jueves, 20 de junio de 2013

"Y Matarazo no llamó...", de Elena Garro


Centrada en un caso policial, la novela narra la historia de un pobre tipo llamado Eugenio Yañez, y de un crimen político ejecutado por el Estado. Como en “Andamos huyendo Lola”, Garro logra un clima de opresión y de asfixia, no exento de poesía y un sentido del humor finísimo, para desembocar en una aguda reflexión literaria sobre los efectos devastadores de la violencia política. El estilo de Garro es único, y probablemente no haya como ella otra narradora
latinoamericana que haga uso de los silencios como recurso estilístico y como metáfora política.


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Elena Garro, escritora y valiente musa
Por Silvia Hopenhayn  | Para LA NACION
Miércoles 29 de mayo de 2013


De algunos escritores resuenan más ciertos aspectos de su vida que la fecundidad de su obra. Como si el trazo más significativo fuese el de su destino, y los libros, apenas borradores de una existencia rutilante. La escritora Elena Garro (1916 -1988) es un ejemplo, ya que su biografía prevalece por encima de su intensa y aguerrida producción literaria. Como escribió la también mexicana Elena Poniatowska: "Elena Garro fue un ser lleno de contradicciones y enigmas. Para ella nunca hubo medias tintas. ¿Se comió el personaje a la escritora? Elena es un ícono, un mito, una mujer fuera de serie".
Su fama se consolida en 1963, cuando recibe el Premio Xavier Villaurrutia por su novela “Los recuerdos del porvenir” (a la que algunos consideraron una anticipación de “Cien años de soledad”). El porvenir era para Garro un lugar donde se proyectaba la ficción casi en términos de fatalidad: "La memoria del futuro es válida, pero me ha fastidiado, y estoy cambiando los finales de todos mis cuentos y novelas inéditos para modificar mi porvenir".
A pesar de cierto silencio extraño que envolvió su obra, la editorial Mar Dulce empezó a publicarla en bellas entregas: primero aparecieron los cuentos de “Andamos huyendo Lola” (2011), y ahora la novela Y “Matarazo no llamó...” quizá la más política, surrealista y kafkiana. El comienzo ya revela una peligrosidad que excede la violencia habitual. Es el peligro de la inestabilidad, del imprevisto, que Garro dispone en el espacio: "Hacía varios días que de noche la casa de Eugenio cambiaba de lugar. De día estaba a espaldas de la Avenida de los Insurgentes, de noche no se sabía adónde la llevaban. Antes la casa había sido sedentaria, ahora se había convertido en andariega y vagabunda". La historia se complejiza, Eugenio termina secuestrado y torturado, sin comprender el motivo, ya sea por convidar cigarrillos a unos huelguistas o socorrer a un malherido en la calle. Quizás el momento más cruento y estremecedor es cuando Eugenio, incapaz de llorar porque le habían roto a golpes el caminillo de las lágrimas, amordazado en el asiento trasero del auto, escucha conversar a sus victimarios sobre la belleza de las mujeres dormidas. "En el asiento delantero, dos de los hombres fumaban. «Mira, linda, te doy lo que quieras pero, por favor, déjame verte dormida», decía el que lo había golpeado. «¿Y se durmió?», preguntó su compañero. «Dormidas es cuando uno sabe si de veras te gustan.» «SÍ, hermano, yo no aguanto que se pongan a hablar. Tampoco aguanto que duerman mal. Yo soy como tú, muy delicado.» «¿Y cómo duerme?» «Vieras que muy bonito. ¡No cae, hermano! ¡Flota! Y no se mueve.» Las palabras de los hombres le llegaron a Eugenio empapadas de nostalgia." Vaya escena de amor y de muerte.
En cuanto a su vida, la de Elena Garro, ciertamente notoria, la despuntamos en una última frase, para que aquí prevalezca su obra. Elena Garro fue la esposa de Octavio Paz y amante de Adolfo Bioy Casares, como se indica en la contratapa de la novela recién publicada.



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