Centrada en un caso policial, la novela narra la historia de
un pobre tipo llamado Eugenio Yañez, y de un crimen político ejecutado por el
Estado. Como en “Andamos huyendo Lola”, Garro logra un clima de opresión y de
asfixia, no exento de poesía y un sentido del humor finísimo, para desembocar
en una aguda reflexión literaria sobre los efectos devastadores de la violencia
política. El estilo de Garro es único, y probablemente no haya como ella otra
narradora
latinoamericana que haga uso de los silencios como recurso estilístico y como metáfora política.
latinoamericana que haga uso de los silencios como recurso estilístico y como metáfora política.
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Elena Garro, escritora y
valiente musa
Por Silvia Hopenhayn | Para LA NACION
Miércoles 29 de mayo de 2013
De algunos escritores resuenan más ciertos aspectos de su
vida que la fecundidad de su obra. Como si el trazo más significativo fuese el
de su destino, y los libros, apenas borradores de una existencia rutilante. La
escritora Elena Garro (1916 -1988) es un ejemplo, ya que su biografía prevalece
por encima de su intensa y aguerrida producción literaria. Como escribió la
también mexicana Elena Poniatowska: "Elena Garro fue un ser lleno de
contradicciones y enigmas. Para ella nunca hubo medias tintas. ¿Se comió el
personaje a la escritora? Elena es un ícono, un mito, una mujer fuera de
serie".
Su fama se consolida en 1963, cuando recibe el Premio Xavier
Villaurrutia por su novela “Los recuerdos del porvenir” (a la que algunos
consideraron una anticipación de “Cien años de soledad”). El porvenir era para
Garro un lugar donde se proyectaba la ficción casi en términos de fatalidad:
"La memoria del futuro es válida, pero me ha fastidiado, y estoy cambiando
los finales de todos mis cuentos y novelas inéditos para modificar mi
porvenir".
A pesar de cierto silencio extraño que envolvió su obra, la
editorial Mar Dulce empezó a publicarla en bellas entregas: primero aparecieron
los cuentos de “Andamos huyendo Lola” (2011), y ahora la novela Y “Matarazo no
llamó...” quizá la más política, surrealista y kafkiana. El comienzo ya revela
una peligrosidad que excede la violencia habitual. Es el peligro de la
inestabilidad, del imprevisto, que Garro dispone en el espacio: "Hacía
varios días que de noche la casa de Eugenio cambiaba de lugar. De día estaba a
espaldas de la Avenida de los Insurgentes, de noche no se sabía adónde la
llevaban. Antes la casa había sido sedentaria, ahora se había convertido en
andariega y vagabunda". La historia se complejiza, Eugenio termina secuestrado
y torturado, sin comprender el motivo, ya sea por convidar cigarrillos a unos
huelguistas o socorrer a un malherido en la calle. Quizás el momento más
cruento y estremecedor es cuando Eugenio, incapaz de llorar porque le habían
roto a golpes el caminillo de las lágrimas, amordazado en el asiento trasero
del auto, escucha conversar a sus victimarios sobre la belleza de las mujeres
dormidas. "En el asiento delantero, dos de los hombres fumaban. «Mira,
linda, te doy lo que quieras pero, por favor, déjame verte dormida», decía el
que lo había golpeado. «¿Y se durmió?», preguntó su compañero. «Dormidas es
cuando uno sabe si de veras te gustan.» «SÍ, hermano, yo no aguanto que se
pongan a hablar. Tampoco aguanto que duerman mal. Yo soy como tú, muy
delicado.» «¿Y cómo duerme?» «Vieras que muy bonito. ¡No cae, hermano! ¡Flota!
Y no se mueve.» Las palabras de los hombres le llegaron a Eugenio empapadas de
nostalgia." Vaya escena de amor y de muerte.
En cuanto a su vida, la de Elena Garro, ciertamente notoria,
la despuntamos en una última frase, para que aquí prevalezca su obra. Elena
Garro fue la esposa de Octavio Paz y amante de Adolfo Bioy Casares, como se
indica en la contratapa de la novela recién publicada.
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