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«Fuimos a cazar conejos. Era una expedición bien organizada
que capitaneaba el idiota. Teníamos sombreros rojos. Y escopetas, puñales,
ametralladoras, cañones y tanques. Otros llevaban las manos vacías. Laura iba
desnuda. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una mano y dio la orden
de dispersarnos. Teníamos un plan completo. Todos los detalles habían sido
previstos. Había cazadores solitarios, y había grupos de dos, de tres o de
quince. En total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes».
«Cuando hubimos cazado un número suficiente de conejos como
para satisfacer nuestra hambre milenaria, preparamos una fogata con todos los
carteles de madera que decían PROHIBIDO CAZAR CONEJOS y asamos los conejos a
las brasas».
Durante más de tres décadas, mientras publicaba una docena
de obras desperdigadas y casi secretas, el uruguayo Mario Levrero fue un
escritor de culto. Tras su muerte, en 2004, el mundo editorial lo “descubrió”
donde siempre había estado: entre los mayores escritores latinoamericanos de la
segunda mitad del siglo XX.
“Caza de conejos”, con su humor absurdo y su insolencia,
ocupa un lugar muy especial dentro de su trayectoria creativa: abandona de un
salto el tono kafkiano de sus primeras novelas y estrena la libertad que le
permitiría escribir los magistrales experimentos autobiográficos de su madurez.
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