El insomnio ha vuelto a sacar al comisario Montalbano de la
cama. Al amanecer, con una taza de café en la mano, sale a la terraza para
contemplar el mar y asiste a un solitario y lúgubre espectáculo: en la arena,
una gaviota enferma, o quizá herida, parece ejecutar una extraña coreografía
antes de caer fulminada, como si la vida se resistiera a abandonar su cuerpo
para siempre. La imagen suscita en el comisario los mismos sentimientos
fúnebres e insidiosos que en los últimos tiempos han enturbiado su mente, y se
le antoja una especie de premonición. Y lo es. Las vacaciones que Montalbano
tenía previsto disfrutar junto a Livia se frustran cuando Fazio, la inestimable
mano derecha del comisario, sencillamente desaparece del mapa. No ha vuelto a
casa, su teléfono está desconectado y sólo se sabe que iba a encontrarse con
alguien en el puerto. Sus compañeros se temen lo peor, y la visión de su
querido Fazio herido, o tal vez muerto, mortifica a Montalbano de tal forma que
no reparará en esfuerzos para encontrarlo.
Bien entrado en la cincuentena, Salvo Montalbano vive cada día más angustiado por los efectos de la edad y el desencanto. En otro sutil toque de humor de su genial creador, los acontecimientos de “La danza de la gaviota” transcurren cerca del lugar donde se está rodando un episodio de la famosa teleserie sobre Montalbano. Por supuesto, éste evita a toda costa cruzarse con el actor que lo interpreta, que es mucho más joven y atractivo, aunque difícilmente tan irresistible para las mujeres como él.
Bien entrado en la cincuentena, Salvo Montalbano vive cada día más angustiado por los efectos de la edad y el desencanto. En otro sutil toque de humor de su genial creador, los acontecimientos de “La danza de la gaviota” transcurren cerca del lugar donde se está rodando un episodio de la famosa teleserie sobre Montalbano. Por supuesto, éste evita a toda costa cruzarse con el actor que lo interpreta, que es mucho más joven y atractivo, aunque difícilmente tan irresistible para las mujeres como él.
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