24 de diciembre (de 1926)
Algunas palabras acerca de mi habitación. Todos los muebles
llevan una chapa que reza: “Hoteles de Moscú” seguida del número de inventario.
Todos los hoteles pertenecen a la administración estatal (¿o será municipal?).
Las ventanas dobles de mi habitación están cerradas herméticamente durante el
invierno. Sólo se puede abrir una pequeña solapa que hay en lo alto. El pequeño
lavatorio es de lata, laqueado por debajo y muy pulido por arriba, y también
cuenta con un espejo. La pileta tiene un desagüe en el fondo que no se puede
tapar. Hay una canilla de la que se asoma tímidamente un finísimo hilo de agua.
La calefacción de la pieza viene del exterior, pero, debido a su ubicación tan
particular, también está caliente el piso, por lo que, cuando el frío es
moderado y la ventana está cerrada, el calor se hace agobiante. Todas las
mañanas, antes de las 9, cuando ya han encendido la calefacción, un empleado
llama a la puerta para preguntar si la ventana está completamente cerrada. Es lo
único de lo que uno puede estar aquí seguro. El hotel no tiene cocina, por lo
que ni siquiera se puede pedir una taza de té. Una vez, la noche anterior a ir
a ver a Daga, que pedimos que nos despertaran, Reich y el schweitzer (este es
el nombre ruso de los empleados del hotel) tuvieron una conversación
shakespeariana sobre del “despertar”. Al pedir si nos podrían despertar, el
hombre nos respondió: “Si estamos pensando en eso, los despertaremos. Pero si
no estamos pensando en eso, no lo haremos. La verdad es que, por lo general,
solemos pensar en eso, y, por ende, despertamos a la gente que nos lo solicita.
Pero claro, a veces nos olvidamos: cuando no estamos pensando en eso. Y entonces
no los despertamos. No tenemos obligación de hacerlo, pero si nos acordamos a
tiempo, entonces lo hacemos. ¿Cuándo quieren que los despertemos?” “A las siete”.
“Lo anotaremos. Como pueden ver, aquí dejo la nota, esperemos que él la vea. Porque
si no la ve, lógicamente, no los despertará. Pero la mayoría de las veces
despertamos”. Como era de esperar, finalmente no nos despertaron, a lo que
adujeron: “¿Qué sentido tenía despertarlos cuando ustedes ya se encontraban
despiertos?”
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