lunes, 9 de septiembre de 2013

Al buen entendedor


Durante la última década, el nombre de Heaney ha dejado una impronta en el quehacer literario de numerosos escritores en lengua inglesa, pues su poesía es un fiel reflejo del espíritu de una nación en constante pugna, misma que se vivifica y se redefine en cada escrito del autor. En palabras del propio poeta, "la poesía logra el balance de los distintos grados de la realidad para llegar a todo equilibrio trascendente". Sea en las calles de un Dublín abatido, en el recorrido de una barca funeraria vikinga, o en el ejercicio contemplativo de la naturaleza, Heaney plasma esa trascendencia en el devenir literario de una Irlanda que hoy se expresa a través de una literatura singular y versátil, orgullosa de su propia identidad y portadora de una voz sólida y consistente.
Pura López Colomé ha transmitido el eco de esa voz en esta compilación de ensayos que ahora atraviesa los lindes de la poesía para encontrarse al servicio de la crítica.
Diversas gamas de discusión y un abanico de temas literarios engalanan el tomo: desde el canon impuesto por Eliot hasta la frescura de poetas como Muir o Kinsella, pasando por el crédito que el autor confiere a grandes obras como 'Beowulf' y 'La Divina Comedia'.


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Domingo 31 de diciembre de 2006. Suplemento Cultura, La Nación.

