martes, 10 de septiembre de 2013

Baruch Spinoza: dos miradas


“La herida de Spinoza”, de Vicente Serrano


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La vida entera de muchos ensayistas transcurre sin dar jamás con un tema. Este ensayo no sólo se topa con un tema, sino que incluso se da el lujo de aprovecharlo. El tema es la felicidad. Sin embargo, “La herida de Spinoza” es un libro de filosofía, no de autoayuda. Parte de algunas conclusiones recientes de la neurología, en particular de las investigaciones de Antonio Damasio acerca de la impertinencia de la secular división entre mente y cuerpo. El propio Damasio vincula sus investigaciones con las ideas que Spinoza expuso en su Ética. Para Damasio, la tranquila aceptación de la muerte, una de las señas de identidad de la ética de Spinoza –de hecho, la «herida» de Spinoza–, resulta «irritante». Ese comentario de Damasio parece inocuo, pero para Vicente Serrano no lo es, sino que apunta a una especie de «desajuste», a una extraña incomprensión de la diferencia última de la ética spinozista. A partir de ahí el autor no se propone criticar solamente esa y otras lecturas de Spinoza, sino que plantea además una amplia crítica a la modernidad, y también a la posmodernidad. “La herida de Spinoza” se convierte entonces en una revisión de la historia entera de la filosofía en esa zona en que ética y metafísica (u ontología) se superponen. Aunque el proyecto parece apabullante, el autor se asegura de estar bien equipado. Por una parte suprime el aparato académico, lo que le permite ser más breve y directo, y por otra echa mano de una erudición notable y, sobre todo, de una capacidad absolutamente inusual de explicación. Si hubiera que buscar parangones a esa capacidad, no quedaría más remedio que acudir a Rüdiger Safranski. El autor, sin embargo, no hace biografías, ni siquiera historia de la filosofía como tal, sino que intenta filosofar de la mano de los más grandes pensadores de la historia. El ensayo se completa con la inclusión de una pieza maestra: los afectos. Los afectos serían la respuesta posible de la filosofía al problema de la biopolítica. La progresión de la modernidad no sólo implica la desaparición de la naturaleza, sino la sustitución absoluta de los afectos por la voluntad (de voluntad). Si la vuelta a la naturaleza es imposible, e incluso indeseable –dado que la naturaleza no fue nunca más que una metáfora–, Serrano se inspira en Foucault para proponer una «vuelta» a los afectos como la pieza fundamental que cierra la reflexión sobre el poder.


“Baruch”, de Diego Tatián


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Diego Tatián recorre en este libro -cuyo título sugiere que se tratará, si no es absurda la distinción, más con el hombre que con el filósofo- algunas historias poco conocidas, laterales de la vida de Spinoza. Manteniéndose en el umbral entre el cuento, el ensayo y la filosofía, Tatián va componiendo una imagen (como tal vez diría Benjamín) del autor de la Ética. Preciosos veintidós capítulos, en que se entreveran el hombre -el niño, el amigo, el hermano, el compañero, el hijo, el maestro, el inquilino, el solitario, el olvidado, el muerto- y el filósofo -la obra-. Tatián, sin embargo, a la manera de Borges con Valéry, no hablará de "una imagen de Spinoza" sino de "Spinoza como símbolo": de la palabra libre, de la singularidad lúcida, pero también de militancia, de "deseo de comunidad".
"Filósofo de la necesidad, el autor de la Ética nos lega la idea preciosa de que la historia -cualquiera sea el momento en el que nos haya tocado nacer- está radicalmente abierta a un trabajo del pensamiento y de la militancia (que es una forma del pensamiento). Símbolo de la palabra libre, de la singularidad lúcida, Spinoza lo es al mismo tiempo del filósofo que toma por su objeto más eminentemente filosófico los avata-res colectivos orientados a la igualdad, a los encuentros políticos y las composiciones de indeterminada pluralidad, que todos los tiempos producen con intensidad mayor o menor. Esa encrucijada de soledad serena y deseo de comunidad; de cautela y apertura a los demás; de lucidez filosófica y pasión política, dotan a la aventura spinozista de una extrañeza sensible que logra conjugar amor y pensamiento -según nos lega su expresión "amor intelectual"-, y de una potencia crítica que jamás subordina la emancipación al poder -sino siempre al revés- ni la transformación colectiva a la línea recta de la desgracia".

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