Pedro Lemebel: “Esta lengua tiene sus costos”
Mientras se recupera de un cáncer de laringe, el escritor
chileno publicó en su país el libro de crónicas “Háblame de amores”, un viaje
subjetivo sobre sus afectos y el espanto.
Por Carolina Rojas. Publicado en Revista Ñ el día 17/12/12
Se ve más delgado, vestigios de un cáncer de laringe que le detectaron en 2011 que tuvo como consecuencia la extirpación de gran parte de sus cuerdas vocales. La espera ha sido larga, porque rompe el silencio de cuatro años, desde que apareció “Serenata Cafiola”: silencio literario, pero también físico. Sus palabras son un sonido rasposo, un gemido tenue y metálico. “La voz es importante para los homosexuales, porque siempre se reconocen por la voz”, dice y acto seguido agrega: “Y aunque tengo voz de muerta, estoy enferma de vida”, dice arrastrando las erres. Todos ríen.
El libro está compuesto por 55 crónicas editadas por Seix Barral donde están presentes Mercedes Sosa, Camila Vallejo, el movimiento estudiantil, Fernando Noy, la esposa de Salvador Allende, Hortensia Bussi, los mapuches y la muerte de Augusto Pinochet como algunos destellos de esta recopilación.
“Tengo voz de ultratumba, voz de doctor Mortis”, dice dialogando con el público.
–“Te amooo, Pedro”, lo interrumpe una groupie.
–¿Y que voy a hacer con tu amor? ¿Voy a pagar la luz con tu amor?
Otra vez las risas.
Siguen las bromas, pero lo cierto es que “cáncer” es una palabra que nadie quiere oír. Lemebel hace como si no le entraran balas, pero le cuenta a Ñ cómo se tomó la noticia. “Con algo de fatídico humor. Erase una vez un cancerito pequeñísimo en mi cuerda vocal izquierda, lo bombardearon con radioterapia y tuve que pasar un veraneo en Chernobyl. De ahí el pequeñito cancerín creció y tuve que someterme a una cesárea de laringe para extirparlo. Me apena haberlo perdido junto a mi voz. Sufro depresión post-cáncer”.
En el escenario lanza otra confidencia: “Como es la vida, yo arrancando del Sida y me agarra un cáncer”. Y aunque sus crónicas siempre bordean lo autobiográfico, esta vez –y quizás por esas desgracias que regalan epifanías–, ahora lo hace de manera mucho más profunda.
En el libro habla de todos los tipos de amores que existen. ¿Por qué esta vez aterriza con mayor fuerza en lo autobiográfico?
Debe ser de vieja, quizás el Alzheimer me reflota biografías ajenas y las escribo como propias. En el adjetivar deseos se me confunden los tiempos como en los sueños, parece que fue ayer y no me acuerdo. Parece que fue usted pero era otro u otra.
También está presente el movimiento estudiantil. ¿Cómo vivió este último despertar de los jóvenes chilenos?
Lo viví participando en las marchas callejeras, sudando y cantando con ellos (en ese momento, tenía voz no me habían operado). Era muy hermoso volver a experimentar el sobresalto de la barricada ardiendo, la protesta, reconozco que en mí también se encendía una chispa de éxtasis y placer. Camila Vallejo fue quien desató la revolución estudiantil, algo en su discurso frontal y certero hizo que las muchedumbres ocuparan las calles con su demanda de educación gratuita y para todos. También había otros dirigentes, chicos muy atinados, pero Camila fue la ‘valkiria roja’, sin duda.
Buenos Aires y "La Noy"
El capítulo “Cantando la perdí” está dedicado a algunas mujeres y una de ellas es sobre Mercedes Sosa, en la que Lemebel cuenta su periplo de juventud para verla en un concierto argentino. “Entonces, yo era mochilero buscavidas que cruzaba la cordillera para respirar un poco la recién resucitada democracia en el vecino país. Por acá apestaba la represión y apenas se podía ver y escuchar a Milanés, a Serrat y a Mercedes Sosa, que eran músicas sospechosas para la jauría milica chilena”. La crónica cuenta cómo logra colarse hasta el camarín de Mercedes Sosa para hablar con ella. “¿Vienes de Chile?” preguntó ella con los ojos empañados. “Y no te canté la canción de Víctor. ‘No puede borrarse el canto con sangre del buen cantor’, murmuró abrazándome, mientras un grueso lagrimón le vidriaba su mejilla”.
En “Háblame de amores” existen confesiones y está dedicado a varios afectos y lugares, entre ellos, Buenos Aires, ciudad a la que vuelve este fin de semana y además a su reunión con Fernando Noy.
Jamás hay confesión en mis textos, eso es católico. Mi crónica es un espejeo donde lo que cuento “puede ser sólo el viento sobre la nieve”. La magia de Fernando Noy tiene algo de eso, una constante intensidad de lírica ambulante, un incierto tornasol avellana en su mirar, en su caminar ondulante por la vereda que se estremece al ritmo de sus caderas, poetisa papisa y poetera tetera. La Noy es patrimonio de Buenos Aires. Para Noy, exijo las llaves de la ciudad...
En la portada de Háblame de amores no aparece maquillado, ni travestido como lo hizo en otras ocasiones. Aquí es Pedro Mardones a los trece años, pelo largo y a cara lavada. La historia detrás de la imagen es la de un viaje al balneario chileno de Viña del Mar que hizo con su familia para pasar la navidad, ese día recibió de regalo una cámara. Violeta Lemebel, su madre, inmortalizó el momento.
Este año, el escritor fue incluido en los libros Mejor que ficción (Anagrama) y Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara). En 2013 se publicará una antología de sus crónicas a cargo del crítico español Ignacio Echevarría, por Ediciones UDP. “Me peino con la crónica”, bromea Lemebel, sobre estos textos de su presente y pasado.
En este libro, algunas crónicas son menos pudorosas. ¿“Háblame de amores” fue una especie de catarsis? ¿Con qué afecto abordó sus personajes?
Siempre en mi crónica conviven incestuosamente la biografía y lo contingente. Además, porque hay que definir un libro.
Háblame de amores es como un rompecabezas o una maquina desarmable y rearmable de panfletos, dibujos, cartas, cuentos, fotos... quizás sólo pueda inducir a su lectura diciendo que el título es parte de una canción que no recuerdo porque me hace daño recordar. También está mi encuentro con Mercedes Sosa, te digo que son afectaciones y complicidades sensibles y políticas, siempre estuve ahí, no tendría por qué estar en otro lugar. Son los colores de mi sexo en viaje, de mi raza y de mi social popular.
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