sábado, 5 de octubre de 2013

La literatura de Tobias Wolff


En “Vida de este chico”, Tobias Wolff narra sus recuerdos de niño y adolescente, cuando, divorciados sus padres, recorría con su madre con la que formaba una auténtica «pareja telepática» las carreteras de Estados Unidos de un lado a otro del país. Toby o Jack, como le gusta llamarse a sí mismo en homenaje a su adorado Jack London absorberá entre mapas, whisky, peleas a puñetazos, amistades y traiciones, la esencia de esa América de los años cincuenta que marcará irremediablemente su juventud. Una juventud con toques minimalistas y dickensianos a un tiempo y que sirve aquí a su autor para trazar con humor y ternura el retrato de un tiempo pasado en el espejo de su propia imagen.


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Revista Ñ, 20/09/13
Tobias Wolff: “La memoria le da forma a las cosas”
Tras una adolescencia tumultuosa, llena de episodios de delincuencia, descubrió su ambición de ser escritor y junto a Raymond Carver y Richard Ford se convirtió en uno de los referentes del “realismo sucio”. Antes de participar en el FILBA, Wolff habla aquí de sacrificio y mala escritura.

La obra de Tobias Wolff –considerado hace tiempo uno de los preeminentes narradores de la literatura contemporánea estadounidense– se divide en tres géneros: cuento corto, memorias y novelas. Por sus cuentos cortos, que constituyen la mayoría de su obra, en algún momento fue encasillado en una escuela denominada el “realismo sucio”, junto con Richard Ford y su amigo Raymond Carver, entre otros. El periodista Bill Bufford, editor de la revista Granta, inventó este término para designar los autores estadounidenses que, alrededor de los años ochenta, se pusieron a escribir en un estilo minimalista e híper-realista sobre vidas grises al margen del sueño americano. Aunque aplica, Wolff siempre rechazó ese rótulo.
Tanto en los Estados Unidos como en el mundo, Wolff es más conocido por su libro de memorias Vida de este chico, de 1989, en parte porque fue adaptada exitosamente al cine en 1993 con Leonardo DiCaprio y Robert De Niro en los papeles principales. Este libro, junto con la novela Vieja escuela (2003) se deberían leer juntos, uno tras otro, porque serían algo así como dos volúmenes de la vida de Wolff –aunque una sea memoria y la otra ficción.
Los padres de Wolff se separaron cuando él era todavía un niño. Se quedó con su madre en tanto su hermano (que también terminó siendo autor y escribiendo una memoria sobre su adolescencia) se quedó con el padre. La madre de Wolff era soñadora y viajera y se mudaba con frecuencia en busca de esa gran oportunidad que le modificara la vida. Nunca la encontró. En cambio, se terminó casando con un hombre mezquino y tirano que los llevó –madre e hijo– a vivir a un pequeño pueblo industrial llamado Concreto (porque la industria exclusiva del pueblo era fabricar hormigón). Allí, Wolff pasó su adolescencia, dividiendo su tiempo entre los boy scouts y una vida llena de crónicas de delincuencia.
Se salvó de ese mundo delictivo postulando a una beca para asistir a una prestigiosa y tradicional escuela privada de la Costa Este. Pero lo hizo con trampa, falsificando cartas de recomendación y los datos de su currículum académico. Sólo duró dos años. Aunque le iba bien en las materias de letras no estaba preparado para las exigencias de las clases de ciencias y matemáticas. Fue expulsado antes de graduarse. Sin saber qué hacer de su vida y ya con la idea de que iba ser escritor, entró voluntariamente en el ejército, en plena guerra de Vietnam. Sobre su experiencia en combate escribe en otro gran libro de memorias, En el ejército del faraón , publicado en 1994.
Al terminar el ejército Wolff logró una extraordinaria hazaña entrando –esta vez por puro esfuerzo y sin trampa– a la universidad de Oxford. Allí estudió Letras. Desde entonces, su vida ha estado dedicada a la escritura. Mientras tanto se ha ganado la vida como profesor de Escritura Creativa en varias universidades de los Estados Unidos, y desde 1997 en Stanford.
Tanto en su escritura como en su apariencia y en la modulación de su voz, Wolff es un hombre medido, sobrio y contundente. Tras una adolescencia tumultuosa culminada por servicio de combate en Vietnam, se dedicó a la difícil meta de convertirse en escritor. Al final de En el ejército del faraón , Wolff escribe: “Al escribir trabajas por un resultado que durante años no conseguirás ver y no puedes asegurar que lo terminarás logrando. Requiere fuerza y maestría sobre uno mismo. Demanda estas cosas de ti, y después te las devuelve con un algo extra, una sorpresa para seguir con ese esfuerzo. Te fortalece y te limpia la cabeza. Lo sentía mientras ocurría. Me estaba salvando la vida con cada palabra que escribía.” Hablamos con Wolff por teléfono a fines de agosto, antes de su llegada a Buenos Aires invitado al FILBA. Lo queríamos aprovechar tanto como profesor de escritura como escritor en sí.

