“El psicoanalista es la presencia del sofista en nuestra
época, pero con otro estatuto”, dice Lacan en 1965. ¿Fue esto lo que lo impulsó
a consultar a Barbara Cassin sobre la doxografía?
En el curso de este encuentro, las herramientas de la helenista sirven para
poner en evidencia las similitudes entre palabra analítica y discurso
sofístico, y las vías por las que Jacques, el sofista, hace pasar del “sentido
en el sinsentido” (lapsus y chistes) al “profundo sinsentido de todo uso del
sentido”.
Aristóteles es interpelado aquí por un Lacan, sofista moderno, que señala la
“tontería” del Estagirita en lo que atañe al principio de no contradicción.
¿Cómo se habla, cómo se piensa la manera en que se habla cuando, con Lacan, se
sitúa el enunciado “no hay relación sexual” en el lugar que ocupaba el primer
principio aristotélico?
Jacques Lacan, Freud y los filósofos griegos
Barbara Cassin, La Nación - ADN, 15/11/2013
Anticipo. En Jacques el sofista (Manantial), la intelectual
francesa considera la figura del creador de los famosos seminarios desde un
ángulo singular: el de su relación con el pensamiento helénico antiguo, que tan
importante había sido ya para el padre.
Freud habituó al “psicoanálisis”, palabra griega como la que
más, a cierta Grecia: la del mythos, mito y relato, ficción-fixión, la Grecia
de los Trágicos –Edipo, Electra, Antígona– y de su interpretación, con la Poética
de Aristóteles y su katharsis. A través de sus propias lecturas, de sus
referencias de la auténtica cultura alemana de fines del siglo XIX y comienzos
del XX, Freud encuentra lo que le hace falta en el momento preciso, Eros y
Tánatos, el Amor y el Odio de Empédocles. Conoce y se apropia. Sin embargo, una
vez más su mundo es, más que el logos, el mythos, donde filogénesis y Cábala
pueden andar: elude con no poca autonomía el corpus platónico-aristotélico, así
como en general el de los filósofos. Si conoce el cinismo, la sofística, el
estoicismo, el epicureísmo, el escepticismo, es en cuanto títulos para el
saber, como erudito. Posee, en suma, a sus clásicos, sutilmente y de larga data,
pero no se mide directamente con la filosofía. En los Escritos, [Jacques] Lacan
hace al respecto un diagnóstico de doble filo: “El análisis, por progresar
esencialmente en el no-saber, se liga, en la historia de la ciencia, con su
estado de antes de su definición aristotélica y que se llama la dialéctica. Por
eso la obra de Freud, por sus referencias platónicas, y aun presocráticas, da
testimonio de ello”: Platón y los presocráticos, pero del lado mythos,
dialéctica prearistotélica, y no Aristóteles, del lado logos.
Es ésta una diferencia capital con Lacan, quien no sólo se interesa, sino que
participa en la filosofía como logos y en su historia, tan extensa como
inmediata. Lacan es de su época filosófica y contribuye a hacerla, estructural,
lógica, lenguajera, discursiva y lingüístico-alambicada. No es que no incite a
la más vasta cultura ni que comente Antígona o El Banquete mucho más que como
analista para el análisis. Pero, sea como fuere, es el logos, en la amplitud
del término revisitado por el análisis, el que pasa al primer plano.
Aristóteles, “el largo rodeo aristotélico”, constituye un punto de inflexión:
Freud vuelve, dice también Lacan, “a los de antes de Sócrates, a sus ojos los
únicos capaces de dar testimonio de lo que él encontraba”. Lacan no “vuelve” a
nadie, él hace acopio de Aristóteles y apela a filósofos de todo tipo,
incluidos los de antes de Sócrates. Pero no son exactamente los mismos
presocráticos que los de Freud. [...] Me interesaré aquí, pues, en el logos. El
logos de los griegos, del que el mythos pasa a ser filosóficamente un
subconjunto, “lo puede todo”: “La pretensión más ilimitada de poderlo todo,
como rétores o como estilistas, atraviesa toda la Antigüedad de una manera
para nosotros inconcebible”, escribe Nietzsche en su “Curso sobre la historia
de la elocuencia griega”. “Sofística” es el nombre de esta pretensión. Afirmo
por mi parte que los sofistas, de quienes Lacan se sirve muy poco en forma
directa, prisionero como está de la etiqueta platónica pese a tomarla a contrapelo,
son los presocráticos-maestros en cuanto a la inteligibilidad de los
presocráticos no heideggerianos. La discursividad que practican permite
esclarecer (no digamos comprender) la de Lacan, o ciertos rasgos decisivos de
la de Lacan. Ella esclarece simultáneamente el sentido del largo rodeo
aristotélico y la manera en que Lacan lo tramita.
