El hilo invisible del libro único
La publicación de la Poesía completa de Olga Orozco permite rastrear los temas y obsesiones de una de las creadoras más voluntariamente misteriosas del siglo pasado.
Por Sandro Barella
La figura de Olga Orozco suele asociarse a la de la poeta hechicera, la visionaria, la que ha sumergido su voz en la corriente de lo numinoso, para regresar luego cargada de imágenes que devienen versos en que la realidad es manifestación de lo maravilloso tanto como del reino de la oscuridad. Nacida en 1920 en Toay, provincia de La Pampa, su camino poético se inició como exponente destacada de la llamada Generación del 40. Pero eso pertenece a la historia literaria y sólo la pereza puede fijar su obra a un movimiento que cobijó bajo el común denominador del neorromanticismo a poetas tan variados como J. R. Wilcock, César Fernández Moreno y Alberto Girri, en cuyas obras, como en la de la propia Orozco, pronto se iban a imponer las marcas de cada estilo personal. Esa pereza sería flagrante si se pensara su poesía como mera tributaria del surrealismo, si bien frecuentó algunos de los círculos de poetas surrealistas existentes en el país, y hay huellas evidentes en sus poemas que evocan el imaginario estandarizado por el movimiento que lideró André Breton. Trasladada con su familia a Bahía Blanca y luego a la Capital, Orozco cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desarrolló una extensa labor en el periodismo escrito. Firmó con varios seudónimos. Fue redactora de la revista Claudia y organizó el horóscopo del diario Clarín por más de un lustro. De esa vasta colaboración en los medios gráficos dará cuenta en breve un volumen que prepara Marisa Negri para Ediciones en Danza.
Como bien dice Tamara Kamenszain en el prólogo a esta edición de la Poesía completa de Orozco -lúcido trabajo crítico que persigue una de las líneas posibles de lectura de la obra de la poeta, en espejo con la de Alejandra Pizarnik-, "reunir una obra poética supone que un hilo invisible la fue encuadernando durante años y que sólo queda hacerlo evidente. Es el identikit de una voz que desde lejos nos convoca a actualizar todos los libros en uno nuevo". Siguiendo esta premisa de actualización, se puede percibir ese hilo invisible que une el primer libro, Desde lejos (1946), y el último publicado en vida, Con esta boca, en este mundo (1994), haciendo un alto en el camino para detenerse en Mutaciones de la realidad, (1979). En Desde lejos, el tono que domina los versos denota aún cierta serenidad. El furor e incluso la violencia que alcanzarán las imágenes usadas por la poeta más adelante todavía no se han manifestado con todo su vigor, pero en ese volumen se hace presente ya un elemento constante en su obra, esto es, el viaje iniciático que acontece en la infancia y preanuncia un porvenir que incluye cada estación por donde el alma habrá de pasar, fusionando los tiempos en uno que proclame un eterno retorno. Es el caso, por ejemplo, de Quienes rondan la niebla, con su serie de "niñas" que representan todos y cada uno de "los seres que fui los que me aguardan", bajo una atmósfera fantasmal, recurrente a lo largo del libro. En "La imaginación abre sus vertiginosas trampas", de Mutaciones., la ocasión de un mantel roto es la puerta de acceso a lo real maravilloso que habita y constituye la obra de Orozco. El poema parte de una escena trivial, "Ahora entre tú y yo hay un mantel rasgado", para luego arrojar al lector a las regiones que Orozco domina con maestría: allí donde sólo podría observarse la fatiga de los materiales, la poeta descubre "una casa que avanza con las luces trizadas y un cuchillo clavado/ en el costado", todo se ha vuelto extraño, desconcertante, en virtud de su palabra.