Para entender sus motivaciones al elegir en qué género va a escribir cuando encara un libro, le pregunto: ¿“Vieja escuela” podría haber sido escrita como memoria y “Vida de este chico” como novela?
Me parecía que al escribir Vieja escuela –tomaré ese caso primero–, para darle poder a esa narración, realmente necesitaba inventar y comprimir bastante. Y una vez que comienzas a inventar concientemente, tienes que reconocer lo que estás haciendo y decirte a ti mismo: estoy escribiendo ficción. Una vez que te has anunciado que estás escribiendo ficción te has dado una gran libertad. Puedes hacer o decir lo que quieras. Entonces, muchos de los eventos que ocurren en Vieja escuela nunca sucedieron. Algunos sí. Robert Frost visitó nuestra escuela, entre otros escritores. Pero inventé mucho de lo que él dice. Yo soy más joven que el narrador de mi libro. Y como un niño más joven dentro de los grados me tocó sentarme en uno de los asientos de atrás cuando vino Frost a mi colegio a dar un discurso, entonces ni escuché demasiado. Pero la invención en el libro me permitió darle una forma a la narrativa que mi experiencia verídica no hubiera tenido. Como una memoria no lo podría haber llevado al punto tan decidido como hice en la ficción. Por otro lado, me parece que mi crianza, vista de cierta manera, tenía una forma narrativa. Obviamente, siempre estamos dándole forma al pasado cuando lo describimos. Estas omitiendo cosas, estamos enfatizando otras. Y la memoria en sí misma es una narradora. La memoria le da forma a las cosas. Hay un proceso inconsciente de dar forma que ocurre aun antes de que comiences a escribir desde la memoria. Y con las elecciones que tomas, estás dando forma otra vez más. Pero en el caso de Vida de este chico no inventé. Las cosas que escribo sucedieron de verdad: de la forma que pasaron y en los tiempos que digo que pasaron. Me hice responsable de esto porque al libro iban a leerlo mi hermano, mis amigos, mi familia. En un sentido, entonces, escribí ese libro bajo la mirada de otras personas. Ellos sabían qué era verdad y qué no. Nunca discutieron mi visión de los eventos.

Por más que sea una novela, una memoria o un cuento corto, ¿cree que son diferentes caminos para llegar a una misma emoción o para llegar a un mismo fin?
No lo pienso de esa manera. Pero el resultado puede ser que el trabajo produzca un efecto similar y que tenga preocupaciones en común. Sin duda mi trabajo –cuando miro hacia atrás– está preocupado por las preguntas sobre la autenticidad y la identidad. ¿Cómo se define uno a sí mismo? ¿Cómo te conviertes en quien eres? ¿Cuáles son las cosas que hacen que una persona sea quien es? ¿Cuánto de eso está formado deliberadamente? ¿Es elegido? Todo ese tipo de preguntas entran en mi trabajo. Y me interesa el papel de la imaginación en la identidad humana. Creo que, hasta cierto punto, nos damos vida a nosotros mismos imaginándonos [ we imagine ourselves into being ]. Sólo podemos ser quienes nos imaginamos ser. Por esa razón, no empiezo diciendo algo como: “Bueno, este cuento va ser sobre el papel de la imaginación...” No, eso no. Pero cuando llego al final de una pieza puedo ver que eso, realmente, fue el principio que guiaba la narración. Entonces, al revisarlo, puedo dar mayor forma y fuerza a lo que fuera el impulso de la pieza.
Sin embargo, debo confesar que me meto en cada texto con un cierto sentido de misterio y curiosidad sobre qué es lo que voy a descubrir. No es que diga: ok, esto es lo que le voy a decir al mundo en esta obra, este será mi sermón del día.

