Hay autores que van dibujando su mundo a medida que pasan
los años y crece su obra. Otros, en cambio, desde el principio marcan un
espacio narrativo y lo sirven con un estilo propio. Este es el caso de Natalia
Ginzburg y esa es la razón por la cual los tres relatos largos que componen “Familias”,
aunque redactados con treinta años de distancia, muestran el sello
inconfundible de la autora, su capacidad para convertir el espacio doméstico en
el mejor lugar para la literatura.
“El camino que va a la ciudad”, que inaugura este volumen, cuenta la extraña historia de amor de dos jóvenes que viven a caballo entre la ingenuidad y la insolencia; “Familia” y “Burguesía”, inéditos hasta ahora en castellano, respiran en cambio el clima de las periferias y ahondan en los detalles de unas relaciones hechas de silencios y gestos cansinos, pero lo que une y da sentido a la obra como conjunto es la mirada piadosa que Ginzburg dedica a sus personajes: tanto si están arando la tierra como si los descubrimos sentados en un cine de barrio, todos parecen pelear para salir de la mediocridad y juntos nos cuentan la historia de Europa en el siglo XX.
“El camino que va a la ciudad”, que inaugura este volumen, cuenta la extraña historia de amor de dos jóvenes que viven a caballo entre la ingenuidad y la insolencia; “Familia” y “Burguesía”, inéditos hasta ahora en castellano, respiran en cambio el clima de las periferias y ahondan en los detalles de unas relaciones hechas de silencios y gestos cansinos, pero lo que une y da sentido a la obra como conjunto es la mirada piadosa que Ginzburg dedica a sus personajes: tanto si están arando la tierra como si los descubrimos sentados en un cine de barrio, todos parecen pelear para salir de la mediocridad y juntos nos cuentan la historia de Europa en el siglo XX.
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