«Su ira explosiva es tan brillante, tan sonora, real,
sincera, divertida a veces, cruel casi siempre, que su lectura es algo gozoso y
tonificante».
Pedro Almodóvar
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"Casablanca no es una ciudad, es una casa: blanca como su
nombre lo indica, con puertas y ventanas de color café y una palmera en el centro de un antejardín
verde ver de. Y así ha sido siempre y
así siempre será, incambiada, incambiable, como el loquito de arriba, el que
dijo: «Yo soy el que soy». Yo también. Yo soy el que soy.
El penacho de la palmera va y viene al son del viento: de izquierda
a derecha, de derecha a izquierda, como una cabeza que dice «No», pero no; lo
que quiere decir la palmera es «Sí» porque está contenta. ¡Si tu mujer fuera
así! Yo gracias a Dios no he tenido ninguna: ni de niño, ni de joven, ni de viejo,
ni de muerto. ¿Consecuentar yo mujeres? ¡Jamás! Mi desviada lujuria me salvó.
Pero no hablemos de mujeres que es tema insulso y volvamos
al antejardín, en cuyo verde prado una mano sabia, antes de que yo naciera,
entronizó en su centro la palmera. Es una palma real que a la fecha, habiendo
enterrado a montones, sigue creciendo, como un niño, hacia arriba, hacia el
cielo, hacia Dios. Desde lo más profundo del azul celeste, instalado entre el
coro de angelitos que me acarician con su canto en las abullonadas nubes la
estoy viendo allá abajo chiquitica, chiquitica... Así son las grandezas humanas
vistas desde lo alto: poca cosa. Presidente no fui porque no quise. Papa
tampoco porque no quiso Dios, que me tiene reservado para más altos designios.
Y no me pregunten cuáles porque aún no sé, me mantiene en vilo. ¿Podrá haber dicha
mayor para el cristiano que salir en silla gestatoria todo emperifollado, bajo
palio, bendiciendo a diestra y siniestra a la multitud que lo aclama? Bendición
para el Este, bendición para el Oeste, bendición para el Norte, bendición para
el Sur... Y el que no comió hoy, que cante.
Para verle el penacho desde abajo a la soberbia palmera hay
que echar la cabeza hacia atrás, en ángulo acimutal, con riesgo de irse uno de
espaldas contra el duro suelo. Enmarcan el antejardín unas maticas verdes y
rojas. Ah no, no lo enmarcan, digo mal, son una simple hilera que se extiende contra
la fachada apoyándose en su cal blanca. Ahí descansan las pobres de estar
paradas al sol y al agua dándole felicidad al que pasa. Es importante aclarar
que a las maticas verdes las salpican moticas negras, que si no, su verde se perdería
en el del prado como un pleonasmo. ¿Y cómo se llaman las maticas verdes y
rojas, las unas con moticas negras, las otras sin? ¿Novios? ¿Geranios? ¿Bifloras? Ni lo uno, ni
lo otro, ni lo otro. Se llaman «enmarcajardines». ¡Claro que el que vive en
apartamento qué va a saber! Hoy en casa ya no vive nadie, y menos con
antejardín. O sí, yo, el dueño de Casablanca. Porque han de saber que la
compré. A ciegas, desde México la compré, dándole poder a un abogado y sin la
menor idea de qué había adentro, en un acto de fe como el del que se va con una
prepago, con el solo recuerdo de su belleza exterior que me acompañaba desde la
infancia. Las prepago después digo qué son. En cuanto a mi infancia, me la pasé
viendo a Casablanca desde el balcón de mi casa, la de enfrente, donde nací, la
de mis padres, una casona boscosa que se hizo célebre por el homicidio que allí
ocurrió, voluntario o involuntario, culposo o no, Dios sabrá, de uno de mis
hermanos (veinte) muerto a manos de otro (dejándome diecinueve). Para no
confundir la casona de mi niñez con Casablanca, llamaré a aquélla «Casaloca». Sí,
mal que les pese a mis padres, que en el infierno estén, «Casaloca», un
manicomio del que me fui a los once años, comienzo de mi vida pública. Con un
hatillo terciado al hombro en el que había empacado mi escasa ropa, dando un
portazo que hizo cimbrar la calle y que remaché con un solemne «¡Adiós
hijueputas!» salí al camino, a torear al mundo y sus pederastas. Hoy mi casa,
que quede claro, es pues Casablanca, no tengo otra, y me costó un ojo de la
cara. Delo que fue mi infancia disoluta hablaré luego con profusión de detalles
para deleite de los morbosos (aunque a lo mejor ni vale la pena). Construyamos
por lo pronto sobre lo que ya tenemos: las fachadas, los antejardines, la vida
en apartamento, las mujeres, la pederastia de la Iglesia, los angelitos del
cielo..."
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