¿Sería correcto decir que a través de su obra hay una búsqueda de convertirse en autor y que haberlo logrado fue la manera de conseguir ser auténtico? ¿Podría haber logrado esa autenticidad del ser sin haberse convertido en escritor?
Bueno, dado que soy uno, no lo sé. Pero, espero que sí. Quise ser un escritor desde que era muy joven, entonces creo que me hubiera sentido defraudado conmigo si no lo hubiera conseguido. O, al menos, si realmente no lo hubiera intentado. Pero si lo hubiera intentado y funcionaba después de años y pudiera haber visto que eso no era para mí, espero que hubiera encontrado otra cosa. Porque eso les pasa a muchas personas. Quieren ser una cantante o un actores, o un escritor… y para la mayoría de las personas no resulta. Y espero que si eso hubiera pasado yo hubiera tenido el coraje de decir, “Ok, haré otra cosa. Me realizaré de otra forma”. Pero tuve suerte de que esta ilusión que tuve en algún momento de convertirme en escritor fue, hasta cierto punto, razonable.
Como profesor de escritura creativa, ¿alguna vez le dijo a una persona que no iba a llegar nunca a ser escritor?
No, nunca sentí que fuera mi lugar decirle eso a una persona. Que no iba a ser escritor. Y te diré por qué: porque me hubiera equivocado. Lo he pensado de algunos de los alumnos que he tenido ¡y dos de ellos se han convertido en escritores muy famosos! Entonces, yo sé que no soy un profeta. Por un lado, yo no era muy buen escritor cuando empecé. Realmente no lo era. No lo estoy diciendo con falsa modestia. Lo que logré lo he logrado por haber trabajado mucho. Y leí mucho. Y pensé mucho sobre escribir. Y después leí más y seguí escribiendo. Trabajé. Si me convertí en un buen escritor no fue por un don natural. Fue por la dedicación y el trabajo que hice. Y también por el amor que tengo a escribir. Entonces cuando me toca alguien que está terminando su adolescencia y no es muy bueno no pienso desanimarlo. A la larga, si no tienen talento, ellos se desanimarán solos. Encontrarán otra cosa para hacer que les quede mejor. Pero yo sé que ellos pueden hacer lo que hice yo, que es trabajar. Es muy posible que ellos podrán superar las cosas que observo como impedimentos para su escritura.

¿Qué problemas suelen tener y cómo se los corrige?
Esas cosas se las señalo y digo: “Tus personajes son muy débiles. Estás dependiendo de nosotros para crear el personaje y sos vos el que tiene que hacer eso. O, tu lenguaje es muy flojo y desprolijo acá: usás un adverbio cada vez que usás un verbo, no hace falta, es reescribir los verbos; tus oraciones no terminan más y se desangran hasta morirse”. Uno le puede marcar ese tipo de cosas sobre su trabajo y eso les ayudará. Pero nunca voy a decir: “¿Sabes qué? No eres un muy buen escritor y no vas a ser un buen escritor nunca”. No es mi lugar. No es mi lugar porque no puedo ver el futuro y sé que uno, si trabaja, puede mejorar.

¿Hoy en día usted trabaja con el mismo esfuerzo y dedicación como cuando empezó? Lo escuché decir que, con el tiempo, resulta más fácil escribir.
No, nunca es más fácil. De hecho, de alguna forma se hace más difícil, porque tienes que... a ver. Todas las cosas que escribiste son cosas que no puedes escribir otra vez. Y esas son cosas que querías escribir, que estuvieron dentro tuyo durante años. En cierto momento estás yendo muy profundo, y se hace más difícil porque tienes normas más altas con vos mismo. Cuanto más inmerso estás en la escritura sos más consciente del magnífico trabajo que hacen otros escritores. Es decir, podrías esforzarte más. Por eso se pone difícil. Uno tiene que seguir trabajando siempre y la escritura nunca se convierte en algo fácil.
Creo que hay algunos escritores que tienen una fluidez natural. Pienso en Joyce Carol Oates o John Updike: la escritura fluye en ellos de una manera que desearía ocurriera conmigo, pero no es así.

¿Siente el deseo de poder escribir más?
Sí. Desearía tener una imaginación más prolífica.

Tengo la sensación de que los poetas son más longevos que los narradores. ¿Es más difícil para un narrador seguir escribiendo en su vejez? Aunque hay excepciones, como James Salter, que acaba de publicar una novela a los 87 años.
En realidad lo pienso de una forma diferente. A mí me parece que los escritores de ficción, en realidad, suelen tener una vida más larga que los poetas. Puedo pensar en excepciones entre poetas, como Yeats o Auden. Pero, no sé, aun cuando estaba en su fervor religioso, Tolstoi aún estaba escribiendo ficción maravillosa. Dickens, [Anthony] Trollope, Updike escribían trabajos muy buenos en la vejez. Roth es un ejemplo maravilloso. Puede cambiar a través de los años, pero no estoy de acuerdo contigo en esto.

Para leer la nota completa: http://www.revistaenie.clarin.com/edicion-impresa/titulo_0_997100305.html


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