Durante la última década, el nombre de Heaney ha dejado una
impronta en el quehacer literario de numerosos escritores en lengua inglesa,
pues su poesía es un fiel reflejo del espíritu de una nación en constante
pugna, misma que se vivifica y se redefine en cada escrito del autor. En
palabras del propio poeta, "la poesía logra el balance de los distintos
grados de la realidad para llegar a todo equilibrio trascendente". Sea en
las calles de un Dublín abatido, en el recorrido de una barca funeraria
vikinga, o en el ejercicio contemplativo de la naturaleza, Heaney plasma esa
trascendencia en el devenir literario de una Irlanda que hoy se expresa a
través de una literatura singular y versátil, orgullosa de su propia identidad
y portadora de una voz sólida y consistente.
Pura López Colomé ha transmitido el eco de esa voz en esta compilación de ensayos que ahora atraviesa los lindes de la poesía para encontrarse al servicio de la crítica.
Diversas gamas de discusión y un abanico de temas literarios engalanan el tomo: desde el canon impuesto por Eliot hasta la frescura de poetas como Muir o Kinsella, pasando por el crédito que el autor confiere a grandes obras como 'Beowulf' y 'La Divina Comedia'.
Pura López Colomé ha transmitido el eco de esa voz en esta compilación de ensayos que ahora atraviesa los lindes de la poesía para encontrarse al servicio de la crítica.
Diversas gamas de discusión y un abanico de temas literarios engalanan el tomo: desde el canon impuesto por Eliot hasta la frescura de poetas como Muir o Kinsella, pasando por el crédito que el autor confiere a grandes obras como 'Beowulf' y 'La Divina Comedia'.
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Domingo 31 de diciembre de 2006. Suplemento Cultura, La
Nación.
El júbilo de la poesía
Poco tiempo antes de
que Seamus Heaney recibiera en 1995 el Premio Nobel de literatura, el conflicto
entre el poder británico y el territorio ocupado de Irlanda del Norte se
encaminaba hacia una serie de acuerdos que irían menguando la violencia de una
disputa que parecía no tener fin. Aunque la Academia sueca actuó con su
habitual dosis de corrección política, afortunadamente también permitió con su
elección que el público hispanohablante se acercara a la obra de un autor bien
conocido en el ámbito de la poesía anglosajona.
La obra de Heaney (católico, nacido
en el condado de Derry en 1939) está íntimamente ligada al paisaje que lo vio
nacer, a la vez que pone de manifiesto la conflictiva relación entre su lugar
de origen, el Ulster, y la metrópoli, Inglaterra. Como poseído por esa doble
naturaleza, Heaney ha sabido conjugar la tradición poética de Irlanda con el
canon de la poesía inglesa. Según sus propias palabras, "es difícil crecer
en Irlanda del Norte y no sentirse forzado a pensarlo todo dos veces, tarde o
temprano".
Aunque su fama se cimentó con
títulos como Muerte de un naturalista o Norte , el poeta ha
desarrollado en paralelo una intensa actividad como crítico, profesor
universitario y conferencista. Al buen entendedor reúne una selección de
ensayos en los que analiza algunos de sus temas y autores más caros. Sin un
prólogo que sirva de referencia al menos para el fechado y origen de los
textos, habrá que contentarse con la contratapa, que comete una inexactitud al
afirmar que se trata del primer volumen que recopila en español parte de su
obra ensayística. El mismo año del otorgamiento del Nobel, Anagrama editó De
la emoción a las palabras , una recopilación de textos aprobada por el
autor en la que sí aparecían las obligadas referencias a los originales y sus
fechas de publicación.
Más allá de esta desprolijidad, el
lector tiene la oportunidad de reencontrarse en Al buen entendedor con
el lúcido ensayista que procura con pasión indisoluble, al igual que hace en su
poesía, la fusión entre trabajo intelectual y experiencia, entendida ésta como
la serie de hechos personales, familiares, históricos, políticos, culturales
que moldean una vida. De allí que el camino que recorría de niño entre su casa
y la del vecino, llevando a diario un botellón con leche, doscientos metros que
separaban algo más que dos casas y dos condados, resulte no menos importante
que su formación académica. Esta anécdota, que cuenta en "Escrito para los
míos", es sólo un ejemplo, que le sirve para discurrir acerca de un curso
de agua cercano a su casa, que remite a cierto momento de la historia
irlandesa, y, al mismo tiempo, es motor de un poema y reflexión sobre la
relación con la lengua vernácula y la lengua inglesa.
