Como reflejo de universos paralelos, como testigos del amor
y del abandono, como sinónimos de miradas cristalinas, como destellos de la
memoria, estos poemas, que Salvador Elizondo escribiera entre 1960 y 1964,
inéditos hasta hoy, invitan a la contemplación con palabras que son matices
luminosos: fulgores de la juventud, de la naturaleza, del recuerdo.
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La doma de la quimera
Hoy se ha roto en estrellas la alborada.
Como Jano bifronte en el solsticio
la vieja bestia que dormía en el quicio
se despertó jadeante y azorada.
Llenó de horror la paz de la morada
con el terror de su insaciable vicio
mientras un tenebroso precipicio
se abrió a los pies del alba fracturada.
Los precarios fragmentos luminosos
con un fulgor incierto se fugaron
hacia una nueva noche presurosos.
La bestia en el rescoldo que dejaron
se arrellanó con gestos fatigosos.
¿Acaso las estatuas la domaron?
***
Áspid
Allí quedó la muerte
aleve y preparada.
Un grano de la espiga
se ha caído en la tierra.
Alba claror de puerto
te has quedado dormida
y el áspid escapado de tu sueño
se ha escondido en el huerto.
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