Al final de “Análisis terminable e interminable”, Freud
habla del “amor por la verdad”, definición clásica de la filosofía, como el
propio fundamento de la relación analítica y que “excluye todo engaño y toda
ilusión”; tras un punto y aparte, recomienda detenerse un momento, él y
nosotros, los lectores, para “asegurarle al analista nuestra simpatía sincera”.
Analizar es el tercer “oficio imposible”, junto con educar y gobernar: en
definitiva, tres oficios de filósofos-reyes. Un comentario de “Moisés y la
religión monoteísta” confirma la dificultad o la desconfianza: “No se ha
demostrado en otros campos que el intelecto humano posea una pituitaria
particularmente fina para la verdad, ni que la vida anímica de los hombres
muestre una inclinación particular a reconocer la verdad”.
“El psicoanalista –señala Lacan por su lado– es la presencia del sofista en
nuestra época, pero con otro estatuto.” Jacques el sofista es una glosa de esta
frase. Habrá que ver lo que Lacan entiende por el nombre de “sofista”, por el
de “psicoanalista” (y lo que entiende sobre qué “el psicoanalista” es él
mismo), cómo entiende lo que singulariza nuestra época, lo que diferencia los
estatutos entre ellos. Por el momento, digamos que el campo compartido por la
sofística y el psicoanálisis lacaniano es el discurso en su relación rebelde
con el sentido, relación que pasa por el significante y la performance, y por
su distancia respecto de la verdad de la filosofía.
[...] Digo Jacques el sofista para evocar, claro a Jacques el Fatalista: “Si
olvidamos esta relación que hay entre el análisis y lo que llaman el destino,
esa especie de ocaso que es del orden de la figura –en el sentido en que se
emplea este término para decir figura del destino como se dice también figura
de la retórica–, ello significa simplemente que olvidamos los orígenes del
análisis, porque sin esta relación el análisis no hubiera podido dar ni un paso
siquiera”. Jacques el psicoanalista es, por lo tanto, fatalista, con la
retórica en juego, que constituye también apuesta entre sofística y filosofía.
Sea como fuere, a quien conocí en la rue d’Ulm, en una sala Dussane
desbordante, de bullente murmullo, de pronto más que silenciosa, fue primero a
Jacques el sofista presente en directo y arrastrando tras él una multitud, una
corte, un ballet de jóvenes y menos jóvenes deleitados con las epideixis, los
seminarios performance, improvisados o no. Efectos de moda, amores locos,
odioenamoraciones [hainamorations]. El bullente murmullo de la voz que se
estira y se refrena, audible inaudible a la manera de Delphine Seyrig, tuvo que
ser escrito por Sócrates al comienzo del Protágoras y mejor aún por Filóstrato
en Vidas de los sofistas.
Lacan filosofistiza cuando enseña el psicoanálisis: es un Gorgias que se ve a
sí mismo en Sócrates, en la dialéctica prearistotélica del dos a dos, porque ve
a Sócrates como analista: Sócrates, “perfecto histérico […] una suerte de
prefiguración del analista. Si hubiese pedido dinero por eso […] habría sido
analista, antes de la letra [avant la lettre] freudiana. ¡Un genio, vaya!”
Analista, salvo el pago, que no es poca cosa, como veremos con el logos-pharmakon.
Con la didáctica que asegura el vínculo entre la epideixis y la cacería de
jóvenes ricos. Agreguemos, ya que estamos en los signos exteriores, las dos
diferencias específicas que se han indicado regularmente desde Platón hasta
Hegel: Sócrates un ateniense/Gorgias un extranjero, Sócrates un muerto por lo
que dice/Gorgias un vivo por lo que dice. Lacan entonces, una vez del lado
Sócrates, otra del lado Gorgias: anverso y reverso de la misma hoja de papel.
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