El júbilo de la poesía

Poco tiempo antes de que Seamus Heaney recibiera en 1995 el Premio Nobel de literatura, el conflicto entre el poder británico y el territorio ocupado de Irlanda del Norte se encaminaba hacia una serie de acuerdos que irían menguando la violencia de una disputa que parecía no tener fin. Aunque la Academia sueca actuó con su habitual dosis de corrección política, afortunadamente también permitió con su elección que el público hispanohablante se acercara a la obra de un autor bien conocido en el ámbito de la poesía anglosajona.
La obra de Heaney (católico, nacido en el condado de Derry en 1939) está íntimamente ligada al paisaje que lo vio nacer, a la vez que pone de manifiesto la conflictiva relación entre su lugar de origen, el Ulster, y la metrópoli, Inglaterra. Como poseído por esa doble naturaleza, Heaney ha sabido conjugar la tradición poética de Irlanda con el canon de la poesía inglesa. Según sus propias palabras, "es difícil crecer en Irlanda del Norte y no sentirse forzado a pensarlo todo dos veces, tarde o temprano".
Aunque su fama se cimentó con títulos como Muerte de un naturalista o Norte , el poeta ha desarrollado en paralelo una intensa actividad como crítico, profesor universitario y conferencista. Al buen entendedor reúne una selección de ensayos en los que analiza algunos de sus temas y autores más caros. Sin un prólogo que sirva de referencia al menos para el fechado y origen de los textos, habrá que contentarse con la contratapa, que comete una inexactitud al afirmar que se trata del primer volumen que recopila en español parte de su obra ensayística. El mismo año del otorgamiento del Nobel, Anagrama editó De la emoción a las palabras , una recopilación de textos aprobada por el autor en la que sí aparecían las obligadas referencias a los originales y sus fechas de publicación.
Más allá de esta desprolijidad, el lector tiene la oportunidad de reencontrarse en Al buen entendedor con el lúcido ensayista que procura con pasión indisoluble, al igual que hace en su poesía, la fusión entre trabajo intelectual y experiencia, entendida ésta como la serie de hechos personales, familiares, históricos, políticos, culturales que moldean una vida. De allí que el camino que recorría de niño entre su casa y la del vecino, llevando a diario un botellón con leche, doscientos metros que separaban algo más que dos casas y dos condados, resulte no menos importante que su formación académica. Esta anécdota, que cuenta en "Escrito para los míos", es sólo un ejemplo, que le sirve para discurrir acerca de un curso de agua cercano a su casa, que remite a cierto momento de la historia irlandesa, y, al mismo tiempo, es motor de un poema y reflexión sobre la relación con la lengua vernácula y la lengua inglesa.
En "Otredad en lugares, otredad en tiempos: el poeta irlandés y Gran Bretaña" y en el ensayo dedicado a su traducción de Beowulf , el poema épico anglosajón, Heaney vuelve una y otra vez sobre la compleja trama lingüística que debe atravesar un poeta nacido en el Ulster.
Un modo de recorrer estos ensayos es repasar algunas nociones que, esparcidas aquí y allá, Heaney propone acerca de la poesía. Cuando se refiere a Czeslaw Milosz, dice que "su obra satisface el apetito de seriedad y júbilo que la poesía despierta en todas las lenguas", o que, aun en traducción, "cumple la antigua expectativa de causar placer e instruir". Cuando escribe sobre Joseph Brodsky, le atribuye al poeta ruso una confianza hacia la poesía "como una fuerza para el bien -no tanto ´para el bien de la sociedad , como a favor de la salud de la mente y el alma individuales". Lo que hace Heaney, sin decirlo, es fijar posición. Cuando habla de seriedad y júbilo, de causar placer e instruir, o de la salud del alma, puede parecer ingenuo, o acaso antiguo, "en una época en que ´la inestabilidad del sujeto humano constantemente se discute, cuando no se presume". Sin embargo, no hace otra cosa que devolverle a la poesía el estatuto de ser un fenómeno del espíritu encarnado en la lengua, o dicho de otro modo, de ser el instrumento del que se sirve la lengua para morar.
A esta concepción, que podría ser acusada de trascendentalista, Heaney la completa con un extraordinario sentido terrenal. Al referirse a la obra temprana de Dylan Thomas, por ejemplo, subraya "el don que le hizo posible trabajar instintivamente sobre la cara del sonido y producir una poesía en la que el fondo de la garganta y el fondo de la mente se respondían y apoyaban el uno al otro". En "Envidias e identificaciones", uno de los mejores textos del libro, confronta las apropiaciones que T. S. Eliot y Ossip Mandelstam hacen de Dante. El hallazgo del poeta ruso, con su estudio de la lengua italiana, de su fonética y su prosodia, lleva a Heaney a afirmar que su mérito es haber conducido al autor de la Divina Comedia "de regreso del panteón al paladar: logra que se nos haga agua la boca al leerlo". Luego remata diciendo: "Su Dante es un voluble personaje shakespeariano, un leñador que canta, manos a la obra, en el bosque oscuro de la laringe". El sonido del poema que pasa por la garganta y, como diría Rilke, "hace un templo en el oído". Vale decir, la poesía ligada, ofrecida al mundo en toda su materialidad.
Con los pies sobre la tierra -como cuando evoca sus pies descalzos sobre el frío piso de cemento de la casa natal- Heaney propone una verdadera fenomenología del poema, articula con maestría el mundo desaparecido de la infancia, la pesquisa de un vocablo de la lengua familiar o la voz del locutor de la BBC anunciando los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial con la "poderosa presencia del poema de los narcisos de Wordsworth dentro del mundo acústico de la lengua inglesa". Todas y cada una de estas circunstancias, junto a su formación y su posterior actividad como profesor, moldean la primera persona del singular en que deviene el poeta.
Con un estilo que no desdeña la claridad -no se trata, claro está, de una pedagogía a prueba de tontos-, Heaney hace gala de ironía y de humor. Prueba de ello es el lúcido, y entrañable ensayo "Mares de luz", que dedica al poeta inglés Philip Larkin, de quien dice que si hubiera compuesto su propia versión de La divina Comedia , "probablemente se habría descubierto no en una selva oscura, sino en un túnel ferroviario a mitad de camino en Inglaterra".
En la tradición del ensayo escrito por poetas, estos textos encuentran su afinidad con Eliot, con quien saldan cuentas que parecían pendientes, y recuerdan al Brodsky de Menos que uno . Heaney pone en entredicho su propio fervor juvenil hacia Dylan Thomas. Pasa revista a la poesía reciente de Irlanda del Norte, reexamina a su siempre admirado W. B. Yeats, vindica la enseñanza de poesía en la escuela secundaria. El volumen se cierra con el discurso de aceptación del Premio Nobel, en el que sintetiza sus intuiciones, sus convicciones sobre el poeta y la ciudad, y en el que vuelve a recordarnos que "la forma del poema resulta crucial para el poder que tiene la poesía de realizar eso que le da y siempre le dará certidumbre como tal: el poder de persuadir a esa parte vulnerable de la conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor".


Sandro Barrella

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