Una mujer de mediana edad parece andar sin rumbo por las
calles de París una tarde de calor asfixiante de finales de julio de 1952.
Finalmente se sienta en un bar, pide un jugo y pregunta al camarero si por
casualidad conoce a un tal Julian. No es la primera vez que lo hace. Pero nadie
recuerda a ese chico norteamericano, de pelo rubio y aspecto desaliñado, que un buen día dejó su casa de California para viajar por Europa e instalarse
en París, lejos de un padre intransigente y una madre refugiada en la locura
para aliviar el deber de vivir.
Quien busca y pregunta es su tía Bea, dispuesta a llevárselo de vuelta y hacer de él un hombre de bien, pero cuando finalmente la mujer descubre el paradero de Julian, habrá algo insólito esperándola. Otros cuerpos y otras voces le reclamarán una nueva versión del amor.
Lejos de su tierra y abrumada al principio por el desorden que aún somete a Europa tras la guerra, Bea ahora quiere comprender, y lo que había empezado como un simple viaje acaba siendo una lección de sabiduría.
Gran admiradora de Henry James, Cynthia Ozick rinde aquí su particular homenaje al autor de “Los embajadores” con un relato donde el talento está en los detalles.
Quien busca y pregunta es su tía Bea, dispuesta a llevárselo de vuelta y hacer de él un hombre de bien, pero cuando finalmente la mujer descubre el paradero de Julian, habrá algo insólito esperándola. Otros cuerpos y otras voces le reclamarán una nueva versión del amor.
Lejos de su tierra y abrumada al principio por el desorden que aún somete a Europa tras la guerra, Bea ahora quiere comprender, y lo que había empezado como un simple viaje acaba siendo una lección de sabiduría.
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