miércoles, 13 de noviembre de 2013

El testamento del mago Tenor


“Dos personas van en pos del último secreto del Mago Tenor, dos escenarios se disputan la acción de esta novela. Uno y otro –Suiza, la India– parecen solicitarse, por eso el autor toma el recaudo de vaciarlos para que cada uno asome como lo que es. La novela ocurre como pocas, con la acción perentoria y perezosa de esas parejas casuales de Verne, con máquinas de Roussel a todo trapo (un poco domesticadas, claro, por Buda) y con jirones de Hergé (la excursión en smoking a la cascada). De la Suiza del Cabaret Voltaire, César Aira extrae un nieto de Hugo Ball; de la India exterior, exenta de acoplamientos tántricos pero no de grutas de basalto amigdaloide, una belleza sin indiferencia, Palmyra.
La semejanza entre los trucos de magia y los recursos de la literatura no son un guiño, ni siquiera una sugerencia. El legado del Mago Tenor nos arrastra en una turbulenta fuga de intensidad creciente, que acumula los núcleos narrativos para precipitar los desenlaces y ampara y desaloja una novela entera, completa, que cumple con el requisito de no ser redonda para crear así sin denuedo aparente su propia forma”.
Luis Chitarroni

 
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César Aira: “La religión es la poesía de los pobres”
Por Patricia Kolesnicov. Clarín, 02/11/13.

El autor acaba de publicar “El testamento del mago Tenor”, que transcurre en la India.

Dura ley del mercado: lo que escasea, sube de precio. Y las entrevistas a César Aira en la Argentina escasean. Autor de culto, Aira reserva su tiempo para escribir, para leer, para inventar. Eso hace: Aira (Coronel Pringles, 1949) pone junto lo que no va junto, suelta el ovillo y tira de varios hilos y así consigue efectos de sentido difíciles de atrapar. No es usual, pero ahora el escritor contestó algunas preguntas, por correo electrónico.
¿De qué se trata una novela de Aira? Lo que se puede explicar en una oración es lo de menos. Hay mucho que se va contando, anotando, sugiriendo, en el correr de las páginas. Y, además, Aira cuestiona con su producción misma esa ley de la escasez: publica muchísimo y en las editoriales más diversas: grandes, chicas, multinacionales.
“Yo imagino el apocalipsis en la forma de una biblioteca”, dice uno de los personajes, discutiendo con Borges, que lo que imaginaba como una biblioteca era el paraíso. La acumulación, puede ser el fin, parece decir.
Ahora Aira sacó El testamento del mago Tenor, que empieza cuando el mago lega su último truco al Buda Eterno, una divinidad diminuta que vive en la India, a la que una empresa le maneja la obra y la imagen y que puede sufrir por falta de aire acondicionado. Casi todo pasa allá, en la India, un territorio superpoblado de colores, de olores, de cuentos, fábulas, mitos, lo que guste narrar.
–Borges decía que Dios era un personaje de la literatura fantástica. En tu novela, las divinidades se forman a partir de muchos elementos, como tu literatura. ¿Tomás las religiones como relatos de diferentes corrientes literarias?
 –A pesar del rechazo invencible que me produce todo lo religioso, encuentro ahí motivos de inspiración. Es tan absurdo, que es casi imposible no tejer alguna fábula. Es el surrealismo de los pobres. En realidad, es la poesía de los pobres. Además, lo tiene todo para el novelista: por el lado de la teología están las lógicas irracionales con las que yo puedo hacer un buen argumento; y por el lado del ritual, el decorado, la acción, los detalles circunstanciales.
–El desorden, la suma de cosas desiguales aparecen en muchos momentos, como en la casa del Buda. ¿El desorden es una manera de construir sentidos?
 –Uno de mis temas favoritos es el de la “enumeración caótica”, que si está bien hecha es el esquema más sugerente del universo. Las tengo presentes cuando escribo, no la enumeración en sí sino el modelo mental que las genera. Más que en términos de orden y desorden, lo pienso como “asimetrías”. Alguna vez, queriendo pasar por inteligente e ingenioso, dije que el arte es “la busca de bellas asimetrías”. Lo habré dicho por salir del paso, pero quizás podría ser, ¿no?
  –El Buda combina materiales preciosos con desechos. En lo narrativo, ¿es eso lo que hacés?
–No, trato de evitar esas alegorizaciones metaliterarias. Yo trato de contar la historia lo mejor posible, claro y conciso. O no tan conciso. Siempre que puedo decorar, decoro. Desconfío de los minimalismos tanto como de los barroquismos.
 –El Buda empieza a pensar que sólo importa la forma, no el contenido. ¿Sólo importa la forma? ¿Para qué se narra si no se narra algo?
–Creo que habría que volver a esos niveles intercalados que postulaba (Louis) Hjelmslev, la forma del contenido, la forma de la forma, el contenido de la forma y el contenido del contenido. No sé si aclarará algo, pero da que pensar.
  –En una novela ¿tiene sentido preguntar “de qué se trata”? Si lo tiene: ¿De qué se trata esta novela?
–Después de mucho pensarlo, llegué a la conclusión de que para que una novela se venda tiene que tocar un tema sobre el que valdría la pena hacer un informe periodístico. Ésa es la piedra de toque. Yo siempre la tengo en cuenta cuando elijo mis temas, para hacer lo contrario.


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