Se llega así a "Espejo en lo alto", poema de Con esta boca..., dedicado a Alberto Girri, amigo de toda una vida fallecido poco tiempo antes, cuya obra, que se inició como la de Orozco en 1946, recorrió un camino paralelo al suyo. Orozco, en un poema ciertamente conmovido y conmovedor, le habla al amigo y ajusta cuentas con el modo en que cada uno ejercitó el arte de la poesía. Le dice: "allí viviste alerta, ensayando la ausencia, desasido de ti/ -tu primera persona del singular cada vez más allá, / siempre más cerca de algún otro tú-"; Orozco, con los medios de que se ha servido a lo largo de cincuenta años de escritura, hace ingresar en el poema la revisión crítica, y concluye: "A partir de mi boca, de mi congoja y mi ignorancia sólo puedo/ rogar:/ 'Señor:/ Haz que tu hijo sea como el más incontaminado de todos tus/ espejos/ y muéstrale las cosas así como él quería, / tales como son'". Pero cabe preguntarse entonces cómo son las cosas, la realidad, para el poema: si como las imaginó Orozco a través de un mantel rasgado o como en un texto de Girri donde habla de "una estructura/ de palabras mosaicos de palabras/ en que cada voz irradia su eficacia/ hacia la derecha, hacia la izquierda,/ y sobre la totalidad, el conjunto". La realidad, parece acordar Orozco, tanto puede ser expresada -conocida- a través de un catálogo de horrores y deslumbramientos, abismos, espejos rotos y laberintos, o con los recursos de contención expresiva y racionalización que eligió Girri. Lo que hace observable de modo muy general, dos líneas de fuerza -entre otras existentes- que atraviesan la poesía argentina: una que incluye a Orozco, Pizarnik, pero también a Enrique Molina y Aldo Pellegrini, y otra que, partiendo acaso de esa visión que reflejan los versos de Girri, ha llegado a influir de manera notable en las últimas generaciones de poetas, habiendo pasado antes por Joaquín Giannuzzi, quien, de manera radical escribió: "No agregue. No distorsione./ No cambie/ la música de lugar./ Poesía/ es lo que se está viendo". Vuelta a empezar, diría Orozco, lo que se ve ya está dentro del ojo que mira, o como lo expresa la cita del Rig-Veda que escogió como epígrafe de uno de sus libros: "Lo eterno es uno, pero tiene muchos nombres".
La publicación de Las muertes (1952) supone un intermezzo. Lo fantasmal entra en escena a través de personajes literarios, de muertos a quienes la poeta nombra y da entidad, hasta llegar al último poema, donde es la propia Orozco quien, desdoblando su voz como lo había hecho ya en su primer libro -como lo seguiría haciendo hasta el final de su obra, en un juego donde la identidad del yo siempre es vacilante-, se para frente a su propia instancia del morir.
Con Los juegos peligrosos (1962) y Museo salvaje (1974), la obra de Orozco llega a su punto de incandescencia. En ambos se dan cita los recursos expresivos que fue preparando en sus libros anteriores. Aquí confluyen su conocimiento del tarot, la atracción por los abismos -del sueño, del alma, de la pasión amorosa- que sólo pueden ser rozados por la palabra; la puesta en verso de un imaginario que se ha nutrido del romanticismo alemán, del surrealismo, incorporando incluso cierta atmósfera de la novela gótica. Pero poco significaría esto si no se atiende, si no se presta oído al trabajo preciso que Orozco hace con la lengua española. Escritos en verso libre -se trata en muchos casos de versículos que ocupan el ancho de la página- transmiten, con un canto envolvente el ritmo, los acentos, las rimas internas, el dominio perfecto, claro de la forma, para expresar las regiones oscuras.
Cantos a Berenice (1977) es un tributo de gran belleza a su gata que ya no está. Los libros que le siguen, Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1983) y En el revés del cielo (1987), la confirman en su incesante búsqueda, asentada su voz como la de una poeta de importancia capital en la poesía escrita en español. La sección final, Últimos poemas, compuesta con el material que Orozco dejó ordenado antes de salir para el hospital donde finalmente iba a morir, en 1999, abona la idea de ese hilo invisible que al cabo de más de medio siglo ha conformado un libro único, en el que, sin principio ni fin, se renueva el canto, la sed y la persecución alucinada de una realidad que se multiplica sin cesar: "Allá lejos estoy tan cerca de las revelaciones y las dichas/ como aquí, como ahora,/ donde no logro descifrar jamás el confuso alfabeto de este mundo".
Publicada en el diario La Nación, sección ADN Cultura, el día viernes 16 de marzo de 2012
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