En "Otredad en lugares,
otredad en tiempos: el poeta irlandés y Gran Bretaña" y en el ensayo
dedicado a su traducción de Beowulf , el poema épico anglosajón, Heaney
vuelve una y otra vez sobre la compleja trama lingüística que debe atravesar un
poeta nacido en el Ulster.
Un modo de recorrer estos ensayos
es repasar algunas nociones que, esparcidas aquí y allá, Heaney propone acerca
de la poesía. Cuando se refiere a Czeslaw Milosz, dice que "su obra
satisface el apetito de seriedad y júbilo que la poesía despierta en
todas las lenguas", o que, aun en traducción, "cumple la antigua
expectativa de causar placer e instruir". Cuando escribe sobre Joseph
Brodsky, le atribuye al poeta ruso una confianza hacia la poesía "como una
fuerza para el bien -no tanto ´para el bien de la sociedad , como a favor de la
salud de la mente y el alma individuales". Lo que hace Heaney, sin
decirlo, es fijar posición. Cuando habla de seriedad y júbilo, de causar placer
e instruir, o de la salud del alma, puede parecer ingenuo, o acaso antiguo,
"en una época en que ´la inestabilidad del sujeto humano constantemente se
discute, cuando no se presume". Sin embargo, no hace otra cosa que
devolverle a la poesía el estatuto de ser un fenómeno del espíritu encarnado en
la lengua, o dicho de otro modo, de ser el instrumento del que se sirve la
lengua para morar.
A esta concepción, que podría ser
acusada de trascendentalista, Heaney la completa con un extraordinario sentido
terrenal. Al referirse a la obra temprana de Dylan Thomas, por ejemplo, subraya
"el don que le hizo posible trabajar instintivamente sobre la cara del
sonido y producir una poesía en la que el fondo de la garganta y el fondo de la
mente se respondían y apoyaban el uno al otro". En "Envidias e
identificaciones", uno de los mejores textos del libro, confronta las
apropiaciones que T. S. Eliot y Ossip Mandelstam hacen de Dante. El hallazgo
del poeta ruso, con su estudio de la lengua italiana, de su fonética y su
prosodia, lleva a Heaney a afirmar que su mérito es haber conducido al autor de
la Divina Comedia "de regreso del panteón al paladar: logra que se
nos haga agua la boca al leerlo". Luego remata diciendo: "Su Dante es
un voluble personaje shakespeariano, un leñador que canta, manos a la obra, en
el bosque oscuro de la laringe". El sonido del poema que pasa por la
garganta y, como diría Rilke, "hace un templo en el oído". Vale
decir, la poesía ligada, ofrecida al mundo en toda su materialidad.
Con los pies sobre la tierra -como
cuando evoca sus pies descalzos sobre el frío piso de cemento de la casa natal-
Heaney propone una verdadera fenomenología del poema, articula con maestría el
mundo desaparecido de la infancia, la pesquisa de un vocablo de la lengua
familiar o la voz del locutor de la BBC anunciando los bombardeos en la Segunda
Guerra Mundial con la "poderosa presencia del poema de los narcisos de
Wordsworth dentro del mundo acústico de la lengua inglesa". Todas y cada
una de estas circunstancias, junto a su formación y su posterior actividad como
profesor, moldean la primera persona del singular en que deviene el poeta.
Con un estilo que no desdeña la
claridad -no se trata, claro está, de una pedagogía a prueba de tontos-, Heaney
hace gala de ironía y de humor. Prueba de ello es el lúcido, y entrañable
ensayo "Mares de luz", que dedica al poeta inglés Philip Larkin, de
quien dice que si hubiera compuesto su propia versión de La divina Comedia ,
"probablemente se habría descubierto no en una selva oscura, sino en un
túnel ferroviario a mitad de camino en Inglaterra".
En la tradición del ensayo escrito por
poetas, estos textos encuentran su afinidad con Eliot, con quien saldan cuentas
que parecían pendientes, y recuerdan al Brodsky de Menos que uno .
Heaney pone en entredicho su propio fervor juvenil hacia Dylan Thomas. Pasa
revista a la poesía reciente de Irlanda del Norte, reexamina a su siempre
admirado W. B. Yeats, vindica la enseñanza de poesía en la escuela secundaria.
El volumen se cierra con el discurso de aceptación del Premio Nobel, en el que
sintetiza sus intuiciones, sus convicciones sobre el poeta y la ciudad, y en el
que vuelve a recordarnos que "la forma del poema resulta crucial para el
poder que tiene la poesía de realizar eso que le da y siempre le dará
certidumbre como tal: el poder de persuadir a esa parte vulnerable de la conciencia
de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor".
Sandro Barrella
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