, de Dante Alighieri. Algunos, inclusive, aseguran que el
verdadero objetivo de la colosal construcción era servir de mausoleo para
albergar las cenizas del poeta, tal vez en peligro por el estado de guerra
permanente que asolaba al Viejo Continente. La falta de pruebas, de hecho,
podría ser la prueba más importante, porque se habría tratado de un objetivo
secreto, teniendo en cuenta que tanto Barolo como Palanti pertenecían a una
logia vinculada con la masonería. Las evidencias de que el Palacio Barolo es
una reescritura del libro son muchas: la estructura tríptica que va desde el
Infierno hasta el Paraíso (encumbrado por la luz divina del faro), pasando por
el Purgatorio, la hegemonía de círculos y el predominio del número nueve, las
inscripciones en latín de las bóvedas del acceso, que pertenecen a nueve obras
distintas, manteniendo el número que se repite a lo largo de la Divina Comedia:
Operis peracti nullus strictor iudex autore (“Ningún juez más justo que el
autor de la obra”), Ars, homo additus naturae (“El arte es el ser humano
agregado a la naturaleza”), Omnis pulchritudins forma unitas est (“La unidad es
el molde de toda obra de arte”), Corpus animun tegit et detegit (“El cuerpo a
veces oculta el alma, otras la revela”). Y, por supuesto, la prueba más rotunda
de todo esto tiene que ver con la propia ubicación del Barolo, en Avenida de
Mayo al 1300, que coincide con el siglo en que Dante escribió la Divina
Comedia. “Seguramente Palanti estaba más obsesionado con Dante que Barolo”,
dice Julieta. El convenció a Barolo de hacer el edificio... y en general era un
divulgador de la causa. Siempre tuvo proyectos con mística. Los que concluyó y
los que no. En la mente de Palanti era un hecho que fuera el mausoleo de Dante.
En la realidad, no sabemos.”
El hecho de que el subtítulo de Divino Barolo sea “Una
mirada sobre el edificio más extravagante de Buenos Aires” no puede ser tomado
sino como una ironía. En este libro hay fotos panorámicas, fotos detalle, fotos
que, como las cosas, parecen tener movimiento y fotos que se plantan con más
firmeza que una postal. Múltiples fotos que, además, están sacadas de todas las
perspectivas, incluyendo las imposibles. También hay distintos análisis y
comentarios sobre la ingeniería y la historia de este edificio, incluyendo
valiosos testimonios de Carlos Hilger, profesor de historia de la arquitectura
y autor de dos serios ensayos que vinculan al Barolo con La Divina Comedia, y
quien opina que el Barolo tiene para Buenos Aires el mismo valor que la Sagrada
Familia (la catedral diseñada por Gaudí en Barcelona) tiene para Cata- luña.
También se incluyen anécdotas y anécdotas de conserjes, ascensoristas, del
propio administrador del edificio, de los guías de las dos visitas que se
realizan a la semana, y algunas de las cuales son usadas para pedir matrimonio
desde lo más alto del mirador, en tiempos en que el matrimonio está en
decadencia. Por otra parte, se trata de un libro generoso en tanto reconoce a
todos aquellos que se molestaron por indagar en este lugar hipnótico, como es
el caso de Sebastián Schindel, director de El rascacielos latino, un documental
que descolló en el Bafici 2012. Todo lo que sucedió, y también lo que va a
suceder, como una especie de aleph del Barolo, parece estar en este libro, cuya
realización sólo podía festejarse tirando el palacio por la ventana: “Después
de presentarlo, hubo una fiesta de fin de año del edificio. En veinte años que
estamos acá, nunca hubo algo parecido: nos juntamos en una terraza del piso 13
y ¡la pasamos bomba!”.
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